Vociferé como un animal, parecía más un grito gutural que salía de mí y no me dolía: me devolvía. El recuerdo cuando me fui de casa resurgió de mi mente de forma poderosa.
Ahí estaba yo esa mañana, recogiendo todas mis pertenencias con mí auto en la entrada de la casa esperando, no dejé las llaves en la sala porque sabía que mamá no iba a querer que me fuera y sería capaz de esconderlas. No había un orden particular para meter todo en mi maleta, lanzaba lo que podía e igualmente repetía esas acciones con las cajas en mi habitación, sólo que era un poco más delicada con algunos objetos. Mamá me veía desde la puerta, abrazándose a sí misma mientras trataba de no llorar aunque había pasado un rato largo haciéndolo. Lo siento, pensé, pero esto es lo que debo hacer.
Wanda estaba feliz porque me fuera, iba a irse de fiesta en la noche para celebrar que “la cosa maldita” se iba a ir. No iba a discutir con ella, sólo la evité como correspondía en una situación así.
Dimitri me esperaba con el clan, sabía que no permitiría otro ataque, menos a mi familia, menos todavía a mi padre. Los Demonios de la Memoria me conocerían por las malas, ya que no quisieron entender por las buenas.
Mi grito se detuvo, mis padres me sostenían, mi cuerpo estaba frío y yo recordaba quién era.
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Historia – Microsoft Word
“Descríbete, luego explica algo que quieras, desahógate”.
¿Una descripción sobre mí? Okey, no será fácil, pero puedo asumir el reto.
Nací en 1991, una mañana cálida de otoño, lo cual desfigura por completo en esa época del año ya que naturalmente el frio cala hasta los huesos. El día doce de octubre, decidí dejar de molestar en el vientre de mi madre para hacerlo fuera de este y también incordiar un poco a mi padre, aunque esto siempre lo digo en broma, los dos son increíbles, a pesar de mi condición —ya les explico, vayamos con calma— la cual llevan algo parecido a bien; sigo siendo yo después de todo. Tengo veintiocho años actualmente, 2019 se me ha hecho largo, ¡quiero tener ya veintinueve! Aunque no por la edad, sino por la fiesta que armaremos para ese día.
Desde niña mostré un carácter duro, impasible, he sido, y seré directa, concreta y más de una vez escuché que “demasiado cruel”. Lo cual puedo justificar, ¡claro que sí! Nunca me ha gustado la imperfección, las cosas hechas por salir del paso, estoy en contra de ello y mi madre, Susana, insiste en que no todo puede ser exacto y a media. Obviamente sí se puede, porque mi padre, Eddy, y yo tenemos, pues, la necesidad de que todo sea así. Mis familiares dicen que me parezco mucho a él en cuanto a actitud, y Wanda, mi hermana, se parece a mi madre.
Tengo una hermana, sí, Wanda Maroney, tenemos 8 años de diferencia, lo que significa que ella tiene 20 y se comporta como la pequeña mocosa revoltosa que es ¡y muy a mi pesar, jamás cambiará! Es de mediana estatura, tiene buen cuerpo, cabello pelirrojo y que se torna gris casi a la mitad de esa larga melena, ojos grises que complementan en su rostro delicado, labios finos y rosados. Bonita, claro, pero una niñata rebelde y muy mal portada. No mal educada, mis padres han sido tanto flexibles como estrictos, impartiendo las mismas reglas en ambas, sin quebrarse nunca. Mi padre es profesor, ¿entienden que esto se le da muy bien? Y Susana, contadora, una de las socias más importantes, si por así decirlo. Dinero no nos falta, pero tampoco somos de esos que mal gastan todo por hacerse notar; gastar en cosas que no nos hacen falta para impresionar a gente que no nos importa, ¿para qué?
Al final de la historia de Wanda, es que siempre cree que se saldrá con la suya, pero nunca ha sido lo suficientemente valiente para terminar de asumir toda la responsabilidad de sus acciones, lo cual le lleva a no terminar las cosas que comienza y por lo tanto: NADA LE SALE COMO ESPERA. Es algo así como una —muy buena— ley de vida.
