POV Daemon Barone
De pie al balcón, miro los últimos rayos del sol ocultarse al final de las colinas. Miro los metros y metros de hectáreas que se alzan frente a mí, mostrándome el poderío que me pertenece. La mejor plantación de vides hemos tenido desde el XIX, la cual fue establecida por Marcello Barone, el primero en hacer de una pequeña viña, un gran y bendecido viñedo.
Cada hombre de mi familia, ha seguido el legado; hacer del Castello Barone, el mejor vino de Italia y del mundo.
Yo no estoy ajeno a cumplir con la orden dada por el gran Marcello, incluso, la he hecho mucho mejor que mi padre y su padre antes de su padre, pero, aun así, adquirí la maldición de los hombres Barone.
Desde que tengo memoria, mis antepasados fueron catalogados como “Monstruos”. Cuando era niño, me asustaba porque no comprendía a que se referían. «Los monstruos no existen», lo pensé muchas veces, porque en la mente de un niño, que no comprendía las conversaciones de los adultos, creía que se referían a verdaderos monstruos; hombres con colmillos, garras y ojos rojos.
Me río solo de las ironías de la vida.
Cuando se me comenzó a enseñar cómo manejar el negocio familiar, lo que debía de hacer cuando se me diera la herencia y se me otorgara la corona, comprendí a qué tipo de monstruos se referían en esas historias, y me reía de mí mismo al recordar mi cobardía.
Cada hombre Barone, fue un monstruo, sí, pero en los negocios, colocándose siempre como los número uno en toda Italia, Europa y el mundo entero, con la fabricación del mejor vino que haya existido, el Castello Barone.
«Ese día lo comprendí»
Ubicado en una alta colina, con los Alpes en el norte y los Apeninos en el sur, un clima perfecto y la bendición de los dioses a través de una receta heredera de generación en generación, el vino producido aquí, en mi castillo, dentro de las bodegas, lo convierte en el mejor vino del mundo, en uno de alta calidad deseado por los humanos.
Suspiro, miro como el sol termina de ocultarse y decido bajar a ver la tierra, la cosecha, saber cómo les fue hoy a todos en la viña, y también para que me den el reporte de los números.
Yo no salgo de día, desde hace cinco años que no lo hago. No me expongo a los rayos del sol, a las personas, al contacto con mis empleados. No se debe a una enfermedad, se debe a una maldición, porque de todos los herederos Barone, yo fui el único que fue “bendecido” el doble.
«Soy el monstruo del vino, pero también soy el monstruo de verdad»
Por eso, no dejo que nadie a excepción de mi núcleo familiar, mi capataz con esposa y dos hijos, me vean. Y, por último, pero menos importante, mi abogado y mano derecha, Alessandro Ferretti; también mi mejor amigo y el único imbécil que me soporta.
Salgo de mi desolada y fría habitación colocándome mis guantes. Odio mis manos porque cuando no me ven la cara por estar aterrados o intimidados, me ven las manos o el cuello.
Por eso, me cubro por completo, pese a que todos ellos ya saben cómo luzco, pero no me gusta que me vean como lo hacen.
Suéter de cachemira, cuello alto, chaqueta de cuero, un pantalón n***o juntos a mis botas y por supuesto, mis guantes.
Me cubro todo lo que puedo, y si pudiera usar una máscara, incluso la usaría, pero eso sería demasiado raro, por eso prefiero estar ocultado y salir de noche, bajo la luz de la luna, siendo arropado por las sombras y así no llamar la atención.
«Aunque sea un poco…»
—Señor Daemon, qué alegría verlo —me saluda Greta, la esposa de mi capataz—. ¿Cenará en este momento en el comedor o en su habitación?
—En mi habitación, Greta —le respondo lo mismo cada noche, y esta vez no iba a ser diferente—. ¿Y Luca?
—Está en la bodega esperando por usted junto a Lorenzo y Manolo.
Asiento y avanzo hacia la salida.
—Señor Daemon —me detengo al oír que me llama y volteo a verla—. ¿Cenará en este momento?
Caigo en cuanta que no le respondí y chasqueo la lengua. A veces su insistencia me exaspera.
—Al volver de la bodega —le digo.
Ella sigue su camino hacia la cocina. Yo salgo al fin del castillo, camino por el suelo pedregoso, mientras la fresca brisa fría me arropa.
Hay una distancia algo extensa desde el castillo hasta la bodega, pero me gusta recorrer el camino porque cada noche, pienso en la antigua gloria que un día tuve. Aún la tengo, pero no puedo disfrutar de ella como quiero.
«¿Qué hace un Rey sin poder andar por el mundo disfrutando de sus riquesas?»
Yo no puedo salir de este castillo, estoy atado a él de por vida, hasta que muera y me convierta en polvo. Aunque no negare que a veces, solo a veces, me suelo escabullir por ahí.
