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4515 Words
—Por favor, no repitamos esto, no soportaría otra vez…—sollozaba mi madre buscando mirarme, mientras más a prisa recogí las pocas pertenencias que tenía. Moría por quemar la ropa y comprar algo nuevo. —Susana, ella es libre de irse, tiene 28 y… ya lo recuerda— Papá me miraba— ¿todo? —Todo. —Respondí tajante— Me iré y resolveré mis asuntos, ¿dónde está mi teléfono? — Toma— la voz temblorosa de mamá me hizo volverme a ella, la estaba destruyendo, otra vez— Melinda… — Perdóname— dije interrumpiéndola, tomando el teléfono— sé que estoy haciendo las cosas de manera brusca pero ellos… —No, Mel, estás haciendo las cosas a tu modo, sólo tengo miedo. Eres mi hija, no me importa si eres…— meditó un segundo la palabra— eres un demonio—tragó saliva. — Tengo miedo, estoy preocupada, ¿sí? Te quitaron los recuerdos una vez, ¿de qué más serían capaces si se enteran de que los recuperaste? ¿Qué te harían, mi pequeña Melinda? — Sus ojos se cristalizaron y lagrimas silenciosas caían por sus mejillas. —Estaré bien, te lo prometo. Tomé mis cosas y bajé las escaleras, papá venía detrás de mí con las otras pocas cosas que tenía aquí. Abrí la puerta de los asientos traseros y eché la maleta sobre los asientos, tomé la caja que tenía mi padre y también la dejé allí. Él no habló mucho, pero se ofreció a acompañarme a mi casa, sabía que allí sí tendría que callarme y escuchar absolutamente todo lo que diría, haciendo las debidas preguntas sin divagar mucho. Abracé a mi madre, que de alguna manera contuvo sus lágrimas. —Al menos está vez me dejaste despedirte—susurró en mi cabello, se alejó un poco para mirarme a la cara. — No hagas las cosas sin pensar. —Sabes lo metódica que era, no creo haber perdido el toque— sonrió débilmente y se apartó, caminando hacía la entrada de la casa. Caminé hacia el auto y papá entró en el asiento del copiloto, sería un viaje corto y silencioso. Preparé café y nos sentamos en la sala, él llevaba la mitad de la taza, suspiró melancólico mirando alrededor. —Melinda, —soltó al fin— tardamos tres meses en decirte está gran verdad acerca de quién eres, vimos está oportunidad y quisimos que volvieras a nosotros. Queríamos que fueses normal, aunque vivíamos con la incertidumbre y el terror de que esos poderosos recuerdos regresaran a ti. — ¿Por qué querían eso? — ¿Recuerdas el ataque contra mí? — negué con la cabeza. — Los Memory te buscaban, pero yo me interpuse. Después del error que cometieron esos jóvenes de tu clan al atacar a uno de los Memory, estaban locos por matarte. Hay un trato de paz entre todos los demonios, que sólo puede romperse cuando uno mata a otro de diferentes clanes o razas. Tenían años en paz, algunas bromas entre los más nuevos, pero esos chicos que estaban bajo tu protección, abusaron de la confianza que les brindabas como a todos los de tu clan. —Breth y Jhon, eran los más jóvenes. — susurré y papá asintió. —Ellos casi mataron a un Memory y dos inocentes, el trato se había roto desde el mismo instante en que se amenazaban. La líder de ese clan, Kaley, estaba furiosa porque habían atentado contra un joven que apenas se estaba enterando de su condición. Tú tomaste cartas sobre el asunto, pero yo no te lo permití. Heredaste este extraño don por mi familia, así que yo interferí y me atacaron a mí. —No… No sabía que tú mismo habías decidido ir — solté atónita. Fue bajo su propia voluntad, el clan de Kaley no fue tras él. —Averigüé dónde sería “el golpe”, y fui yo para dar la cara por tu clan. Yo no tengo ningún gen que me relacione a los demonios, se saltaron mi línea, pero apareció en ti. Sabía que Wanda no lo tendría, tu madre es tan humana y normal al igual que yo. Sentí que te había condenado dándote… eso. Eres un dominio, un Gula y una de las más fuertes, te admiro, Melinda— dijo sonriendo, una sonrisa que llegaba a sus grandes ojos marrones. — Entendí que no era una condena, cuando te veía educando y liderando a tu clan, tan fuerte y vivaz, sabía que eso eras tú: una mujer libre y fuerte. No hubiese soportado que te lastimaran, por