Leila sabía que eso era cierto y el señor Nijsted prosiguió: –Entonces, él la conservó en su casa, con la intención de no revelar su existencia hasta que la obra terminada se encontrase colgada en el Museo. Una vez Leila, pensó que se trataba de una explicación lógica, que podía ser aceptada por cualquiera que no tuviera una base para sospechar. Como si adivinara lo que ella estaba pensando, el señor Nijsted preguntó: –¿Quién se va a imaginar que una jovencita como usted, y a quien no se le conoce ninguna habilidad artística en particular, pudiera copiar la obra de Vermeer de una manera tan brillante y con las pinturas y un lienzo de aquella época? –Supongo que se trata de una extraña coincidencia– admitió Leila como si las palabras hubieran brotado con dificultad de sus labios. –Tan