Antes del fatídico día, esta gran viña recibía a cientos de personas amantes del vino, que venían de muchos pueblos de Italia, incluso, de países vecinos y hasta de otros continentes, solo para caminar en medio de las vides, conocer cómo se fabricaba el vino, conocer la historia de la familia y el excito alcanzado.
Había guías turísticos que los llevaban a caminar alrededor del gran castillo, a conocer cada sala común, cada bodega, incluso, a catar la producción más añeja y secreta; hasta probar sentados bajo árboles silvestres, una buena tabla de embutidos, mientras se tomaban una copa de vino.
Pero eso solo ahora es historia.
Yo cerré las puertas del castillo, prohibí la entrada de las personas y poco a poco, todo se volvió un enigma, un misterio, haciendo crecer aún más el mito que rodea nuestra familia.
«Si tan solo supieran»
Miro las colinas, las vides extendiéndose a lo largo del terreno y pienso cuando caminaba por en medio de ellas debajo del sol. Recuerdo cuando salía para mirar como todos trabajaban, como eran las uvas arrancadas, seleccionadas y, disfrutaba de la pasión con que lo hacían, porque yo también la tenía. Aún la tengo.
Me colocaba un sombrero, e incluso, me tomaba un día para elegir las uvas que yo consideraba especiales para producir mi propio vino, uno que solo mi familia y yo tomábamos en las reuniones. Era una receta diferente, pero, aun así, gustaba. Me pedían producir en masa para la venta, pero me negué siempre.
Esa era mi creación y aún la atesoro en botellas en mi bodega personal y la receta está en mi cabeza, así que nadie jamás podrá igualarla.
Cuando algo es único en medio de tantos iguales, creo que es mejor guardarlo con recelo. Eso le da más valor.
Me detengo antes de entrar a la bodega, mirando el camino que da hacia la salida de este castillo. «¿Cómo estará el mundo allá afuera?» No recuerdo la última vez que visité el pueblo a caminar por sus calles como tal, que fui a un restaurante, o que salí de la misma Italia como lo hacía antes.
«Y creo jamás las volveré hacer»
Ya no veo rostros nuevos, salvo los que ya están aquí por mí y para mí. Que diferencia, antes este castillo, esta gran viña, se la pasaba llena de personas que querían conocerme y ver la gran herencia bendecida otorgada por los dioses. Ya ni los que se decían ser amigos vienen al menos a fingir.
Pero eso está bien para mí, ese día aprendí, que no todo el que me sonríe, es amigo, y no todo el que me palmea la espalda, me desea buena fortuna. Por eso, cerré las rejas, por eso, prohíbo que alguien venga, porque prefiero estar solo, encerrado aquí, que vivir lleno de serpientes que solo desean picarme. Un atisbo de sonrisa dejo salir, cuando recuerdo que los eché a todos cuando me trajeron a casa.
Me sonreían, me abrazaban, incluso, ella me miraba coqueta, pero en cuanto me fui a acostar y me encerré en mi habitación, salí al balcón a fumar para relajarme y los oí a todos burlándose de mí.
«“Daemon, el monstruo del castillo Barone. Quien lo ame, solo lo hará por el dinero”»
Sonreí, porque estaban hablando de ellos mismos sin darse cuenta, porque minutos atrás, me estaban adulando y diciendo lo mucho que me amaban.
Hipócritas.
No me tembló la voz para hablarles desde mi balcón, oculto en la oscuridad y echarlos de mi castillo. La única que se regresó para darme una explicación, fue ella. La acepté, me la cogí y luego la despaché como si fuese una puta.
Jamás algo me había dado tanta satisfacción, porque le demostré luego de haberla usado, el monstruo que puedo llegar a ser.
Entro a la bodega, de inmediato, Luca y sus hijos se levantan a recibirme. El respeto por parte de los dos hermanos, es impecable. Lorenzo con treinta años y Manolo de veinticinco, ambos siguen los pasos de su padre para convertirse algún día en el capataz de esta gran viña. Luca Morreti ha servido a mi padre por muchos años, luego, pasó a servirme a mí, pero pronto será su hijo mayor quien ocupe su lugar cuando le toque a él jubilarse. Y antes de Luca, era su padre, y así, por largos y largos años atrás, los Morreti han servido a los Barone.
—Daemon —me dice mi segundo hombre de confianza en esta fortaleza, extendiéndome la mano—. ¿Cómo estás?
—Después hablamos de mí. Mejor hablemos de cómo les fue hoy.
Siempre me hace la misma pregunta, siempre le doy la misma respuesta.
Me sonríe y asiente invitándome a tomar asiento y eso hago.
—El vinicultor vino hoy, y ha dicho que la cosecha de este año promete —comenta Lorenzo.