Siguiendo conmigo, es que mi adolescencia fue hambre, locura, y una gran sorpresa. Obvia para algunos, triste para otros. Comencemos con el hambre:
La mayoría del tiempo tenía ganas de comer, sólo que la comida por más deliciosa que fuese, no terminaba de satisfacerme, nunca lo hacía. Mi madre, notó esto bastante extraño, ¡no importaba cuanto comiera, nunca terminaba de saciarme! Aún así, decidí hacer ejercicio, ¡comer y comer no significa que mantendré una buena figura toda la eternidad! Tenía buenos hábitos, dieta no muy estricta, ejercicio sin excederme, estudios siempre al día. Una vida común, sencilla. Pero el hambre seguía, hasta que cumplí mis dulces dieciséis.
Luego la locura:
Entre mis catorce, quince y dieciséis, hice muchas cosas geniales —y arriesgadas—; me divertí a lo grande y aún lo hago. Salidas a lugares fantásticos, historias increíbles, personas diferentes, todo y más en esos tres años de mi vida. Pero los que más resaltan son mis quince, donde creo que realmente mi vida de verdad comienza.
Finalicemos con la gran sorpresa:
Hay chicas que desean aventuras divertidas, otras cosas sencillas, luego estoy yo, que nunca pedí nada y me encontraba en una habitación de tres paredes blancas, una azul donde se situaba una silla, como las de los odontólogos, y supe que mi destino se había escrito de una manera que jamás se podría cambiar.
Revisaron a mi hermana primero. Contaba con sólo siete años y decidieron revisarla por seguridad; yo no terminaba de comprender qué sucedía en realidad, nadie me dijo nada desde el momento que aquellos seres tan altos —quizá de dos metros, quién sabe si más— entraron a la casa, entablaron una larga conversación con mis padres, los cuales estaban aún más nerviosos que nosotras. Hablaron primero con Wanda, “sólo queremos evitar a futuro algo que lamentemos, por ello, la más joven va primero”. Lloriqueó, pataleó, y les suplicó que no le hicieran daño, una mujer de cabello anaranjado, prometió que no sería nada malo, era como ir a una revisión del médico, sólo que sin pinchazos ni cosas frías pegadas al cuerpo.
Salió con un caramelo y hasta más relajada. Recuerdo que la deteste en ese momento, ¿por qué armó aquel escándalo sí nada malo le sucedería? Pensé que ella sabía todo lo que sucedía y me había dejado a mi suerte. La cual no es exactamente buena.
Pasé yo, con las manos sudadas, la frente en alto, y pensado: ¿qué podría suceder mal? Nada, me auto-respondía, eso me relajó un poco.
Hasta que tomaron mis manos, revisaron mi cuello y espalda de manera sumamente cuidadosa. Era como si estuvieran buscando un punto exacto, un lugar donde se sabría la verdad y nadie podría cambiarla, porque así sería. Después de la exhaustiva revisión, en la cual me sentí bastante incómoda, revisaron mis ojos que siempre fueron mucho más claros que las personas normales, casi transparentes; con una linternita inspeccionaban y tomaban anotaciones, la mujer de cabello anaranjado puso una expresión que me hizo temblar, creí que me derrumbaría y lloraría en ese mismo instante, me contuve.
— Ella es. — Susurró, y bajó la mirada.
¿Qué era? ¿Por qué ser algo era malo? No sabía que era, pero no podría ser tan malo, ¿o sí? Cuando volvimos a casa, mi madre se metió en la habitación a llorar, Wanda estaba en casa de la vecina jugando con alguna amiga suya y mi padre estaba en la cocina, apoyado de la encimera, con los brazos cruzados, pensando. Yo me quedé en mi habitación, tenía miedo. Desde que aquella mujer había hablado, mis padres entraron en una especie de shock. Wanda estaba hasta feliz, sencillamente no le afectaba en lo más mínimo.
