EL MULATO ARIEL

1086 Words
Árboles altos y frondosos entrecruzaban sus tupidas y amplias ramas dejando pasar tenuemente los rayos del sol sobre la inmensidad de estas lejanas y exuberantes tierras Andino—pacifico amazónicas. Después de caminar tanto por entre senderos y trochas empalizadas llenas de lodo, acompañados permanentemente por lluvia o neblina, Gabriel y Ariel, cansados a punto de desfallecer, acosados por un grupo de hombres venidos del norte y guiados por unos lugareños, llegaron a un claro en las entrañas de esta selva tropical, en pleno pie de monte costero. Solitaria, abandonada con su techo de paja lleno de rotos; ahí estaba una vieja casa de vareque y barro seco. Era un buen lugar para escamparse de las inclemencias del tiempo y refugiarse por un momento, mientras se recobraban las fuerzas de esta inesperada travesía. Los ojos de los dos personajes se iluminaron y el corazón quería salir de su escondite para decir gracias. La vida era generosa en esta instancia de la vida, se sentía un poquito de abrigo cerca de un rustico fogón. Había un pedazo de pan sobre una mesa sencilla de guadua. Durante los tres días de persecución los hombres del norte no habían dado tregua. Gabriel estaba exhausto, pero el mulato Ariel lo ayudaba a reincorporarse dándole ánimo. Sobre su hombro se apoyaba el joven de la ciudad. Sus pies estaban hinchados. Gabriel se desplomaba. Seguir luchando; era inútil, no existía motivación para hacerlo. Todo era tan absurdo, sin sentido. Las cosas se habían complicando de tal manera que la irracionalidad de unos hombres soberbios se dejaron llevar por un mal entendido sucedido en la cotidiana vida de ciertos personajes acostumbrados a vivir bajo las leyes del dinero oscuro y pernicioso; un hecho aislado y que aparentemente tocaba el amor propio de uno de estos personajes desataba la absurda violencia que tocaba a gentes ajenas a sus intereses. Ahora en estas lejanías, Gabriel y Ariel, sencillamente, eran victimas de una sentencia de muerte. El mulato Ariel atizaba las cenizas de la hornilla de barro semidestruida por causa del abandono, con facilidad obtuvo fuego. Afuera la tormenta arreciaba y los relámpagos pasaban por los rotos del techo iluminando la pequeña habitación que era toda la casa. El ambiente era pesado a pesar del torrencial aguacero las sombras de los del norte se movían como fantasmas amparados en la noche y en la tupida vegetación de la montaña. Solo era cuestión de minutos antes de que los persecutores intentaran entrar a la vieja casa. Gabriel sentado frente al fuego se tomaba la cara. Por su mente rápidamente pasaron tantas cosas, su vida había cambiado desde aquel viaje a la ciudad de Cali y hoy a sus veintidós años se refugiaba en una vieja casa destruida de en un monte tupido con el peligro de muerte en su espaldas. La lluvia después de golpear las frondosas hojas perdía la velocidad en su caída y llegaba al piso calmada y redonda golpeando los ligeros charcos que se formaban en el piso debajo de los árboles donde una fila interminable de hormigas cargaba hojas y pedazos de cáscaras de frutas silvestres de tamaños inmensamente mas grandes que su cuerpo; los pequeños y fuertes animalitos sin distraer un instante su labor continuaban su camino hasta su hormiguero. La pesada neblina seguía las espaldas de los fantasmas de esa interminable noche y los sonidos animales se perdían entre la cercanía y lejanía de los ecos de la selva. Los esfuerzos de Carmen, Flor, Llinda, Luis y sobre todo su gran amigo Petronio por aclarar la situación había sido en vano. Afuera seguía lloviendo. El trozo de pan calentado en el fuego de la hornilla calmaba el hambre; sensación producto de la angustia del momento, por la indefensión ante el eminente ataque de los persecutores. El mulato Ariel no se apartaba del hueco en la pared que oficiaba en ese momento como trinchera. Era una ventana sostenida con dos pedazos se madera de guayacán que se entrecruzaban tratando de ocultar la tristeza de un rancho abandonado que un día debió ser ocupar por el calor de una familia. Por entre los guayacanes se perfilaba la carabina beretta del mulato. La luna aparecía en el horizonte: inmensa, misteriosa, y hasta coqueta en el peligro. La noche se volvía clara y despejada, se podía sentir la respiración del miedo cuando la hora final esta asechando, las ramas de los árboles se maqueaban como haciendo la venia al paso de la muerte. Ariel llamo a Gabriel pasándole un viejo revolver smith—wesso. —Llega la hora joven Gabriel, acérquese a la ventana y cuide los disparos— -no manejo bien el revolver – —a la hora de la muerte si usted le tiene ganas a la vida, sus sentidos se harán reyes, solo debe tranquilizarse—. —esta bien Ariel— Los dos hombres esperaban el movimiento de los de afuera. En los días de estancia en la finca de piedras mojadas y en los nueve días de escapar por la montaña , Gabriel aprendió muchas cosas del mulato , así que la suerte estaba echada , solo era cuestión de tiempo. Ariel había calculado que sus persecutores eran unos diez aproximadamente incluidos unos lugareños que les servían como guías. —Como puedes saber cuantos nos persiguen —le decía Gabriel a Ariel. —la tierrita avisa—Jovencito. Ariel contestaba con la sin igual malicia indígena. La situación era desesperante , la noche anterior de esta inesperada huida se había atrevido a explorar el territorio y se pudo dar cuenta que cerca acampaban el grupo persecutor . por la forma de actuar y porque no habían perdido el rastro sabía que los guías eran hombres que conocían muy bien la región. La presencia de los lugareños con los del norte lo preocupaba demasiado. Se encontraban muy lejos del sitio donde estarían a salvo y la selva se volvía cada vez mas peligros .El sabía que su compañero de fuga no aguantaría un día mas. El mulato pasó su ruda mano por la cabeza del muchacho y le dio dos palmadas en el hombro, con ese gesto Gabriel comprendió el valor de la gente el campo cuando a entregado su amistad . No tenía porqué pero el mulato Ariel lo estaba acompañando hasta el final. La selva montañosa y verde se tragaba el eco de sus sonidos salvajes . La neutralidad de la noche era cruel. Un disparo que rebotó en uno de los dos palos de guayacán espanto el ambiente.
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