—Los podadores hicieron un excelente trabajo, manteniendo la cosecha en perfecto estado, señor Daemon —añade Manolo.
Me enciendo un cigarrillo, y agradezco con un gesto al ver a Lorenzo servirme un trago. Le doy una gran calada y oigo a los dos hijos de Luca darme el reporte del día.
Su padre los mira con orgullo, con su pecho inflado, sintiéndose completo al ver en sus hijos lo que por años les enseñó.
Los oigo hablarme de los seleccionadores de uva, contándome que pocas uvas fueron las descartadas. Eso me llena a mí de satisfacción, porque en esta viña, nunca se descarta más de una mara, y nunca se llena tampoco.
Estamos a un paso de la perfección y eso es lo que nos ha mantenido donde estamos.
Oyendo con atención al viejo Luca, caminamos por toda la bodega, revisando las barricas de acero inoxidable que contienen miles de litros de vino, que se han guardado ahí luego de haber sido estrujado y prensado.
Ellos lo hacen en el día, a mí me gusta hacerlo nuevamente en las noches, porque soy quisquilloso y perfeccionista.
«Aunque yo soy la imperfección andante»
Revisamos la temperatura de la fermentación, esto es esencial para la elaboración de un buen vino. Aquí el control de temperatura es fundamental, un mínimo error, y se pierde toda una cosecha, meses de trabajo y tiempo invertido por parte de cada una de las personas que trabajan arduamente para que una botella de Castello Barone, salga al mercado.
Caminamos de regreso, luego de haberme asegurado que cada barrica de acero este a la perfección. El vino tinto debe de fermentar a una temperatura de entre 30º a 35 º. El tiempo de fermentación en este tipo de vino es de diez días, pero la elaboración del mismo exige un paso más: durante la fermentación, hay que drenar el tanque para airear el vino. El oxígeno ayuda a la levadura a trabajar más rápidamente en la fermentación, así que este proceso que estoy monitoreando, aún le falta mucho para acabar.
Al obtener el vino que deseamos, vamos al proceso de embotellado, el cual es un proceso totalmente automatizado dentro de esta inmensa bodega, y luego de eso, vamos a inundar el mercado.
Antes, cuando tocaba al fin enviar la producción, se organizaba una vendimia donde las mejores familias de Italia y fuera de ella, venían al castillo para ser los primeros en catar el vino. Algunos eran profesionales que vivían de esto y dejaban sus reseñas, otros, simplemente eran amantes del buen vino y su calidad. Se organizaba una gran fiesta y era ese día, un día de júbilo en toda la viña.
«Viejos tiempos»
—Señor Daemon, perdón por interrumpirlos, pero sus padres han venido al castillo y lo están esperando en salón familiar.
«Que los dioses me den paciencia»
—¿Tienen pinta de quedarse por mucho tiempo?
—No lo sé, señor.
—¿Les ha dicho que estoy ocupado?
—Sí señor.
—¿Y, aun así, se sentaron?
—Sí, señor —responde algo incómoda—. Yo les he dicho que usted estaba ocupado, pero…
—No te preocupes, Greta. Todos aquí sabemos lo persistentes que son.
Ella sonríe aliviada, pero yo me encuentro totalmente tenso. No me gusta que mis padres vengan, no me gusta verlos, mucho menos recibirlos, porque sé perfectamente a lo que vienen. Dos malditos meses en el mismo tema, desde que cumplí mis treinta y cinco años no han hecho otra cosa que hablarme de eso. O atosigarme mas bien.
«¿Acaso no se cansan de joderme con lo mismo?»
Bien pueden volver loca a mi hermana con sus cosas, pero no, ellos insisten en lo mismo una y otra vez.
—Más les vale que sea importante —les digo al entrar al salón—. Interrumpieron mi ronda de trabajo.
—Se saluda primero, Daemon —dice mi madre con tono de reproche—. No soy tu empleada, soy tu madre.
«Aquí vamos de nuevo»
—Buenas noches, hijo —saluda mi padre colocándose de pie—. Lamentamos importunarte, pero es importante.
No los saludo, evito el contacto físico con mis progenitores y tomo asiento frente a ellos mirándolos fijamente.
—¿Qué es más importante que supervisar el vino? —cuestiono ignorando la mirada de dolor de mi madre por no saludarla como quiere—. No creo que haya algo más importante que eso.
—Lo hay, Daemon. Sabes perfectamente a lo que hemos venido.
«Carajo»
—No voy a hablar de eso, papá.
—Tienes que buscar una esposa, Daemon, tienes…
—¿Quién se va a querer casar conmigo? —cuestiono interrumpiendo sus palabras—. Dime quién desea ser mi esposa, padre.
Vacila, traga grueso y piensa en responderme.