Yo sentía el corazón apretándome en el pecho, no sabía que decir, que hacer, pero si sabía que tenía miedo, terror, ¿qué era tan malo? Los hombres, que escuché se les hacían llamar Guardianes, conversaron con mis padres después de que la mujer les mostrara unos papeles a ambos, mis padres no aceptaban el contenido en ellos, yo nunca llegue a leerlos, los Guardianes aseguraban que al cumplir mis dieciséis lo mejor que podrían hacer era que se me educara de otra manera. ¿Cuál? ¿Mis notas serían sobresalientes? ¿Debía de preocuparme por detener mis estudios en ese momento? ¿Mis padres estaban de acuerdo? Una respuesta a ello, concreta y sin lugar a las dudas: No lo sabía.
Estaba desorientada, sentada de rodillas en el suelo, con las lágrimas contenidas. Escuché a mi madre, se disculpaba, rogaba perdón. Entré a la habitación. Me partió el corazón, y aún lo hace el recuerdo.
—Lo siento, nena, lo siento. — Mamá lloraba sentada en su cama, yo la había escuchado antes de entrar. — ¿Cómo no me di cuenta? — Sollozaba y sus hombros se movían de manera estrepitosa.
— ¿De qué? Dime, por favor. — Entre temerosa a su cuarto, caminé desde la puerta hasta quedar frente a la cama. No quería entrar, pero allí estaba.
— ¿Por qué tú? ¡Oh, Melinda! — Lamentaba, no entendía qué.
— ¡Mírame! ¿Qué pasa?
Papá entró al cuarto y abrazó a mi madre como pudo, ya que su llanto y su negación causaban un poco de miedo.
— Melinda, tú eres un Gula. — Soltó mi padre así sin más.
Mamá lloró aún más, mis ojos se abrieron. Llevé mis manos a mi corazón, ¿un Demonio? ¿Eso soy? Así que esas leyendas eran ciertas, son ciertas, y yo soy la prueba de ello. Yo.
— Susana, era un poco obvio. Melinda siempre ha sido un poco cruel, y siempre ha tenido esa hambre inexplicable que nunca llegarías a saciar al menos hasta que tomará tu alma. — Razonó mi padre. Él nunca había tenido un poco de delicadeza al explicar las cosas, por eso era tan buen profesor de Biología.
— Lo sé, pero yo no quería creer que mi bebé podría ser algo así.
Bajé la mirada, ¿mi madre me odia por ser así? Salí corriendo del cuarto y mi madre me llamo varias veces pero no quise volver, corrí fuera de casa hasta cansarme, me detuve cuando mis piernas dolían y me senté a llorar, no sabía ni dónde había parado, sólo me senté y lloré. Cuando las lagrimas pararon, me di cuenta que estaba en la carretera, donde solo bosque y arboles altos se divisaban de ambos lados, caminé por la orilla tratando de regular mi respiración y aclarar mi mente.
— ¿Un Demonio Gula, de verdad? — Intentaba razonar, pero hasta mi voz, que siempre había sido grave y dura, se había convertido en ese momento en un susurro apenas perceptible.
No quería creerlo, pero así era, es y será. Necesitaba respuestas, comprender mi condición, por qué debía de serlo y cómo podría llevarlo.
Después de todo, no tendría que ser tan malo, ¿o sí?
Los años pasaron y yo termine mis estudios básicos, luego entre a una universidad lejos de mi ciudad, en otro país; aún estando lejos debía de ser vigilada, por lo que fui con uno de los Guardianes que me instruían y explicaban la manera en que debía de controlar todo en mi mente, alma, y hambre, por supuesto. Ser un Gula es fácil, siempre y cuando tengas cuidado de las cosas que haces o piensas, más esto último, ya que el pensamiento conlleva a la acción, por ello hay que tener cuidado. En nosotros aplica el: “Eres lo que comes”, no todos somos malos. Nosotros absorbemos almas, las devoramos y al final lo que dejamos son cuerpos, cuencos vacíos sin una razón por la cual seguir.
