bc

DULCE AMOR

book_age16+
529
FOLLOW
4.3K
READ
HE
kickass heroine
blue collar
no-couple
kicking
campus
city
wild
like
intro-logo
Blurb

Siena Langley ha tenido una vida angustiosamente mediocre. Creció en un hogar feliz, hizo amigos leales, se graduó en la universidad y ahora persigue su sueño de dirigir su propia panadería. Aburrido, ¿verdad? Una historia así no sería para los libros. Al menos no hasta que metes a un vecino sexy en la mezcla. Un agente deportivo alto, melancólico, musculoso (como para lavarse la ropa con esos abdominales musculados) y de gran éxito. ¿Ya estás interesada? Pues aún mejor. El vecino no es un cualquiera, sino el némesis de la infancia de Siena, que convirtió sus días de gordita en un infierno. Ahora estamos hablando, ¿no?

Hudson Rey siempre ha sido el chico de oro. Uno pensaría que el perverso universo haría su trabajo y le arrojaría algo de karma, pero fue en vano. No sólo lo tiene todo, sino que también lo sabe. Además, todavía se la tiene jurada a Siena y vuelve a ser un imbécil de proporciones épicas (y su culo no es su única proporción épica) en cuanto se da cuenta de quién es la nueva chica de al lado. Es la misma historia de siempre con estos dos, excepto que esta vez hay atracción involuntaria y tensión s****l debajo de todo el odio. ¿Es sólo lujuria o el universo tiene realmente un plan?