eso fui yo a enfrentarme ante Kaley. Me sentí estúpido al querer golpearla y salir ileso, hija, ellos no sabían que no estoy ni cerca de ser un demonio, pero al convivir contigo, tu olor estaba en mí. —Por eso… Kaley, pequeña perra peli azul… ¿Cómo no se daría cuenta de algo así? —Dije con rabia, no te puedes meter con inocentes, recordé, es tan básico como los tratados de paz impuestos por los Guardianes. —Ella no lo sabía y luego de ese ataque, tú fuiste a por ella, ella sabía que vendrías cuando se enteró que no dio el golpe a uno de tu clan sino a un común, se preparó… Pero para matarte— guardó silencio un momento. — Creyó que le tendiste una trampa para no maltratar a ninguno de tu clan, enloqueció con la idea de venganza. — ¿Y por qué sigo viva? —Porque te vio débil, y le satisfacía más saber que una líder fuerte de un gran y respetado clan no recordaría ni su nombre antes que matarte. — Explicó. — En el fondo agradezco que sigas con vida, Melinda. —No estaba viva…—suspiré algo derrotada— estaba vagando intentando saber quién era. Y ahora lo sé, soy un Gula — lo miré. —Eddy, papá, ¿realmente era profesora? ¿Por qué recibo tantos mensajes con algunas amenazas y otros diciéndome ubicaciones? —Hija, sí eres profesora, se te da muy bien la sociología y te desarrollas perfectamente en ese campo, debido al “accidente” te permitieron un reposo, sólo que la escuela donde impartías clases se volvió más estricta después de unos pequeños problemas que casi llegaban a demandas, sabes cómo es todo ese rollo. Asentí, padres que aún quieren hacerse cargo de chicos en nivel universitario, malcriados que no saben asumir responsabilidades y prefieren gastar dinero en demandas. —Los mensajes son otra cosa, — bebió el poco café que le quedaba de un solo trago, dejó la taza en la mesa que estaba delante de él— tal vez los mensajes son algunos Memory’s o de tu propia r**a, sólo que otros clanes, que querían meterse con tu gente ya que no había nadie al mando, tus más cercanos controlaban lo que podían. Lo sé porque estuve a los alrededores averiguando más de lo que un común debería. “Las ubicaciones son otro rollo en el que estas metida, Melinda, — estiró el cuello y lo tronó, amo ese sonido, abre puertas al recuerdo de varios momentos— tienes un trato o no sé qué con unas cárceles de varios países para hacer algo con los presos que no se les da una condena muy normal, ya que estos reos no son… personas corrientes. Algunos son normales, sí, otros son demonios y las atrocidades que hacen… merecen el castigo que se les impone. Allí entras tú: los matas, tu clan y otros más, sólo cuando te traen más presos de los acordados. Es un trato que yo no conozco, son papeles que tú mantenías en estricto orden. Sacarles el alma a esos degenerados si es que tenían, sólo supe de dos casos que tú misma absorbiste porque decidiste contarme, ni tu madre y espero que ni tu hermana lo sepan. “Sé que recibías dinero sólo por absorberles el alma o comértela o lo que sea que hagas, hija, si es que recuerdas cómo lo hacías — sus palabras me llevaban a esos cuartos y almacenes donde llevaba a cabo los ritos, tenía los ojos muy abiertos, los recuerdos no me molestaban, me hacía bien volver a ser quien era— tampoco quiero saber cómo lo hacías. Luego de eso, según uno de los casos que me contaste, le diste parte del dinero a una tribu de los Caníbales para “terminar el trabajo” ya que así se te había exigido de la cárcel que te pidió ese “favor”. Supongo que son ubicaciones de las cárceles o los lugares que harán… eso, con sus almas. — ¿Quiénes eran esas personas que entraron en la casa anteanoche? — Unos chicos de tu clan, a Wanda le atemorizan porque sus ojos son amarillos, son un poco crueles y revoltosos. Hablamos con ellos, inventando una pobre escusa que tardaron en creer, eres su líder y te buscaban para algunos asuntos que no quisieron explicarnos, después se fueron, merodearon la casa un rato y al final abandonaron definitivamente la calle, por eso tardamos. Son tercos y muy atentos a los detalles, nos dieron trabajo. Y creer que me jubilaré