En mis años de universidad, conocí a Klaus, un joven que quería ser historiador desde que tiene conciencia, o así me contó; es bueno, no le quito eso, sólo que muy confiado, egocéntrico si me lo permiten. Klaus y yo teníamos una buena amistad, él evitaba que me metiera en problemas y yo le ayudaba con algunas materias. Me interesó graduarme en sociología, para dar clases en la ciudad y quizá en alguno de los pueblos contiguos.
Klaus al escuchar una conversación que tuve con el Guardián, llamado Bill y se hacía pasar por mi abuelo, hizo que investigara a fondo sobre “Demonios”, él no daba con lo que quería, ya que decidí alejarme con el tiempo de él. ¿Averiguar sobre nuestra r**a y luego usarme a mí como experimento y ganar unos cuantos millones? ¡No lo hice yo con los Guardianes cuando tuve oportunidad y este idiota pretende hacerlo conmigo!
Fingió enamorarse de mí, para mantenerse cerca, cosa que no le permití desde que me di cuenta de todas las investigaciones que estaba realizando. Klaus será egocéntrico y manipulador, pero no muy inteligente a la hora de ocultar ciertas cosas, y con ello me refiero a las muchas anotaciones que tenía en varios cuadernos y hojas metidas en carpetas. Nunca tuvo un argumento real para acusarme de lo que era, hasta que el Guardián supo que él era un Caníbal, los que terminaban el trabajo por los Gula o Memory en caso de que fuese totalmente necesario.
Les explicaré a que almas decidimos tomar: no matamos gente inocente, tenemos una especie de contrato con varias cárceles a nivel mundial las cuales nos entregan asesinos, psicópatas, para absorber el alma de estos y terminen suicidándose, si en un plazo de tres meses no hacen nada, los Caníbales rematan el trabajo. Nos pagan por esto y somos clanes grandes que deciden unirse a esto. Hay Demonios, tanto como Gulas y Memory, salvajes. Estos son los que nos causan problemas, como los cazadores que pretenden exterminar nuestra r**a aun a sabiendas de que es prácticamente imposible. Sólo los Guardianes conocen las maneras de matarnos, y no se le cuenta a nadie. Por lo tanto, en nuestro modo de vida, las traiciones se cobran bastante caras y dolorosas.
No aceptamos errores, y sólo se le da el trabajo a quienes consideren los Guardianes en total capacidad para aceptar y cumplir al pie de la letra estas misiones. Había pequeños clanes de razas, varios mezclados y otros estrictos con los que podían entrar. Yo lidero un clan, tengo la aprobación de los Guardianes para dirigir y educar a jóvenes demonios y otros mayores que les agradaba la unidad entre mi gente. El proceso o ritual que llevamos a cabo para tomar el alma es algo de hace muchos años, podemos matar a millones de miles en un lugar, la concentración es algo primordial en estos asuntos. Al más mínimo error podemos causar problemas incorregibles.
En cuanto a Klaus, lo mantuve como amigo. Nunca quise una relación amorosa con nadie, por lo tanto, sólo obtuve amigos durante 21 años. Como Shady, Dimitri, Jason, Redmon y la pequeña Kadhi. Amigos desde la infancia y adolescencia, Shady y Dimitri; con quienes viví aventuras en mi ciudad y los dos pueblos contiguos entre mis trece y catorce años. Jason, Redmon y Kadhi, fueron amigos durante mis quince y dieciséis, mantenemos el contacto y aún nos reunimos, nos vemos a veces en los rituales de absorción. Sí, los cinco son demonios. Son personas a las que les guardo respeto y cariño. Los otros siete años, por si se lo preguntan; en una relación, a que no adivinan con quién.
Dimitri y Shady son mi mano derecha, abogo por ellos de ser necesario y ellos toman el mando cuando todo nuestro clan se reúne, repartiendo instrucciones, siendo consientes del poder que yo misma les otorgué. Muchos de los hombres y mujeres mayores que están conmigo, desean que sea Guardiana, pero quisiera sólo quedarme con ellos, me gusta la enseñanza y llevarlos por un buen camino.
