CAPÍTULO IILEILA salió por la puerta principal y miró la luz del sol que se filtraba por entre los árboles. –Hace un día espléndido, Nana– comentó. –Más tarde hará mucho calor– dijo Nana, como si tuviera que encontrar algún defecto en todo. Leila no la estaba escuchando. Estaba pensando en lo emocionante que resultaba encontrarse en Holanda y poder contemplar la belleza de La Haya. Las casas de ladrillos rojos, con sus sugestivos adornos, parecían gratísimas cada vez que las veía, y pensó que nada podría ser más fascinante que estar próxima a visitar el Museo Mauritshuis. Caminó un tramo hasta que, casi sin pensarlo, expresó sus sentimientos en voz alta: –Estoy segura de que mi padrastro no me encontrará aquí. –Espero que no, señorita Leila– convino Nana. La joven se estremeció li