para esto— suspiró con una sonrisa burlona. Recordaba de manera exagerada, me impresionaba todo lo que sabía y me ocultó, comprendía sus motivos: una hija normal. Entendí que querían darme una vida lejos de todos estos problemas y situaciones difíciles de digerir. Papá llamó a mi madre para que fuese por él, no quería que estuviese dando tantas vueltas y él me dijo que realmente deseaba quedarse más conmigo, pero comprendió que necesitaba silencio para acomodar mis cosas mientras me iba acoplando una vez más a mi condición. Prometió escribirme cuando llegase a casa, salió y no supe en qué momento habían pasado las horas en lo que a mí respecta fueron segundos. Eran las dos y treinta de la tarde, había vuelto a mi vida en cuatro horas si lo reconsideraba. Decidí buscar en la cocina algo que pudiese almorzar y me encontré con los gabinetes llenos y una nota sobre un paquete de pasta y una lata de atún. “Sabía que volvería, sólo era cuestión de unos días”. Estaba hecha a computadora, así que no habría manera de saber de quién era y más porque no estaba firmada. Preparé los alimentos y comí con cierta parsimonia, me senté en unos bancos altos de madera que no había notado el día anterior cerca de la isla de cocina. ¿Esto es la gula? Me encogí de hombros y terminé de comer, dejé el plato en el lavaplatos, abrí el grifo y antes de que me mojara las manos, escuché mi teléfono sonar. Papá había llegado a casa y me dijo que mamá estaba más tranquila, iría mañana o pasado a hablar con ella, no quería apurar mucho esta situación. Respondí, “gracias por avisar, me paso por la casa en algún momento. Los adoro”. Lavé el plato y subí las escaleras, en el fondo de mi corazón sabía que debía entra a la tercera habitación, que debía buscar allí, algo me gritaba desesperadamente, algo quería que supiera que estaba allí encerrado. No noté en qué momento ya había empujado la puerta, encendí la luz y me encontré con paredes pintadas de blanco que iluminaba bien para la hora que era, una computadora en el lado izquierdo del cuarto, un mueble marrón oscuro del lado derecho y en medio de estas cosas una pequeña mesa con un espejo y una foto con mi familia. Cerca del mueble estaban unas repisas con libros y discos. Si aquí tengo mis libros, ¿qué más habrá en el cuarto con la pintura?, pensé un poco consternada. Me acerqué a la computadora, arrancó rápido y me dispuse a revisarla totalmente. En la pantalla había tres carpetas de fotos, dos documentos de Word y uno en PDF. Dos de las carpetas eran fotos familiares, una tenía documentos y fotos de las clases para dar a los chicos de la escuela; un documento de Word eran varios textos que usaba para imprimir y dejar como tareas para análisis, el otro era un poco más extraño, ya que decía: “Historia”; el texto de PDF era un libro de Hegel “La muerte y el sacrificio”. Me atrevía a abrir el documento de Word, “Historia”. Tardó un poco en abrir, pensé que sería alguna biografía de un representante de la sociología, pero al abrir, me llevé una pequeña y agradable sorpresa. Okey, este lugar da miedo. ¡Un estacionamiento abandonado! Bueno, el “abandonado” no ajusta bien en este contexto; había un auto azul oscuro con música electrónica al máximo volumen, retumbaba por todo el lugar. Caminar era un poco difícil si no estabas acostumbrado, como yo. Había ramas y maleza seca, un tanto chamuscada, parecía que el lugar se había incendiado ya hacía tiempo, quizá por eso no había más que gente vestida de n***o con tatuajes, piercings, y cabellos de colores por aquí. En realidad, todos en esta ciudad tienen el cabello de un color reluciente y extraño, a diferencia de otros países. Nosotros nacíamos ya así, pocos se dejan el color de nacimiento. Como la mayoría de los jóvenes se iban de aquí, cambiaban a un color normal; castaño, n***o, rubio y mechas para disimular. Eso era lo que nos distinguía, así como los ojos; en este caso, el color de ojos es común como en cualquier parte del mundo, son pocos los que nacen con ojos de tonalidades amarillas o rubí. El caso de los ojos, es la mirada: muchos se comunican a