Digamos que este es el breve resumen de mi historia, me describí y describí mi vida. Me tomó dos meses escribir todo esto, pero se siente bien al fin hacerlo. Sé quién soy y a donde voy.
22/02/2019. 7:00p.m.
Leí el documento dos veces, me tomé mi tiempo para procesar todo. Había estado la respuesta en ese documento todo el tiempo. ¡Y a mí que no me agrada la tecnología! Pensaba que había escrito algo más en mis cuadernos, en alguna hoja, pero no; toda mi vida estaba perfectamente resumida allí. Hasta el mes de febrero, luego el ataque a mi padre que se hizo en un mes, el recelo durante dos mes por el clan de los Memory, después los tres meses sin memoria, hoy era 25 de agosto de 2019 y eran las 3:42 p.m. y sé perfectamente que yo soy Melinda Maroney, un Gula, tengo 28 años y debo volver con mi clan.
Para: Dimitri.
De: Melinda.
He vuelto.
Okey, este lugar da miedo. ¡Un estacionamiento abandonado! Bueno, el “abandonado” no ajusta bien en este contexto; había un auto azul oscuro con música electrónica al máximo volumen, retumbaba por todo el lugar. Caminar era un poco difícil si no estabas acostumbrado, como yo. Había ramas y maleza seca, un tanto chamuscada, parecía que el lugar se había incendiado ya hacía tiempo, quizá por eso no había más que gente vestida de n***o con tatuajes, piercings, y cabellos de colores por aquí.
En realidad, todos en esta ciudad tienen el cabello de un color reluciente y extraño, a diferencia de otros países. Nosotros nacíamos ya así, pocos se dejan el color de nacimiento. Como la mayoría de los jóvenes se iban de aquí, cambiaban a un color normal; castaño, n***o, rubio y mechas para disimular. Eso era lo que nos distinguía, así como los ojos; en este caso, el color de ojos es común como en cualquier parte del mundo, son pocos los que nacen con ojos de tonalidades amarillas o rubí. El caso de los ojos, es la mirada: muchos se comunican a través de ella, como un segundo lenguaje, algunos lo aprenden y otros lo saben ya desde el momento que su conciencia existe.
Nosotros somos una especie, poco común y muy llamativa. Quizá por eso el Doctor reaccionó así ante mí, puede que él no sea de aquí. Cuentas muchas leyendas de este lugar, la ciudad no habla al respecto, pero los otros tres pueblos aún las mencionan.
Una de las leyendas más antiguas y que cuentan los tres pueblos y la ciudad, es la de “Los Demonios Gula”, “Los Demonios Memory” y “Los caníbales”. Historias sobre posesiones de cuerpo, aspirar almas de personas malas, seres capaces de masticar humanos como si fueran galletas, algunos capaces de manipular la memoria, y muchas tonterías más.
—Bueno, Mel, ¡aquí estamos, otra vez! — Shady abrió los brazos para que “admirara” el paisaje lleno de niños mediocres y posiblemente góticos.
—Esto no es lo que llamaría exactamente un mundo lleno de princesas. — escupí cruzándome de brazos.
—Relájate, Mel, te estás fijando en la portada no en el contenido. — sonrió y pasó su brazo por encima de mis hombros. — Vamos.
Suspiré. Mi mente era un torbellino, me saltaban imágenes de aquí para allá, la música electrónica se remplazaba por metal bastante pesado en mi mente, se combinaban y los recuerdos… Llegaban.
—No…—murmuré—, no puede ser.
Los góticos que me miraban enseguida bajaban la cabeza como si yo fuera la reina y me debieran ese respeto.
Me detuve un segundo y Shady me miraba, medio sonriente y ante la expectativa de que ya recordara todo de una vez. Tomé mi cabeza con mis manos.
— ¿Recuerdas? — sus ojos se abrían, pero no había una expresión realmente en ellos. — ¡Vamos, Dimitri debe estar presente cuando me recuerdes a mí antes que a él!
