Chloe Wheeler/Sasha Smirnova
Al fin, llegamos al restaurante, y aunque habían pasado algunos años desde la última vez que estuve en ese lugar, realmente no había perdido sus aires de elegancia y deslumbre que me provocaba hasta nostalgia.
Entrar al lado de Max, que se veía guapísimo, tan impecable y seguro de sí mismo, fue casi surreal. Me mantuve altiva y serena mientras caminaba con elegancia, parecía que, si vestida casualmente ya impactaba con mi porte, en esos momentos refulgía deslumbrante.
Al sentarnos, la charla seguía fluyendo tan natural, como agua que baja por un río nacido. Era tan real que Max y yo conectábamos de qué manera, aun así debía aceptar que algo en él parecía diferente desde que lo ví en el club, tan distinto a como lo recordaba.
Pero decidí sacudir eso de mi mente para concentrarme en disfrutar de ser Sasha Smirnova, la velada apenas comenzaba y mi misión vengativa necesitaba ejecutarse con la mayor rapidez posible.
Nos trajeron la carta, y cuando él sugirió un poco de champagne para iniciar, yo al inicio negué ligeramente.
—Oh, vamos, preciosa. Solo una copa… —insistió con su perlada sonrisa convincente.
—Pero solo una —dije con tono amenazante, para que viera que iba en serio con no alcoholizarme.
En cuanto menos lo esperé la botella se comenzó a vaciar sin que nos diéramos cuenta, y poco a poco, la confianza que supuestamente teníamos se hacía más genuina a cada instante.
Justo cuando ordenamos el plato fuerte, Max aprovechó para lanzarme la primera pregunta seria.
—Entonces, Sasha… cuéntame un poco más de ti, ¿de dónde eres? ¿A qué te dedicas? —soltó sin dejar de mirarme directo a los ojos, parecía analizar mis gestos y eso me aterraba un poco a decir verdad.
De inmediato saqué de mi memoria el libreto que Olivia y yo habíamos ensayado a la perfección.
—Soy rusa, como puedes notar. Tengo veintiocho años y… —hice una pausa mientras removía mi bebida, la verdad —, soy empresaria de una boutique. Tengo algunos negocios y busco expandirme aquí en Nueva York.
¡Ja! Salió a la perfección. Si él supiera que mi mayor negocio era arruinar la vida de Nate y todo su legado.
Él asintió, muy interesado con lo que le dije.
—Admirable es encontrar una mujer tan independiente como tú, no es común. Pero… —él también hizo una pausa y yo me tensé, pensando que algún cabo habría encontrado en mi historia—. Olvidaste mencionarme tu estado civil.
Sentí como el alma volvía a mi cuerpo, pero a la vez, esa media sonrisa divertida me hizo contener la respiración por la naturaleza de la pregunta. Me eché a reír junto con él.
—¿De verdad quieres saberlo… después de todo lo que pasó entre nosotros en mi apartamento? —respondí alzando una ceja y noté como las orejas de Max se enrojecieron.
Él bajó la mirada y nos sonreímos con complicidad, vaya que yo lo ponía nervioso y ese era un buen indicio, aunque lo que no me agradaba era que yo también lo estaba, eso bajaba mis defensas en este juego.
Nuestras risas nerviosas se hicieron presentes y una de nuestras carcajadas llamó la atención de una mesa cercana, donde unos señores trajeados y sus esposas estiradas nos miraban con desaprobación.
Me llevé una mano a la boca para intentar contenerme y Max hizo lo mismo, ambos intentamos fallidamente reprimir nuestras risotadas.
Finalmente nos serenamos, pero aquel destello de complicidad siempre estaba allí, creando un ambiente más que perfecto para lo que yo estaba segura que vendría después.
Me apoyé en la mesa, con mi imborrable y coqueta sonrisa.