—Daemon, mi amor, allá afuera debe de haber alguna joven que desee ser tu esposa… —me río amargamente causando que ella guarde silencio—. Hijo, hay muchas jóvenes de las mejores familias que de seguro querrán unir nuestras familias y…
«A la mierda»
Me levanto dispuesto en no seguir oyendo sus estúpidas palabras.
—¡Daemon, tu madre te está hablando!
—¡Mírame! —exploto cansado de esta estupidez—. ¡Mírame, carajo! ¡Soy un maldito monstruo! ¡Soy una atrocidad! ¡Mírame y dime quién carajos se quiere casar con el monstruo de Daemon Barone! ¡Dímelo! —bramo con desprecio—. Entiende por el amor de Dios, que tienes a una atrocidad por hijo, que ninguna maldita mujer se va a casar conmigo por amor, pero si tú me dices en este instante que hay una deseando atar su vida encerrada en este castillo, mañana mismo me caso —digo entre diente—. ¡Dime un nombre carajo!
El silencio de hace presente, para luego oírse los sollozos de una mujer desconsolada sin saber qué respuesta darme. Y no necesito una respuesta, porque yo sé que no hay una mujer que desee casarse conmigo así sea por contrato.
—Daemon, podrás explotar, gritarnos y tratarnos con el desprecio con que lo haces. Podrás ignorarnos, evitar el contacto con nosotros, incluso, echarnos del castillo las veces que se te dé la gana, pero eso no cambiará el hecho de que te amamos y siempre te amaremos, hijo. Tampoco nos hará cambiar de parecer. Te buscaré una esposa, te casarás y nos darás un heredero que siga con el legado Barone, es una orden —sentencia.
—¿Y si me rehúso, qué? —lo enfrento con mi mentón en alto—. ¿Qué harás conmigo si no me da la maldita gana de casarme, papá?
—Con el dolor de mi alma, te quito todo lo que tienes y se lo daré a tu hermana, para que sea ella la que siga con el legado familiar. Jamás había hablado tan en serio, Daemon. Si no eres tú quien nos dé un heredero, tu hermana eventualmente lo hará.
Sus palabras se sienten como dagas enterradas en mi pecho. No se siente como traición, mucho menos como una venganza, se siente como el padre que, por primera vez, amonesta a su hijo consentido y eso creo que se siente peor.
Francesco Barone, es un hombre de palabra, y justo en este instante, sé perfectamente que jamás había hablado tan en serio.
Suelto el aire retenido, retrocedo y maldigo entre dientes, pensando en mi cabeza algo rápido para zafarme de esto. Sé que no podré huir de mi destino si deseo seguir manteniendo mi herencia, así que, con la congoja que me causa, termino dándoles lo que quieren.
—No quiero una gran boda, de hecho, no quiero una boda.
—Lo aceptamos.
—Tampoco quiero visitas de la familia para conocerla a ella.
—Daemon, sabes que tus abuelos van a querer…
—Dije que no —sentencio con firmeza—. Les daré lo que quieren, pero bajo mis términos, ¿lo toman o lo dejan?
—Tú dirás.
—Buscaré a una mujer joven, me casaré con ella, obtendré mi heredero y luego me divorcio.
—¡Daemon! Sabes perfectamente que no consentimos el divorcio en esta familia —refuta mi madre indignada—. No puedes hacer eso, hijo.
—Ustedes solo quieren que les dé un nieto que continúe con el legado cuando yo muera, ¿Por qué les importa lo que suceda con la chica? Decídanse, ¿Lo toman o lo dejan?
Ambos se miran por unos segundos, mi madre suspira, cansada de esto, negando con su rostro ofendido por mis palabras, mirándome con dolor, con lástima por lo que me he convertido.
—No sé cómo lo harás, pero te doy una semana para presentarme a tu esposa, Daemon, si no lo haces, despídete de tu reinado.
Sin más, sale del salón, dejándome solo con ella, quien se acerca lo suficiente como para verme al rostro, lo suficiente para no tocarme.
—Eres hermoso, hijo, y la mujer que elijas para ti, te amará con locura, porque detrás de todas esas capas que te esforzaste en construir, hay un hombre bondadoso, lo sé.
Me sonríe y termina saliendo del salón, dejándome totalmente solo con un extraño sentimiento instalado en mi pecho.
Cierro mis ojos, respiro profundo y saco mi móvil para llamar a mi abogado y mejor amigo. Al segundo repique me responde la llamada.
—Llama a Serafina Fiore y pauta una cita con ella aquí en el castillo.
—¿La hija menor de los Fiore que conocemos? —cuestiona dudoso—. ¿La experta en arte y literatura?
Río bajo al oír su notable ironía.
—Sí. Quiero que la invites mañana al castillo a cenar. Dile que el mismo Daemon Barone la estará esperando paciente.
—¿Qué harás con ella, Daemon?
—Simple. Convertirla en mi esposa.