Negué con la cabeza y salí corriendo lejos de él. Gritaba mi nombre exigiendo que volviera, pero no desistí de mi carrera, daba giros cada tantas calles, había parado delante de un pequeño restaurante que seguía abierto. No sabía qué hora era ni cómo había llegado, así que entré al lugar y me senté recuperando el aliento.
¿Qué diablos había sido eso? Oculté el rostro entre mis manos, no quería llorar pero estaba tan frustrada. Sentí la presencia de otra persona, sentía su mirada. Descubrí mi rostro y levante la cara, había una muchacha de tez morena sonriéndome intrigada.
— ¿Sabes qué hora es? — pregunté tratando de que mi voz no sonase tan ruda.
— ¿Hora de un té? — Respondió bromeando. Observó el reloj en su muñeca. — Las seis y veintitrés minutos.
Así que me desmayé anoche, desperté en el hospital, estuve con Shady, corrí hasta aquí y yo ni siquiera había almorzado.
— Creo que pediré algo para almorzar.
Después de revisar si cargaba mi tarjeta de debito, opté por un plato de pasta con mucho queso y carne, un jugo de durazno y luego pedí un café, aunque este último casi no lo pude pasar porque no era tan bueno.
— Bien, aquí está la cuenta. — pagué sin rechistar, y salí. Noté que la muchacha se me quedaba mirando de a ratos cuando estaba esperando la comida. Como si quisiera hablar conmigo, pero algo se lo impidiese. Estuve entre devolverme o seguir.
Opté por seguir caminando, volvería mañana, con paciencia y calma.
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Historia – Microsoft Word
“Descríbete, luego explica algo que quieras, desahógate”.
¿Una descripción sobre mí? Okey, no será fácil, pero puedo asumir el reto.
Nací en 1991, una mañana cálida de otoño, lo cual desfigura por completo en esa época del año ya que naturalmente el frio cala hasta los huesos. El día doce de octubre, decidí dejar de molestar en el vientre de mi madre para hacerlo fuera de este y también incordiar un poco a mi padre, aunque esto siempre lo digo en broma, los dos son increíbles, a pesar de mi condición —ya les explico, vayamos con calma— la cual llevan algo parecido a bien; sigo siendo yo después de todo. Tengo veintiocho años actualmente, 2019 se me ha hecho largo, ¡quiero tener ya veintinueve! Aunque no por la edad, sino por la fiesta que armaremos para ese día.
Desde niña mostré un carácter duro, impasible, he sido, y seré directa, concreta y más de una vez escuché que “demasiado cruel”. Lo cual puedo justificar, ¡claro que sí! Nunca me ha gustado la imperfección, las cosas hechas por salir del paso, estoy en contra de ello y mi madre, Susana, insiste en que no todo puede ser exacto y a media. Obviamente sí se puede, porque mi padre, Eddy, y yo tenemos, pues, la necesidad de que todo sea así. Mis familiares dicen que me parezco mucho a él en cuanto a actitud, y Wanda, mi hermana, se parece a mi madre.
Tengo una hermana, sí, Wanda Maroney, tenemos 8 años de diferencia, lo que significa que ella tiene 20 y se comporta como la pequeña mocosa revoltosa que es ¡y muy a mi pesar, jamás cambiará! Es de mediana estatura, tiene buen cuerpo, cabello pelirrojo y que se torna gris casi a la mitad de esa larga melena, ojos grises que complementan en su rostro delicado, labios finos y rosados. Bonita, claro, pero una niñata rebelde y muy mal portada. No mal educada, mis padres han sido tanto flexibles como estrictos, impartiendo las mismas reglas en ambas, sin quebrarse nunca. Mi padre es profesor, ¿entienden que esto se le da muy bien? Y Susana, contadora, una de las socias más importantes, si por así decirlo. Dinero no nos falta, pero tampoco somos de esos que mal gastan todo por hacerse notar; gastar en cosas que no nos hacen falta para impresionar a gente que no nos importa, ¿para qué?
Al final de la historia de Wanda, es que siempre cree que se saldrá con la suya, pero nunca ha sido lo suficientemente valiente para terminar de asumir toda la responsabilidad de sus acciones, lo cual le lleva a no terminar las cosas que comienza y por lo tanto: NADA LE SALE COMO ESPERA. Es algo así como una —muy buena— ley de vida.