través de ella, como un segundo lenguaje, algunos lo aprenden y otros lo saben ya desde el momento que su conciencia existe. Nosotros somos una especie, poco común y muy llamativa. Quizá por eso el Doctor reaccionó así ante mí, puede que él no sea de aquí. Cuentas muchas leyendas de este lugar, la ciudad no habla al respecto, pero los otros tres pueblos aún las mencionan. Una de las leyendas más antiguas y que cuentan los tres pueblos y la ciudad, es la de “Los Demonios Gula”, “Los Demonios Memory” y “Los caníbales”. Historias sobre posesiones de cuerpo, aspirar almas de personas malas, seres capaces de masticar humanos como si fueran galletas, algunos capaces de manipular la memoria, y muchas tonterías más. —Bueno, Mel, ¡aquí estamos, otra vez! — Shady abrió los brazos para que “admirara” el paisaje lleno de niños mediocres y posiblemente góticos. —Esto no es lo que llamaría exactamente un mundo lleno de princesas. — escupí cruzándome de brazos. —Relájate, Mel, te estás fijando en la portada no en el contenido. — sonrió y pasó su brazo por encima de mis hombros. — Vamos. Suspiré. Mi mente era un torbellino, me saltaban imágenes de aquí para allá, la música electrónica se remplazaba por metal bastante pesado en mi mente, se combinaban y los recuerdos… Llegaban. —No…—murmuré­—, no puede ser. Los góticos que me miraban enseguida bajaban la cabeza como si yo fuera la reina y me debieran ese respeto. Me detuve un segundo y Shady me miraba, medio sonriente y ante la expectativa de que ya recordara todo de una vez. Tomé mi cabeza con mis manos. — ¿Recuerdas? — sus ojos se abrían, pero no había una expresión realmente en ellos. — ¡Vamos, Dimitri debe estar presente cuando me recuerdes a mí antes que a él! Negué con la cabeza y salí corriendo lejos de él. Gritaba mi nombre exigiendo que volviera, pero no desistí de mi carrera, daba giros cada tantas calles, había parado delante de un pequeño restaurante que seguía abierto. No sabía qué hora era ni cómo había llegado, así que entré al lugar y me senté recuperando el aliento. ¿Qué diablos había sido eso? Oculté el rostro entre mis manos, no quería llorar pero estaba tan frustrada. Sentí la presencia de otra persona, sentía su mirada. Descubrí mi rostro y levante la cara, había una muchacha de tez morena sonriéndome intrigada. — ¿Sabes qué hora es? — pregunté tratando de que mi voz no sonase tan ruda. — ¿Hora de un té? — Respondió bromeando. Observó el reloj en su muñeca. — Las seis y veintitrés minutos. Así que me desmayé anoche, desperté en el hospital, estuve con Shady, corrí hasta aquí y yo ni siquiera había almorzado. — Creo que pediré algo para almorzar. Después de revisar si cargaba mi tarjeta de debito, opté por un plato de pasta con mucho queso y carne, un jugo de durazno y luego pedí un café, aunque este último casi no lo pude pasar porque no era tan bueno. — Bien, aquí está la cuenta. — pagué sin rechistar, y salí. Noté que la muchacha se me quedaba mirando de a ratos cuando estaba esperando la comida. Como si quisiera hablar conmigo, pero algo se lo impidiese. Estuve entre devolverme o seguir. Opté por seguir caminando, volvería mañana, con paciencia y calma. _______________________________________ Historia – Microsoft Word “Descríbete, luego explica algo que quieras, desahógate”. ¿Una descripción sobre mí? Okey, no será fácil, pero puedo asumir el reto. Nací en 1991, una mañana cálida de otoño, lo cual desfigura por completo en esa época del año ya que naturalmente el frio cala hasta los huesos. El día doce de octubre, decidí dejar de molestar en el vientre de mi madre para hacerlo fuera de este y también incordiar un poco a mi padre, aunque esto siempre lo digo en broma, los dos son increíbles, a pesar de mi condición —ya les explico, vayamos con calma— la cual llevan algo parecido a bien; sigo siendo yo después de todo. Tengo veintiocho años actualmente, 2019 se me ha hecho largo, ¡quiero tener ya veintinueve! Aunque no por la edad, sino por la fiesta que armaremos para ese día. Desde niña mostré un carácter duro, impasible, he sido, y seré directa, concreta