—Muchas gracias, por salvarme—respondí. —No hay de que, vecina—respondió muy amablemente. Entré corriendo al edificio, cerrando la puerta principal con llave. Saimón me había encontrado, ahora más que nunca debía salir de la ciudad. Al entrar me percaté de que las cosas estaban siendo recogidas y empacadas, Hellen había avanzado con muchas cosas por suerte, faltaba recoger la cocina y mi habitación. La salude y le conté todo lo ocurrido. —¡Es un hijo de puta! No te merecía, Sarah.—exclamó—, Eres grandiosa y toda una diosa, no te conformes con nada menos que un dios griego de esos de película. —Lo tendré en cuenta—divertí. —Y lo del psicópata, ¿Quién te mando a moverte tan bien? ¡Joder tía, lo has dejado enloquecido!—divirtió. —¡Calla esa boca!—regañe. —¡Es que es la verdad! ¿Te le