–La comida está servida, sir Robert– anunció el mayordomo. –¡Ya era hora!– dijo éste–, vamos, Leila. Se dirigieron a un comedor más pequeño que el empleado para la cena de la noche anterior. La muchacha habló acerca de los caballos que su padrastro había comprado recientemente. Sir Robert estaba determinado a que superaran a todos los demás del Condado. Cuando terminaron de comer, le dijo a Leila: –No te olvides que Hopthorne vendrá a verte esta tarde. –No, por supuesto que no– respondió ella–. Y me pregunto si sería posible que yo fuera a Londres mañana o pasado para comprar alguna ropa. –¿Ropa?– repitió sir Robert–, es en lo único que piensan las mujeres. Sin lugar a dudas, vas a querer mucha para tu ajuar de novia. Entonces la miró directamente, como si esperara que ella fuera a