chap-preview
Free preview
CAPÍTULO 1
—¡Rayos! Dejo caer la caja que contiene todas mis cosas y me agarro el dedo del pie, dando saltitos por mi nuevo apartamento como un maldito acróbata. Ya sabes, si los acróbatas no tuvieran ningún sentido de la coordinación ni del equilibrio. Probablemente por eso pierdo el equilibrio y caigo al suelo, junto con mi caja, de bruces. Mi gemido se amortigua contra las frías baldosas. —Ay. Se congela la imagen, se graba y se señala. Esa soy yo. Siena. Probablemente, te estés preguntando cómo llegué aquí. ¿Dejada por un novio? ¿Echada de mi antiguo apartamento? ¿Renegada por mi familia? Intente abrir mi propia panadería y mudarme a un lugar que es el doble de grande que el anterior, perras. No vas a conseguir una historia triste de mí. Excepto tal vez mi equilibrio y falta de coordinación. Esas son obviamente catastróficas. Pero también completamente irrelevantes. Me vuelvo a levantar de un salto y me quito el polvo de encima, con las manos deslizándose por el satén de mi falda lápiz. Echo los hombros hacia atrás y me dispongo a deshacer el equipaje despreocupadamente, porque soy así de guay. Y porque tengo demasiada experiencia en desastres espontáneos y encuentros cercanos a la muerte. Quizá por eso se me da tan bien la repostería: no requiere moverse mucho. Adoro a mis padres, pero tienen una capacidad manifiestamente inexistente para realizar el simple acto de caminar y por eso les echo la culpa de mi naturaleza caótica. En el resto hicieron un trabajo bastante decente. No creo que muchos padres apoyen que sus hijas abandonen los estudios de medicina para perseguir el sueño de toda una vida de repostería, pero los míos lo hicieron y les estoy agradecida por ello. Nunca me impidieron hacer lo que me gusta, ni siquiera cuando era una niña con sobrepeso que se comía casi todo su pasatiempo. Probablemente, deberían haberme detenido entonces, pero me gusta pensar que mis días de gorda me dieron carácter. Una personalidad. La gente que nace guapa por naturaleza rara vez ha experimentado lo que es que la vida les humille. ¿Yo? He vivido y aprendido. Puede que ahora sea un partidazo, curvilínea y rubia con unos hoyuelos superbonitos, pero tampoco se me sube a la cabeza porque he estado en el lado oscuro. El lado donde los chicos se burlan de ti y las chicas cuchichean a tus espaldas y toda la clase se ríe de ti cuando se te cae el cuaderno y se abre en la página donde está escrito mil y una veces "Siena + Matthew". Hablando de que la vida te da una piel gruesa. Por eso no me impresiona demasiado cuando el chico de la mudanza entra cargando una caja bastante grande y la deposita en el suelo, se endereza y se agarra el dobladillo de la camisa para limpiarse el sudor de la frente. Lo ha hecho a propósito. Y por la forma en que sus ojos chocan con los míos, con una sonrisa en la comisura de los labios, sabe exactamente lo que está haciendo y también sabe que soy consciente de ello. Oh, la mente simple de un hombre. Me hace creer en la evolución, porque los hombres... Animales totales. Así que muerdo el anzuelo y le devuelvo los latigazos, aprovechando una clara oportunidad que se me acaba de presentar. ¿Porque las mujeres? Muy listas. —Debes de hacer mucho ejercicio—me dirijo lentamente hacia él, cruzando los brazos para empujar mis impresionantes chicas hacia arriba. Los ojos de Movert Guy caen más rápido de lo que la gravedad debería permitir. Vale, eso me parece impresionante. —Esa caja no te ha dado ni un pequeño problema. —Nop—, asiente, aún hablándole a mi pecho. Con clase. Me aclaro la garganta y sus ojos vuelven a posarse en los míos. Tiene la decencia de parecer avergonzado. —Creo que eso es todo. —Sí—, le sonrío. Tres años de ortodoncia significan sonreír aunque el cartero te tire el periódico a la cabeza. —Gracias por tu ayuda. No habría podido hacer esto sin tu ayuda. BEEP. Ese es el sonido del radar de mierda que detecta basura. No podría haberlo hecho sin él, mi culo. No es como si me hubiera mudado a otro estado para empezar una vida completamente nueva a la madura edad de treinta años o algo así. Pero estoy a punto de engatusar a este pobre imbécil con mis increíbles poderes vudú de adorable damisela en apuros. Movert Guy sonríe, con su enorme ego acariciado hasta el borde del orgasmo, y sé que lo he atrapado. —Cuando quieras. Espero que nos llames si vuelves a mudarte. —Por supuesto—asiento y miro el reloj, fingiendo un mohín. —Es una putada que me haya pasado dos minutos. Sé que tu empresa me cobrará la hora completa, lo cual es totalmente injusto. No pareces el tipo de hombre que es injusto en absoluto. —No lo soy—sacude la cabeza con vehemencia. —No te preocupes. Pondré en el registro que terminamos en la marca para que me pagues solo las dos horas. —¿En serio?