—¡Te amo! ¡Te amo! El la estrechó fuertemente entre sus brazos. El poderoso pecho, oprimiendo dulcemente los suaves senos de ella, hacía que el corazón de ambos palpitara al unísono. Xenia comprendió que esto era lo que siempre había anhelado: el amor en toda su perfección, en toda su plenitud. Sintió los labios del Rey en sus ojos, sus mejillas, su cuello. Luego, él empezó a besarle los senos. El mundo entero pareció llenarse de fuego y de un canto de ángeles y ellos, como una sola persona, pasaron a formar parte de lo divino… Desde algún sitio, en la distancia, llegó hasta Xenia el sonido de pies que marchaban y comprendió que eran los centinelas que guardaban el Palacio. Volvió la cabeza contra el hombro del Rey y sintió que él le besaba la frente. Una luz dorada se filtraba aún a