5. Adiós León

1847 Words
[León Hernández] Después de que Lucía se fue, ya no había nada más que hacer. Saqué las llaves del taller de mi bolsa y las dejé sobre el escritorio de nuestra oficina improvisada. Me di media vuelta y observé por última vez el lugar en el que un día puse todas mis esperanzas y sueños. Por ahora, le daba una pausa, no sabía que me aguardaba en Monteverde, sólo esperaba que la vida allá fuera mucho más fácil que la que tenía aquí en San Juan. Llegué a casa, sentía tanta impotencia que las cosas con Lucía tuvieran que terminar de esta manera, pero por una parte las palabras que dijo se me habían clavado muy adentro de mi mente y borrarlas sería muy difícil. Sentía el coraje recorriendo la sangre de mis venas, apreté los dientes para no dejar salir el llanto, no me gusta sentirme débil. Mucho menos llorar por una mujer. Había estado enamorado de Lucía desde hace años, casi desde que éramos niños, aunque yo era mayor que ella casi cuatro años, esperé a que tuviera la edad suficiente para confesarle mi amor y aunque al principio ella no estaba muy convencida logré que me aceptará. Jamás volvería a sufrir por amor. Los deseos de las mujeres era algo que nunca había comprendido bien. Saque de mi closet la última mochila que utilice para asistir a la escuela. Metí algo de ropa, unos cuantos pantalones, playeras y ropa interior. Cerré la mochila y me la acomodé en un hombro. Cuando salí de mi habitación pasé a la de mi abuelita, pero no estaba. Entonces me dirigí a la sala, ahí me esperaban mamá y ella, podía ver la tristeza en su mirada, ellas sabían que era hora de mi partida. —Mamá, abuela, me voy —digo con voz ronca, se me ha formado un enorme nudo en la garganta. Mamá asiente, mi abuela camina hasta mí para abrazarme, me persigna y me da su bendición. —Cuídate mucho mi Leoncito, estaré rezando para que a donde quiera que vayas estes bien —asiento con una leve sonrisa. —Gracias abuelita, te extrañaré un montón —le digo al mismo tiempo que la abrazo de nuevo, con fuerza como si no quisiera soltarla nunca, mi abuela es como una segunda madre para mí. Después mi madre se acerca a nosotros. —Hijo, cuídate mucho, debes tener mucho cuidado con la gente rica, a veces son muy crueles —arrugo la frente, las palabras de mi madre me dan a entender que hay una razón por la cuál lo dice —nunca dejes que apaguen tu luz, ni tu esencia, siempre recuerda que eres un muchacho humilde y honesto. Razono sus palabras en silencio y asiento. —Nunca olvidaré de donde vengo mamá, en cuánto pueda vendré por ustedes, lo prometo. Mamá sonríe con cariño. Les abrazo una última vez al mismo tiempo. —Creo que ya es hora de irme, tomaré el bus hasta el hotel donde se esta quedando el señor Joaquín —suspiro —despídanme de mi hermano, díganle que pronto nos veremos de nuevo. Camino hasta la salida de la vecindado donde vivo, paso por donde la madre de Lucía tiene su puesto de comida, pero evito mirar al interior, no quiero verla, sus palabras me han herido. Media hora después llegó al hotel, subo hasta el piso donde el señor Carbajal se esta hospedando y toco la puerta. Él abre, veo que no esperaba tan temprano mi llegada. —Estoy listo —digo antes de que él pueda saludar. Dibuja una sonrisa de alivio en su rostro. —Entonces andando, solo recojo mis cosas y nos vamos, pasa —me dice abriendo la puerta por completo yo entro y él la cierra a mi espalda, veo como saca una maleta grande, rectangular y gris con rueditas, todo un lujo comparado con mi pequeña mochila de la escuela. —¿No llevas equipaje? —me pregunta de pronto, alzo mi mano cargando mi mochila, él entiende la respuesta y asiente con una leve sonrisa. —No te preocupes León, pronto tu vida cambiará por completo, no tienes idea de la cantidad de dinero que te ha dejado Eugenio, él era un hombre muy rico, te platicaré una anécdota de nuestra juventud, cuando yo me casé funde junto a mi esposa Industrias Textiles CarSo, los primeros años nos fue increíble, pero luego de la oleada de devaluación del dólar y el peso de los años noventa, mi empresa se fue a pique, casi me quedo en la ruina de no haber sido por tu padre quien me compro el cincuenta porciento de las acciones, entre los dos sacamos adelante la empresa, yo lo estimaba y lo quería como si fuera un hermano propio, incluso mis hijas lo llamaban tío Eugenio. —¿Qué significa CarSo? —le pregunto con curiosidad, el deja de meter ropa en la maleta. —Carbajal Solis, mí apellido y el de mi esposa en conjunto, a Eugenio nunca le molesto que se conservará el nombre de la empresa después de convertirse en el propietario del cincuenta porciento de nuestras acciones. Trago saliva. —¿Cree que yo pueda ser capaz de trabajar en una empresa así? No se nada de textiles —le digo con preocupación. El señor Carbajal se sienta a lado mío. —No te preocupes, intentaremos que aprendas lo suficiente con la práctica se llega a aprender, mi hija menor te estará apoyando durante el proceso, ella