Quería que él me bajara al suelo, pero en lugar de eso, me llevó entre sus brazos hasta donde yo le indiqué que era mi habitación. La abrió con cuidado y entramos, luego la cerró con el pie. Sentía que tenía mi corazón en la garganta; ¿realmente esto estaba sucediendo? No podía creerlo. Leonardo era un hombre muy apuesto y en este momento estaba a punto de hacerlo solo mío. Le pedí que me bajara al suelo y caminé hacia el interruptor de la luz, decidida a apagarla. Pero él me detuvo con su voz cálida y profunda. —¿Por qué pagarías la luz? —me preguntó, con su tono lleno de curiosidad y ternura. ¿Acaso no era obvio? —Me da pena que me veas... cuando tenía intimidad con David, él siempre apagaba la luz —mencioné avergonzada, bajando la mirada. —David sin duda es un idiota. ¿Por qué p