CAPÍTULO V Mientras cabalgaba al lado del Rey, Xenia pensó que nunca en su vida había sido tan feliz. Por primera vez montaba un caballo del tipo que su madre le describiera con tanta frecuencia: un brioso pura sangre, que respondía al menor movimiento de la mano. La nieve, en la cumbre de las montañas, brillaba contra el claro azul del cielo y la hierba que cubría las estepas por las que cabalgaban estaba llena de flores silvestres. Era una vista tan encantadora, tan llena de colorido, que Xenia pensó que no había artista viviente que pudiera hacerle justicia. Era también un placer indescriptible estar sola con el Rey. Traían, en realidad, una escolta montada, pero los cuatro jinetes que los acompañaban se mantenían a cierta distancia y a Xenia no le costaba trabajo olvidarse de su e