Chloe Wheeler/Sasha Smirnova
Me quedé inmersa mirando la nota, embelesada, incapaz de borrar la sonrisa que surcaba mi sonrosado rostro.
Por un instante, mi corazón había saltado como el de una adolescente enamorada por primera vez de su amor imposible. La última y única vez que alguien me sorprendió con flores y chocolates había sido en la fría oficina de Donovan System, antes de siquiera corresponder a… mejor no recordar a ese despiadado ser que me las pagará una a una.
Los Donovan vaya que son “especiales” ¿Quién hacía ese tipo de obsequios hoy en día? Me parecía demasiado fantasioso el modus operandi que tenían, así que preferí no sentir ninguna pizca de ilusión, decidí colocar aquel gesto en el costal de “detalles banales” que sin duda algunos hombres utilizan para conquistar.
Esbocé por inercia una mueca de desagrado y dejé la tarjeta entre las rosas antes de tomar entre mis brazos el oloroso ramo.
Justo en ese instante, unas manos fuertes y varoniles cubrieron mis ojos. El ramo casi se me caía de las manos con el sobresalto de sorpresa.
—Max… —solté mientras sentía una emoción extraña en mi vientre.
—Además de misteriosa, eres adivina —contestó divertido, mientras retiraba lentamente sus manos de mis ojos, para yo encararlo de una vez.
Al girarme para mirarlo, no pude evitar recordarlo otra vez, no con ese formal traje ejecutivo, sino sudoroso sobre mí, compartiendo mi espacio personal, mi cama.
El hombre frente a mí rió y esa voz grave, profunda, me contagió y pareció erizarme la piel, aunque yo atribuí esas sensaciones al susto que me dio y al las frías ráfagas de viento que rozaban mi rostro.
—La verdad es que me sorprende verte… —confesé con sinceridad y una débil sonrisa irónica—. Creí que te habías esfumado para no aparecer y dejarme en el olvido, pero sin duda me soprendiste con este bello detalle.
Maxi sonrió y negó con la cabeza, para responder a mi comentario.
—Pues qué equivocada imagen te llevaste de mí, pero no te culpo, yo me fui sin dar ninguna explicación —aclaró y mi mirada se perdía en la suya y en esos labios que devoré hacía unas no tan lejanas horas, con el alcohol a tope en mis venas—. Además, pienso que la forma en que nos conocimos no fue nada acorde a lo que un primer encuentro debería ser ¿Qué has pensado de la invitación que te dejé en la nota?
Al lanzar aquella pregunta se llevó una mano a su bolsillo para sacar dos reservaciones de un restaurante de lujo.
Me quedé congelada por un segundo, asimilando sus palabras, además estaba vestida casualmente, debía arreglarme de manera apropiada.
—Pero Max… mi ropa —le dije apenada.
—Pues estamos frente a tu apartamento, yo te espero mientras te alistas —dijo restándole importancia a ese detalle.
¿Acaso se estaba haciendo el comprensivo? Algún día tendría que caérsele esa máscara de hombre perfecto, espero que sea cuando ya no necesite verlo, cuando haya logrado mi cometido con Nate.
—Entonces acepto encantada —le dije y le prometí que volvería en un segundo.
Corrí adentro, dejé el ramo de rosas sobre la cama y no me costó elegir otro de mis vestidos sexys, matadores para ocasiones nocturnas. Me miré al espejo mientras me hacía un peinado alto y elegante, me recordaba a mí misma que no debía actuar como una chica ordinaria, emocionada por un restaurante lujoso.
Mientras ponía mis zapatillas destellantes de tacón alto y me preparaba para salir del apartamento me recordaba que, debía comportarme como una dama sofisticada, Sasha era una mujer de mundo y de clase.
Al salir pude notar como Max me miraba de pies a cabeza, sabía que me desnudaba con la mirada, lo supe por como se mordía el labio de manera sutil, estoy segura de que su mente voló a la noche anterior y el deseo se activaba al yo recordarlo.
«Basta, Chloe, vas a una cena elegante, no a comerte a tu acompañante. A no ser…».
Al llegar cerca de Max él me ofreció su brazo y yo me aferré a él. A penas comenzamos a caminar yo le dije que iría en mi auto, dejando por sentada mi postura independiente, pero él insistió con una sonrisa.
—Preferiría acompañarte todo el camino, después de todo, yo estoy invitando, Sasha, si me lo permites —dijo con tanta galantería que yo no pude decirle que no.
Asentí, feliz de su insistencia, porque era una señal de que sí me quería muy cerca de él y eso iba acorde a mi plan.
Mientras él conducía —esta vez iba solo, sin chofer ni guardaespaldas. Vaya, vaya… estaba segura que Max no quería que nadie nos interrumpiera—, me dediqué a disfrutar del paseo y sentí por primera vez en mucho tiempo, que la suerte jugaba a mi favor.
Entre los destellos de las luces nocturnas que comenzaban a encender y que pasaban a nuestro lado, acompañados también del atardecer que daba paso a la noche, hablamos de cosas triviales, de las que quizá con otra gente sentiría aburrida.
Íbamos comentando sobre el tráfico, sobre la música que sonaba en la radio y coincidimos en gusto por algunas canciones. Seguimos charlando sobre los edificios, él me iba dando una especie de tour, porque se suponía yo era una extrajera, y juraba que hasta la espera en el embotellamiento citadino me pareció… ¿placentero?
Era extraño, cada segundo parecía no alcanzar, como si el mismo tiempo nos daba el chance de disfrutar el momento.
En un breve lapso de silencio para nada incómodo, dejé que Max cantara aquella canción de rock que se sabía de memoria y comencé a divagar en recuerdos…
Mi mente se centró en aquellas pocas veces que había tenido la oportunidad de hablar con Max siendo Chloe. Las veces que me lo crucé en ese par de reuniones familiares en la mansión pomposa pero aburrida con la familia de Nate.
Vinieron a mí imágenes de lapsos en los que mi novio atendía “asuntos de negocios”, dejándome a la deriva en aquella gran casa. Ahí estaba el despreocupado Max, el hermano menor de Nate.
Esas veces, de la nada comenzamos a platicar y recordé sus comentarios divertidos, porque me veía muy aburrida, en palabras de él. Analicé que desde ese entonces ya tenía una habilidad para hacerme reír sin esfuerzo. Era el hermano "chistoso" y despreocupado.
Luego mi mente pasó a otro recuerdo… una vez, mientras conversábamos mi mirada se quedó inmersa en ese anillo de matrimonio con el que apareció de la nada. Ni siquiera Nate, ni los suegros en ese entonces, hablaron sobre el matrimonio de su hijo, al parecer ni siquiera habían celebrado, mucho menos apareció público en los medios.
En ese instante comencé a pensar ¿por qué alguien se casaría en silencio? Y en mí nació el impulso por querer descubrir más de él, de ir más allá de la formalidad que había mantenido como su cuñada Chloe Wheeler, la chica que nunca se había interesado tanto en Maxwell Donovan como lo hacía en ese preciso momento.
«¿Qué misterios escondes, Max?».