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Antes De Que Peque (Un Misterio con Mackenzie White—Libro 7)

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De Blake Pierce, el autor de éxitos de ventas como ONCE GONE (un #1 con más de 900 críticas de cinco estrellas), llega el libro #7 en la trepidante serie de misterio con Mackenzie White como protagonista.

En ANTES DE QUE PEQUE (Un Misterio con Mackenzie White—Libro 7), están apareciendo cadáveres de sacerdotes, con sus cuerpos crucificados en las entradas de iglesias por toda la ciudad de Washington D. C. ¿Podría tratarse de alguna clase de acto de venganza? ¿Podría tratarse de un m*****o de su congregación? ¿O de un asesino en serie, que está persiguiendo sacerdotes por un motivo mucho más diabólico?

El FBI recurre a la agente especial Mackenzie White, ya que el caso guarda muchas similitudes con los matices religiosos de su primer caso, el Asesino del Espantapájaros. Sumergida en el mundo del sacerdocio, Mackenzie se esfuerza por aprender más sobre los rituales y las antiguas escrituras, para tratar de adentrarse en la mente del asesino. Sin embargo, Mackenzie ya estaba obsesionada con la caza del asesino de su propio padre, decidida a encontrarle en esta ocasión. Y este último asesino es más siniestro que la mayoría, empujando a Mackenzie, con su juego letal del gato y el ratón, hasta los límites de su propia cordura.

Un thriller psicológico de suspense trepidante, ANTES DE QUE PEQUE es el libro #7 de una nueva e impactante serie—con una nueva protagonista—que le verá pasando páginas hasta altas horas de la noche.

También escrito por Blake Pierce, ONCE GONE (Un Misterio con Riley Paige—Libro #1), un #1 éxito de ventas con más de 900 críticas de cinco estrellas—¡y una descarga gratuita!

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PRÓLOGO
PRÓLOGO El sol ya había aparecido por el horizonte, aunque todavía no había consumido el último frescor de la noche, el momento favorito del día para Christy. Ver cómo salía el sol sobre la ciudad, era un recordatorio cruel de que toda noche llegaba a su fin, algo que necesitaba saber, ya que había comenzado a sentirse cada vez más alejada de Dios. Ver aparecer el sol salir sobre los edificios de Washington, DC, y alejar la noche le recordaba a la letra de una canción religiosa: A pesar de que hay dolor en la noche, el sol sale de nuevo cada mañana… Recitaba esa línea una y otra vez mientras subía por la calle que llevaba a la iglesia. Había intentado durante semanas convencerse a sí misma de hacer esto. Su fe había sido puesta en evidencia, y se había entregado al pecado y la tentación. La idea de la confesión le había venido a la mente de inmediato, pero también le resultaba difícil. Nunca era tarea fácil confesar los pecados propios, aunque sabía que debía hacerlo. Cuanto más tiempo existiera un pecado entre Dios y ella, más difícil se haría rectificar ese desequilibrio. Cuanto antes pudiera confesar ese pecado, más posibilidades tendría de recuperar su equilibrio y de recuperar su fe—una fe que había definido su vida desde los diez años. Cuando vio la silueta de la iglesia aparecer ante sus ojos, su corazón se hundió. ¿Realmente puedo hacer esto? ¿Puedo confesar esto? La conocida silueta y estructura de la Iglesia Católica del Sagrado Corazón parecía indicarle que sí, que podría. Christy se echó a temblar. No estaba segura de poder calificar lo que había estado haciendo como infidelidad. Solamente había besado al hombre en una ocasión y lo había dejado estar ahí. No obstante, había seguido viéndose con él, había continuado permitiendo que la elevara con sus palabras de aprecio y de adoración—unas palabras que su propio marido había dejado de pronunciar hacía años. Casi podía sentir cómo ese pecado se desvanecía de ella mientras el sol ascendía cada vez más alto en el cielo, proyectando suaves tonos dorados y anaranjados alrededor de la silueta del Sagrado Corazón. Si necesitaba algún signo adicional de que se suponía que tenía que confesar sus pecados a un sacerdote esta mañana en concreto, lo tenía delante de ella. Llegó a la escalinata del Sagrado Corazón con una sensación de pesadez en los hombros, pero sabía que, en cuestión de minutos, habría desaparecido. Podría regresar a casa, después de confesar sus pecados, con el corazón aliviado, y su mente en paz. Cuando llegó a la puerta principal Christy soltó un grito. Se echó hacia atrás, todavía gritando. Casi se cae en las escaleras de hormigón al tambalearse hacia atrás. Se llevó las manos a la boca, sin hacer lo más mínimo por acallar el grito. El padre Costas estaba colgado de la puerta. Le habían dejado en su ropa interior y tenía un corte horizontal entre las cejas. La cabeza colgaba hacia abajo, mirando a sus pies desnudos, que estaban suspendidos como a medio metro del escalón de cemento. Regueros delgados de sangre goteaban de sus pies, acumulándose en un charco lóbrego sobre el escalón. Crucificado, pensó Christy. Han crucificado al padre Costas.

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