CAPÍTULO DIECIOCHO Mackenzie se ve a sí misma delante de la casa en la que creció. Sube las escaleras del porche y ve un grupo de cuervos apiñados sobre los tablones. Cuando les espanta, ve que uno de ellos lleva puesto un crucifijo alrededor de su cuello n***o. Suelta un graznido cuando Mackenzie entra a la casa y, mientras cierra la puerta, escucha cómo los cuervos retoman el vuelo. Entra a la casa y allí está su madre, dormida en el sofá. La casa está envuelta en oscuridad, la única luz es el brillo de la televisión, que está pasando un programa de entrevistas de última hora. El anfitrión no dice nada, simplemente mira fija y estúpidamente hacia fuera de la pantalla como si estuviera esperando a que Mackenzie comenzara la conversación. Pasa la televisión de largo y entra a la cocina.