Capítulo 9

1017 Words
— ¿Pero qué hizo? ¡Se comió un tiburón! — Eso parece… — musitó examinando el esqueleto de aquel animal que los dejó atónitos, el cual descansaba al costado de la precaria fogata que estaba desarmada sin muchos ánimos de pasar desapercibida. Después de todo, sabía que tarde o temprano debería enfrentarlos. Eran la única salida que existía en aquella isla desierta. — Es una salvaje. No sé por qué perdemos el tiempo buscándola. Seguramente ahora se está riendo de nosotros desde donde sea que esté. ¡Esa maldita arpía! — rugía fastidiada. — No sé por qué te irritas tanto con ella, después de todo fuiste quien la seleccionó de entre todas las mujeres que habían ése día en… — no alcanzó a terminar la oración que sobrevino la respuesta a gritos de su interlocutora. — ¡Cállate! Tengo mis razones. Esa suripanta se arrepentirá de lo que hizo. — dijo lo último como repitiéndoselo más a sí misma que otra cosa. — Oye, sácame de esta isla. — le dije mirándolo de reojo, como si fuera una escoria viviente al atreverse a respirar el mismo aire que yo. Al oírme, ambos levantaron la vista en mi dirección totalmente sorprendidos. Samanta se cruzó de brazos y se quedó mirando con cara de póker mientras que el Almirante quedó estupefacto al darse cuenta de que a quien estaban buscando se presentó frente a ellos por sí mismo. Ignoré a la mujer cuyas siluetas pronunciadas me resultaban demasiado exageradas y examiné al hombre con quien estaba dispuesta a negociar un intercambio justo. — Queremos hablarte sobre por qué estás en este sitio. — No me importan las razones. Dime cómo salir y pensaré en dejarte con vida. —negocié totalmente indiferente. — No estás en posición de amenazar, suripanta. — saltó la reprimenda la acompañante de aquel hombre. — Elige o te exterminaré aquí mismo. — me dirigí con firmeza al Almirante e ignoré por completo a Samanta, lastimando profundamente su orgullo. — Maldita… — rugió entre dientes como si de un perro rabioso se tratase, mientras el almirante se interponía en su camino directo a darme pelea. Sabía que no estaba en posición de enfrentarme, ninguno de los dos. Dependían de si tenía ganas de tensar o no el hilo con el cual los liquidaría en un segundo. No podían arriesgarse a reaccionar violentamente frente a un rival que no perdía nada con masacrarlos. Sin embargo, tenían algo a su favor, tenían el boleto de salida y yo lo necesitaba a toda costa. Ellos lo sabían perfectamente y si jugaban bien sus cartas podrían hasta incluso sacar algún beneficio a su favor, pero era conmigo con quien estaban tratando. Una forastera que volvía en sus andanzas hasta no pisar de nuevo sus preciadas tierras en los Reinos Escondido y de Entre las Rocas. Intercambiamos miradas nuevamente. Esta vez, el semblante del Almirante había cambiado. Tomaría el mando como bien le correspondía su cargo y pondría las cartas sobre la mesa. Hora de jugar y regatear. — ¿Cómo te llamas? Queremos tus servicios a cambio de tu libertad. — Soy libre. Regrésame al Reino del Sol y entonces consideraré dejarte con vida. La de ella no prometo nada. — le desafié fulminándolo con la mirada, pero se mantuvo firme y sin vacilar. — Si quieres volver a tus tierras deberás cooperar con nosotros, de lo contrario no habrá acuerdo. — contraatacó él. — Veo que tendré que demostrarte que hablo en serio. — chisté molesta, exhibiendo mi daga y haciéndola relucir bajo la luz de la mañana. — Sé que no quieres subordinarte ante nadie, pero debes unirte a nuestra causa si quieres volver algún día con tu familia. — había elegido la peor frase para regatear un intercambio. Estaba hundiéndose más y más en el lodo; por lo que sonreí divertida al verle chillar. — Te equivocas de nuevo, no tengo familia. — ¿Realmente no la tenía? La vieja Karina no tenía, Irina en cambio, si había obtenido su lugar en una, al que amablemente incluyeron sin que se los pidiera. Pero ahora… ¿Y ahora qué? Debía volver a mi hogar… Debía volver a mi lugar junto a Ely. — Pero tienes a alguien que te está esperando. No creas que estamos ajenos a tu vida amorosa, suripanta. — la forma en que me llamó, prácticamente escupió cada letra con un sinfín de asco puro. No entendí a qué vino ése comentario, más el hecho de recordar a Joel los ojos me brillaron. Si tenía la posibilidad de volver a él, entonces lo haría. Habían tocado mi punto débil. El amor es un problema a niveles catastróficos cuando se trata de tomar decisiones. El rostro de la mujer era inerte pero su aura irradiaba mucho odio. El almirante estaba nervioso, temía pero no retrocedió ni un paso. Su coraje era admirable. No cualquiera se para frente a una asesina para pedirle ayuda. — Comenzaré con ella. — le dije a secas al almirante, dirigiendo la punta de la daga en su dirección. Ya no pudo soportarlo y estalló en cólera como un volcán en plena erupción. — ¡¿Pero quién te crees, zorra?! — en tan solo un segundo, estuve frente a ella con mi daga lista para clavársela en el corazón; fue entonces que su rostro enrojecido pasó a uno bien pálido en menos de un instante. De no haber sido porque tuve que preocuparme por la proyección de una flecha que se dirigía directamente hacia mí, hubiera logrado mi cometido. A la distancia se acercaba aquel vagabundo de mala muerte, sosteniendo una ballesta con la que intentó volarme la cabeza. La flecha se clavó furibunda en la arena al no conseguir dar con su objetivo. A metros de distancia de aquel par de debiluchos me quedé a la expectativa de aquel sujeto que se acercaba como si nada estuviera pasando. Su actitud de agrandado era verdaderamente exasperante. — La cuestión es así, o nos ayudas o mueres. No tienes opción. — dijo la mujer poniendo los tantos sobre la mesa.
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