CAPÍTULO DIECISÉIS Durante un breve instante, Mackenzie se sintió como una niña pequeña. Estaba de pie al final del ferry, con la brisa del océano dándole en el rostro. Ráfagas diminutas de agua golpeaban el lateral del ferry, lanzando chorritos suaves a su cara. Cerró los ojos frente a ellos, respiró el agua salada, y se regocijó en el aire cálido en su cara. Lo respiró y, por un puñado de segundos, no estaba en ninguna parte. No había caso. Ni pesadillas sobre su padre muerto. Ni recuerdos escabrosos del Asesino del Espantapájaros. Nada. Entonces, claro está, tuvo que abrir los ojos. El mundo volvió bruscamente a la realidad a su alrededor mientras el ferry la impulsaba hacia delante, cada vez más cerca de Kepper’s Cay. Y la mañana la seguía a remolque, una mañana que ya había sido de