— Entrecierro las manos. —De verdad—asiente. —Eres un salvavidas—insisto y saco mi talonario de cheques, garabateando. —Te debo una. —¿Qué tal si cenamos? Oh-oh. Me sale el tiro por la culata. Escondo una mueca de dolor mientras pienso cómo responder. Por un lado, puedo decirle que no y evitar el flirteo, aunque lo haya iniciado yo. Por otro lado, ser un antiguo m*****o del lado oscuro también te da un corazón que hace que nunca olvides este sentimiento: el sentimiento de rechazo. Es de mal gusto, pero me cuesta mucho decir que no a la gente. Siempre pienso en cómo me sentía cuando las chicas me excluían y los chicos no me pedían salir y los padres asentían con simpatía cuando iba a por los tercios en la venta de pasteles del colegio. Así es como siempre me encuentro en situaciones que tienen una solución muy sencilla: decir que no. Hazlo, Siena. Súbete las bragas y dile que no. No estás interesada y eso es todo lo que se necesita para que esto se justifique. Una maldita palabra. —Sí—, chillo. Oficialmente me odio. Sonrío torpemente mientras el chico de la mudanza garabatea su número en un papel antes de dármelo. Sabiendo que no voy a utilizarlo en absoluto, lo deslizo hasta el otro lado del mostrador y le doy el cheque. Espero que el pago le distraiga de nuestro intercambio. —Conozco un sitio estupendo a un par de manzanas de aquí. O no. Empieza a hablar animadamente del impresionante contenido de su menú, como si el sitio hubiera salido directamente del culo de Gordon Ramsay y no fuera un restaurante cualquiera. Está intentando vender un juego malo y no tiene ni idea de que va a fallar. La sola idea me hace estremecer porque sé que voy a seguir con esto por pena y prolongar el incómodo rechazo hasta que hayamos tenido nuestra cita. Una parte de mí se pregunta si disfruto sufriendo. Por lo visto, ser el niño gordo hasta el instituto no era suficiente. Fijaos en el superdotado aquí, chicos. —Estoy agotado—me encuentro soltando de repente para cortarle. Hostia puta, este tío sabe hablar. No sé si son los nervios, porque antes de este momento estaba muy tranquilo y sereno. En cualquier caso, no parecía que sus divagaciones fueran a detenerse pronto y mi ojo derecho ha estado temblando más allá de mi control. —¿Podemos terminar esto por mensajes? —Sí. Claro—Vuelve a hablarme a las tetas. Mi boca se tuerce hacia abajo. —¿Hablamos mañana? —Ellos no hablan—le digo, y Movert Guy por fin levanta los ojos, con las orejas rojas. —Escucha, gracias por tu ayuda, pero ya es tarde. Tengo que acostarme. —Sí, claro—, asiente, probablemente sintiendo que ha arruinado sus ya escasas posibilidades. Al menos sabe cuándo dejarlo. Sabiamente, se queda callado mientras lo acompaño fuera de mi apartamento, una belleza de rascacielos cuyas ventanas de cristal del suelo al techo dan al bullicioso estado de California. San Francisco está vivo incluso a estas horas de la noche y las brillantes luces amarillas y naranjas parecen estrellas en el suelo. Sonrío al captar la vista, sintiendo una oleada familiar de emoción ante la perspectiva de vivir aquí. Ya era bastante aterrador dejar la facultad de medicina, pero mudarme de Minnesota, mi ciudad natal, era aún más aterrador. Había vivido allí toda mi vida y eso me había creado una enorme manta de seguridad de la que nunca me había molestado en sacar la cabeza. Era hora de vivir y eso significaba aceptar el cambio con elegancia. ¿Cómo se dice? ¿Últimas palabras célebres? Sí. Porque cuando abro la puerta de mi apartamento, me encuentro inmediatamente con un hombre alto y ancho que está abriendo la puerta del apartamento de enfrente. Solo su espalda parece prometedora y se me seca la boca. Hola, vecino. Pero creo que lo he dicho en voz alta, porque de repente se da la vuelta con las cejas muy juntas. Joder, es impresionante. El pelo oscuro y los ojos oscuros a juego ya matan, pero una mandíbula cuadrada, unos labios bonitos y la sombra de las cinco de la tarde lo hacen lo bastante guapo como para querer caerte muerto porque sabes que no puedes competir con una cara así y que, sencillamente, deberías dejar de existir. No tengo ninguna duda de que mi mandíbula está cómodamente sentada en el suelo en algún lugar, al menos hasta que el reconocimiento estalle en algún lugar de la nuca. Hay algo en él... algo en el brillo de sus ojos que me hace querer sacar una cruz y empezar a cantar rituales porque sabes que este es el tipo de tío que te va a dar caña en un buen día. Solo he tenido esa sensación de una persona y mi mandíbula ya floja se desencaja aún más. De ninguna. De ninguna manera. —Tú—, suspiro, un poco decepcionada porque no me sale fuego de la boca para quemar a ese imbécil. Levanta suavemente la frente, pero no me reconoce. No tiene ni idea de quién soy, ¿verdad? Esto no puede estar pasando ahora. —¿Quién es?— Movert Guy susurra desde detrás de mí. Parece muy interesado en esto por mi reacción dramática, así que le sigo la corriente, con una comisura del labio curvada en una mueca sin apartar los ojos de mi nuevo vecino. —Lucifer, si es que puedo usar ese término.

editor-pick
Dreame-Editor's pick

bc

Cuatrillizos Alfa y su Princesa de Hielo Perdida

read
548.6K
bc

Te Quiero de Vuelta.

read
11.5M

Scan code to download app

download_iosApp Store
google icon
Google Play
Facebook