Al salir del baño, Alexander no está en la habitación, así que aprovecho y le pongo seguro a la puerta y me dedico, ahora sí, con juicio a buscar ropa en ese gran armario. La ropa es toda de marcas muy exclusivas, así que debe ser carísima, pero es evidente que no es mi talla ni son mis gustos. Debo encontrar algo para ponerme. Una vez que descarto toda la ropa interior, pues no pienso usar la de alguien más, me decido por un par de prendas que son las más sencillas que encuentro y con las cuales puedo disimular el hecho de no tener un brasier puesto. Miro con desgano esos hermosos pero agotadores tacones blancos y, sin más opciones para salir, me los pongo. El espejo del tocador muestra una Isabella con una mejor presentación personal que hace unos minutos, pero debo admitir que parte