y más de una vez escuché que “demasiado cruel”. Lo cual puedo justificar, ¡claro que sí! Nunca me ha gustado la imperfección, las cosas hechas por salir del paso, estoy en contra de ello y mi madre, Susana, insiste en que no todo puede ser exacto y a media. Obviamente sí se puede, porque mi padre, Eddy, y yo tenemos, pues, la necesidad de que todo sea así. Mis familiares dicen que me parezco mucho a él en cuanto a actitud, y Wanda, mi hermana, se parece a mi madre. Tengo una hermana, sí, Wanda Maroney, tenemos 8 años de diferencia, lo que significa que ella tiene 20 y se comporta como la pequeña mocosa revoltosa que es ¡y muy a mi pesar, jamás cambiará! Es de mediana estatura, tiene buen cuerpo, cabello pelirrojo y que se torna gris casi a la mitad de esa larga melena, ojos grises que complementan en su rostro delicado, labios finos y rosados. Bonita, claro, pero una niñata rebelde y muy mal portada. No mal educada, mis padres han sido tanto flexibles como estrictos, impartiendo las mismas reglas en ambas, sin quebrarse nunca. Mi padre es profesor, ¿entienden que esto se le da muy bien? Y Susana, contadora, una de las socias más importantes, si por así decirlo. Dinero no nos falta, pero tampoco somos de esos que mal gastan todo por hacerse notar; gastar en cosas que no nos hacen falta para impresionar a gente que no nos importa, ¿para qué? Al final de la historia de Wanda, es que siempre cree que se saldrá con la suya, pero nunca ha sido lo suficientemente valiente para terminar de asumir toda la responsabilidad de sus acciones, lo cual le lleva a no terminar las cosas que comienza y por lo tanto: NADA LE SALE COMO ESPERA. Es algo así como una —muy buena— ley de vida. Siguiendo conmigo, es que mi adolescencia fue hambre, locura, y una gran sorpresa. Obvia para algunos, triste para otros. Comencemos con el hambre: La mayoría del tiempo tenía ganas de comer, sólo que la comida por más deliciosa que fuese, no terminaba de satisfacerme, nunca lo hacía. Mi madre, notó esto bastante extraño, ¡no importaba cuanto comiera, nunca terminaba de saciarme! Aún así, decidí hacer ejercicio, ¡comer y comer no significa que mantendré una buena figura toda la eternidad! Tenía buenos hábitos, dieta no muy estricta, ejercicio sin excederme, estudios siempre al día. Una vida común, sencilla. Pero el hambre seguía, hasta que cumplí mis dulces dieciséis. Luego la locura: Entre mis catorce, quince y dieciséis, hice muchas cosas geniales —y arriesgadas—; me divertí a lo grande y aún lo hago. Salidas a lugares fantásticos, historias increíbles, personas diferentes, todo y más en esos tres años de mi vida. Pero los que más resaltan son mis quince, donde creo que realmente mi vida de verdad comienza. Finalicemos con la gran sorpresa: Hay chicas que desean aventuras divertidas, otras cosas sencillas, luego estoy yo, que nunca pedí nada y me encontraba en una habitación de tres paredes blancas, una azul donde se situaba una silla, como las de los odontólogos, y supe que mi destino se había escrito de una manera que jamás se podría cambiar. Revisaron a mi hermana primero. Contaba con sólo siete años y decidieron revisarla por seguridad; yo no terminaba de comprender qué sucedía en realidad, nadie me dijo nada desde el momento que aquellos seres tan altos —quizá de dos metros, quién sabe si más— entraron a la casa, entablaron una larga conversación con mis padres, los cuales estaban aún más nerviosos que nosotras. Hablaron primero con Wanda, “sólo queremos evitar a futuro algo que lamentemos, por ello, la más joven va primero”. Lloriqueó, pataleó, y les suplicó que no le hicieran daño, una mujer de cabello anaranjado, prometió que no sería nada malo, era como ir a una revisión del médico, sólo que sin pinchazos ni cosas frías pegadas al cuerpo. Salió con un caramelo y hasta más relajada. Recuerdo que la deteste en ese momento, ¿por qué armó aquel escándalo sí nada malo le sucedería? Pensé que ella sabía todo lo que sucedía y me había dejado a mi suerte. La cual no es exactamente buena. Pasé yo, con las manos sudadas, la frente en alto, y pensado: ¿qué podría suceder mal? Nada, me auto-respondía, eso me relajó un poco. Hasta que tomaron mis manos, revisaron mi cuello y espalda de manera sumamente cuidadosa. Era como si estuvieran buscando un punto exacto, un lugar donde se sabría la verdad y nadie podría cambiarla, porque así sería. Después de la exhaustiva revisión, en la cual me sentí bastante incómoda, revisaron mis ojos que siempre fueron mucho más claros que las personas normales, casi transparentes; con una linternita inspeccionaban y tomaban anotaciones, la mujer de cabello anaranjado puso una expresión que me hizo temblar, creí que me derrumbaría y lloraría en ese mismo instante, me contuve. — Ella es. — Susurró, y bajó la mirada. ¿Qué era? ¿Por qué ser algo era malo? No sabía que era, pero no podría ser tan malo, ¿o sí? Cuando volvimos a casa, mi madre se metió en la habitación a llorar, Wanda estaba en casa de la vecina jugando con alguna amiga suya y mi padre estaba en la cocina, apoyado de la encimera, con los brazos cruzados, pensando. Yo me quedé en mi habitación, tenía miedo. Desde que aquella mujer había hablado, mis padres entraron en una especie de shock. Wanda estaba hasta feliz, sencillamente no le afectaba en lo más mínimo. Yo sentía el corazón apretándome en el pecho, no sabía que decir, que hacer, pero si sabía que tenía miedo, terror, ¿qué era tan malo? Los hombres, que escuché se les hacían llamar Guardianes, conversaron con mis padres después de que la mujer les mostrara unos papeles a ambos, mis padres no aceptaban el contenido en ellos, yo nunca llegue a leerlos, los Guardianes aseguraban que al cumplir mis dieciséis lo mejor que podrían hacer era que se me educara de otra manera. ¿Cuál? ¿Mis notas serían sobresalientes? ¿Debía de preocuparme por detener mis estudios en ese momento? ¿Mis padres estaban de acuerdo? Una respuesta a ello, concreta y sin lugar a las dudas: No lo sabía. Estaba desorientada, sentada de rodillas en el suelo, con las lágrimas contenidas. Escuché a mi madre, se disculpaba, rogaba perdón. Entré a la habitación. Me partió el corazón, y aún lo hace el recuerdo. —Lo siento, nena, lo siento. — Mamá lloraba sentada en su cama, yo la había escuchado antes de entrar. — ¿Cómo no me di cuenta? — Sollozaba y sus hombros se movían de manera estrepitosa. — ¿De qué? Dime, por favor. — Entre temerosa a su cuarto, caminé desde la puerta hasta quedar frente a la cama. No quería entrar, pero allí estaba. — ¿Por qué tú? ¡Oh, Melinda! — Lamentaba, no entendía qué. — ¡Mírame! ¿Qué pasa? Papá entró al cuarto y abrazó a mi madre como pudo, ya que su llanto y su negación causaban un poco de miedo. — Melinda, tú eres un Gula. — Soltó mi padre así sin más. Mamá lloró aún más, mis ojos se abrieron. Llevé mis manos a mi corazón, ¿un Demonio? ¿Eso soy? Así que esas leyendas eran ciertas, son ciertas, y yo soy la prueba de ello. Yo. — Susana, era un poco obvio. Melinda siempre ha sido un poco cruel, y siempre ha tenido esa hambre inexplicable que nunca llegarías a saciar al menos hasta que tomará tu alma. — Razonó mi padre. Él nunca había tenido un poco de delicadeza al explicar las cosas, por eso era tan buen profesor de Biología. — Lo sé, pero yo no quería creer que mi bebé podría ser algo así. Bajé la mirada, ¿mi madre me odia por ser así? Salí corriendo del cuarto y mi madre me llamo varias veces pero no quise volver, corrí fuera de casa hasta cansarme, me detuve cuando mis piernas dolían y me senté a llorar, no sabía ni dónde había parado, sólo me senté y lloré. Cuando las lagrimas pararon, me di cuenta que estaba en la carretera, donde solo bosque y arboles altos se divisaban de ambos lados, caminé por la orilla tratando de regular mi respiración y aclarar mi mente. — ¿Un Demonio Gula, de verdad? — Intentaba razonar, pero hasta mi voz, que siempre había sido grave y dura, se había convertido en ese momento en un susurro apenas perceptible. No quería creerlo, pero así era, es y será. Necesitaba respuestas, comprender mi condición, por qué debía de serlo y cómo podría llevarlo.
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