era quien me ayudaba con la administración cuando tu padre estaba de viaje, ella es economista, sabe mucho sobre empresas, te enseñara bien, es un poco delicada de carácter, pero muy en su interior es una buena chica. Frunzo el ceño. ¿Cómo que delicada de carácter? Ahora se me vienen a la mente las palabras que mi madre dijo sobre la gente rica, aunque el señor Joaquín hasta ahora se había portado muy bien conmigo. —¿Cuántos años tiene su hija? —le pregunto con intriga. —Veinticuatro, es casi de tu edad ¿no? Ella se llama Ximena, mi otra hija Daniela tiene veintiséis años, ella también trabaja en CarSo, pero en el departamento de diseño, es diseñadora de modas, espero que te puedas llevar bien con ellas. Asiento. —Trataré… —digo. Una hora después vamos en camino hasta Monteverde en el auto del señor Joaquín, tardaremos unas tres horas en llegar hasta allá. Me siento ansioso ante lo desconocido, pero al mismo tiempo ya extraño mi hogar y mi familia. Suspiro mirando a través del cristal. Nunca había estado en Monteverde antes, mi padrastro siempre platicaba que era una ciudad grande, el si viajaba mucho ahí con cargamento por su trabajo. Pasamos por el centro de la ciudad y era vedad, había edificios enormes a los costados de calles para tres carriles, veía con atención como si fuera un turista de vacaciones, negocios por doquier, tiendas, restaurantes. Hasta que pasamos la zona comercial y nos adentramos al parecer en las colonias donde vive la gente con dinero, por que a lo lejos se divisaban las grandes casonas. Atravesamos una colonia donde las casas eran enormes, no podía imaginarme si quiera vivir en una de ellas. Hasta que el señor Joaquin detuvo el auto frente a la más grande de todas. —Aquí es, esta es tu casa a partir de ahora —dice y sale del auto, yo hago lo mismo. Miro con gran asombro la enorme puerta de madera que esta frente a mí. Mi cuerpo esta tenso, hasta ahora caigo en cuenta de lo que estoy viviendo —mientras te pones cómodo, gestionaré con el abogado de tu padre para que te entregue las tarjetas de las cuentas de banco y todo el demás papeleo de la herencia, quisiera quedarme un poco más pero mi hija Ximena ha regresado de viaje después de varias semanas y necesito hablar con ella, mañana te presentaremos como el nuevo dueño de la compañía para que estés listo, antes de las 8 am pasaré por ti. —Muchas gracias por todo lo que hace por mí —le digo con sincera gratitud extendiéndole mi mano, en cambio el me responde con un fraterno abrazo. —Es lo menos que puedo hacer por ti, Eugenio fue como mi hermano. Veo como el señor Joaquín se va en el auto. Abro la perilla de la puerta de la casa, pero esta se abre, respingo al ver a una señora con uniforme frente a mí. —¿Joven León? —pregunta ella, yo asiento sin decir palabra —lo estábamos esperando, pase, mi nombre es María y soy el ama de llaves de la casa, en total somos cuatro personas las que trabajamos aquí, otra señora y yo nos encargamos de la limpieza, el chofer y el jardinero, pero el sólo viene una vez al mes. Yo la sigo hasta la sala de estar, veo con asombro como el salón es del tamaño de toda la casa de mi familia en San Juan, los muebles, todo es muy lujoso en el interior de esta casa. —Mucho gusto María. —Debe estar cansado del viaje señor, si gusta puedo prepararle algo de comer, o supongo que querrá descansar, le muestro las habitaciones principales… —Por favor María, no me diga señor, dime León. Ella se sonroja. —No como cree, si usted es el hijo del patrón, bueno ahora que el señor Eugenio ya no esta usted es el nevo dueño de la casa. —Esta bien —le digo al no quererla incomodar —si quisiera descansar un poco, no he dormido nada estos últimos días. La señora María me da un mini tour de la casa, me muestra donde está la cocina, el comedor, el despacho donde mi padre solía trabajar por las tardes, me sorprende al saber que tiene un cine en casa, una sala de juegos de mesa y hasta un gimnasio. Subimos las escaleras dobles donde hay una estancia de descanso, así como dos enormes pasillos donde puedo contar unas diez puertas que supongo serán habitaciones. Ella se detiene frente a una. —Esta es la puerta de la habitación de su padre, le recomiendo la habitación de enfrente es la que da con balcón al jardín, ahora que si quiere una con balcón a la parte de enfrente puede escoger esta, si necesita algo solo tiene que presionar el botón que esta a un lado de la puerta y vendré enseguida. Asiento. —Gracias María. Entro en la habitación frente a la de mi padre, la que dijo que tenia balcón al jardín. Abro los ojos de par en par al ver los muebles de madera brillante y fina color caoba. Exquisitamente tiene un olor a lavanda. Siento que me mareo al ver tanto lujo, esto es demasiado para mí. Aprieto con fuerza mi mochila, la dejo sobre la cama y me siento. Ahora me siento más solo que nunca. Miro de nuevo la habitación preguntándome ¿y ahora qué?
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