CAPÍTULO OCHO Duncan trataba de ignorar el dolor mientras entraba y salía del sueño. Estaba de espaldas contra la pared de piedra y los grilletes le cortaban tobillos y muñecas manteniéndolo despierto. Más que nada, deseaba agua. Su garganta estaba tan reseca que no podía tragar, y tan áspera que le dolía el respirar. No podía recordar cuántos días habían pasado desde que había tenido un trago, y se sentía tan débil por el hambre que apenas podía moverse. Sabía que se estaba desgastando aquí abajo y que si el verdugo no venía por él pronto, el hambre lo acabaría. Duncan perdía el conocimiento por ratos al igual que los otros días, y el dolor era tan constante que ya casi se había convertido en parte de él. Tuvo algunas visiones de su juventud, de momentos que había pasado en campo abiert