—No te vas a escapar sin contarme algo de ti al menos, ¿estamos claros? —sentencié, porque ya íbamos por la segunda botella de champagne y aunque estaba un poco mareada, eso era suficiente para que yo me desatara un poco más.
Noté como se sobaba las manos, como si estuviera eligiendo por donde empezar.
—Mi familia se dedica a los sistemas de seguridad avanzada, ya sabes… ricos protegiendo a más ricos y paranoicos —dijo en broma—. Tengo veintiocho años también, me gusta el futbol y odio mucho las reuniones familiares, prefiero apañármelas solo y, como puedes ver, solo me rodeo de gente que considero realmente genuina.
Casi me atoraba con un pedazo de langosta a la mantequilla y finas hierbas cuando escuché aquella última frase, he de decir que mi estómago se revolvió en un santiamén. Pero me recompuse ipso facto para sonreír mientras asentía.
—Interesante… —dije fingiendo más curiosidad—. Pero, oye… tú también me olvidaste contar de tu estado civil.
Con aquel comentario me quedé viéndolo fijamente, quería probar hasta dónde llegaría su honestidad para conmigo, si él hablaba de ser genuinos, ya vería yo qué tanto aplicaría sus propias palabras para sí mismo.
La mirada de Max pareció opacarse ante mis ojos, bajó la mirada hacia su plato de comida y volvió a mirarme.
—Soy… divorciado —dijo con tono seco y amargo, pero luego se recompuso—. Pero en serio, no vale la pena hablar de eso ahora.
Entreabrí mis ojos, porque estaba claro que, si no quería hablar del tema, él sabía que algo le había hecho a la pobre Casandra o como se llamara y a su hijita, pero no podía ponerme a decirle lo que en verdad pensaba, así que fingí demencia y pena.
—Lo siento, de verdad… tienes razón, acabamos de conocernos y no tienes qué hablar de eso. Fue muy rudo de mi parte —dije, pero por dentro estaba muriéndome de la curiosidad.
Él sonrió y negó con la cabeza, apretando con suavidad mi mano.
—No te preocupes, Sasha, en verdad me agrada tu compañía y no quiero arruinar esto que está surgiendo aquí… entre nosotros. Además, espero tener más tiempo contigo. Ya habrá tiempo de hablar, ¿no crees?
—Claro, y aquí lo importante es que ambos estamos solteros —añadí y nos sonreímos.
El ambiente de buena vibra nos envolvía. Sentí una energía que me empujó a inclinarme hacia él para olvidarme del restaurante y sus alrededores.
Max pareció sentir lo mismo, porque ambos nos inclinamos al mismo tiempo hasta que nuestros labios colisionaron en un suave y casto beso, pero que en verdad llevaba una intensidad encendida en el fondo.
El champagne que había consumido había hecho lo suyo y mi rostro comenzó a arder de calor, sin mencionar otras partes que vibraban solo al tener cerca a Max.
Él se apartó para mirarme y rio con picardía.
—Sabes, creo que ahora has dejado de ser una chica misteriosa… ahora te llamaré “chica tomate”, con lo roja que te has puesto.
—Y tú no te quedas atrás, tus orejas parecen dos cerezas encendidas.
No pude evitar reírme tanto, que el mesero se acercó con una expresión paciente pero un poco divertida, indicándonos con una leve inclinación que debíamos bajar la voz, los amargados comensales de la otra mesa se habían quejado de nosotros.
Aquella interrupción nos hizo despabilar por un segundo, lo suficiente para que Max, con una sonrisa cómplice, me lanzara una mirada que comprendí al instante.
—Qué dices, Sasha… ¿nos vamos de aquí? —susurró tan cerca de mí, con su característico tono travieso y seductor que me tentaba a pecar.
Sin decir nada más, me levanté y tomé su mano con decisión, pagamos en la recepción y juntos nos desplazamos hacia la salida. El deseo nos consumía y comenzábamos a ser expertos en escapar de lugares caóticos.