Siguiendo conmigo, es que mi adolescencia fue hambre, locura, y una gran sorpresa. Obvia para algunos, triste para otros. Comencemos con el hambre:
La mayoría del tiempo tenía ganas de comer, sólo que la comida por más deliciosa que fuese, no terminaba de satisfacerme, nunca lo hacía. Mi madre, notó esto bastante extraño, ¡no importaba cuanto comiera, nunca terminaba de saciarme! Aún así, decidí hacer ejercicio, ¡comer y comer no significa que mantendré una buena figura toda la eternidad! Tenía buenos hábitos, dieta no muy estricta, ejercicio sin excederme, estudios siempre al día. Una vida común, sencilla. Pero el hambre seguía, hasta que cumplí mis dulces dieciséis.
Luego la locura:
Entre mis catorce, quince y dieciséis, hice muchas cosas geniales —y arriesgadas—; me divertí a lo grande y aún lo hago. Salidas a lugares fantásticos, historias increíbles, personas diferentes, todo y más en esos tres años de mi vida. Pero los que más resaltan son mis quince, donde creo que realmente mi vida de verdad comienza.
Finalicemos con la gran sorpresa:
Hay chicas que desean aventuras divertidas, otras cosas sencillas, luego estoy yo, que nunca pedí nada y me encontraba en una habitación de tres paredes blancas, una azul donde se situaba una silla, como las de los odontólogos, y supe que mi destino se había escrito de una manera que jamás se podría cambiar.
Revisaron a mi hermana primero. Contaba con sólo siete años y decidieron revisarla por seguridad; yo no terminaba de comprender qué sucedía en realidad, nadie me dijo nada desde el momento que aquellos seres tan altos —quizá de dos metros, quién sabe si más— entraron a la casa, entablaron una larga conversación con mis padres, los cuales estaban aún más nerviosos que nosotras. Hablaron primero con Wanda, “sólo queremos evitar a futuro algo que lamentemos, por ello, la más joven va primero”. Lloriqueó, pataleó, y les suplicó que no le hicieran daño, una mujer de cabello anaranjado, prometió que no sería nada malo, era como ir a una revisión del médico, sólo que sin pinchazos ni cosas frías pegadas al cuerpo.
Salió con un caramelo y hasta más relajada. Recuerdo que la deteste en ese momento, ¿por qué armó aquel escándalo sí nada malo le sucedería? Pensé que ella sabía todo lo que sucedía y me había dejado a mi suerte. La cual no es exactamente buena.
Pasé yo, con las manos sudadas, la frente en alto, y pensado: ¿qué podría suceder mal? Nada, me auto-respondía, eso me relajó un poco.
Hasta que tomaron mis manos, revisaron mi cuello y espalda de manera sumamente cuidadosa. Era como si estuvieran buscando un punto exacto, un lugar donde se sabría la verdad y nadie podría cambiarla, porque así sería. Después de la exhaustiva revisión, en la cual me sentí bastante incómoda, revisaron mis ojos que siempre fueron mucho más claros que las personas normales, casi transparentes; con una linternita inspeccionaban y tomaban anotaciones, la mujer de cabello anaranjado puso una expresión que me hizo temblar, creí que me derrumbaría y lloraría en ese mismo instante, me contuve.
— Ella es. — Susurró, y bajó la mirada.
¿Qué era? ¿Por qué ser algo era malo? No sabía que era, pero no podría ser tan malo, ¿o sí? Cuando volvimos a casa, mi madre se metió en la habitación a llorar, Wanda estaba en casa de la vecina jugando con alguna amiga suya y mi padre estaba en la cocina, apoyado de la encimera, con los brazos cruzados, pensando. Yo me quedé en mi habitación, tenía miedo. Desde que aquella mujer había hablado, mis padres entraron en una especie de shock. Wanda estaba hasta feliz, sencillamente no le afectaba en lo más mínimo.