Como le ocurría siempre que iba por un bosque, Thea se sintió rodeada por los espíritus de la naturaleza que moraban en ellos: los duendes que se escondían en cuevas subterráneas, las ninfas, las sílfides y los dioses que reinaban sobre ellos desde las alturas. Además, le parecía perfecto que se casaran en el bosque, pues en un bosque se habían conocido. –Eso mismo pienso yo– dijo Nikos. Ella se echó a reír, pues una vez más había adivinado uno lo que el otro pensaba. Después, al ver la Iglesia, advirtió que era diferente a cuantas había conocido. Estaba construida con troncos de árboles y como éstos la rodeaban, parecía ser una continuación de ellos. Estaba casi cubierta de enredaderas y por las ventanas sin cristales entraban y salían los pájaros a su antojo. Alrededor correteaban