—¡Marisol! —gritó David, visiblemente consternado.
—No me grites. Váyanse a su casa. Es muy tarde para que la señorita ande de pie. Debe estar cansada; su vientre es muy grande y seguro ya va a nacer el bebé, pobre mujer —le dije a David con sarcasmo—. Conozco a un buen masajeador de pies y de espalda por si necesitas un masaje. Y cuídate, porque después de tener el bebé uno tiende a engordar, solo mírame. Bueno, me voy a dormir.
Puse mi mano en el hombro de la mujer y los dejé súper confundidos. No voy a llorar por un hombre que vale tres centavos. Por mí, puede irse al infierno un millón de veces.
Subí a mi recámara y escuché cómo la puerta de la calle se cerraba. Al parecer, mi estúpido esposo ya se había ido.
Si me siento mal, perdí mi figura, diez años de mi vida al lado de un inútil de hombre, y ni siquiera terminé mi carrera porque me dediqué a criar a un niño y a ser una esposa ejemplar. Pero por mi Mathías, haría cualquier cosa.
Me di un baño relajante y me preparé emocionalmente para ir a buscar trabajo mañana mismo. Aunque sea de intendente, debo conseguir algo para no morir de hambre. Dejaré de llamarme Marisol Sánchez si no consigo un trabajo mañana mismo.
Destruiré al mundo antes de que el mundo me destruya a mí.
Me metí en la cama y dormí con tanta paz y tranquilidad como no lo hacía desde hacía años.
Por la mañana, después de asegurarme de que mi madre se quedara con mi hijo, salí decidida a encontrar un nuevo empleo. Aunque había hecho las paces con ella hace unos años, aún no había arreglado las cosas con mi padre.
Vestida con mi mejor ropa, me dirigí a la calle en busca de oportunidades laborales.
Compré un periódico y examiné el área de empleo detenidamente. Di vueltas por la ciudad, llamando a todos los lugares que parecían prometedores en el periódico.
Sin embargo, decidí pasar por alto un anuncio que solicitaba un amante.
¿Qué pasaría si el hombre no era atractivo? Esa opción no encajaba con mis estándares. Me inclino por los hombres guapos, preferiblemente bomberos con una manguera larga.
Finalmente, terminé en una empresa que llevaba el apellido del fundador: Ruiz.
★ Leonardo.
Sobre mi escritorio había un puñado de expedientes. Todos presentaban excelentes estudios y una experiencia laboral envidiable. Sin embargo, durante las entrevistas, ninguno logró impresionarme. Ninguno parecía realmente interesante ni tenía el carisma necesario para trabajar en mi compañía.
Después de revisar todos los expedientes, llegué a la conclusión de que ninguno era adecuado para el puesto. La búsqueda había resultado infructuosa.
★ Marisol.
—Hola, buen día, señorita. Vengo por una entrevista de trabajo —dije con seguridad, aunque la actitud de la recepcionista no me pasó desapercibida.
La recepcionista me escudriñó con una mirada de arriba abajo, con evidente desdén en su rostro. Sentí como si estuviera siendo sacada de una novela vainilla.
—¿Se te perdió algo en mi cuerpo? —respondí, manteniendo la compostura pero sin dejar de notar su gesto crítico—. Sé que tengo curvas pronunciadas, pero dime, ¿quieres que te diga dónde compro mi ropa? Tal vez te salga más barata, ya que parece que usas una talla muy común.
La recepcionista me miró con molestia, pero decidí no darle más importancia.
—Piso 35 —dijo, señalando una puerta.
Sonreí con sarcasmo y me dirigí hacia la puerta indicada, que resultó ser la entrada a las escaleras.
—Gracias, pero tomaré el ascensor. Mantener esta exquisita figura tiene su costo —respondí con firmeza, sin dejar que su actitud negativa me afectara.
No soy acomplejada, bueno, al menos ya no lo soy. Ahora me amo tal y como soy, y aquellos que no me aceptan que desaparezcan.
Subí al ascensor y pulsé el botón correspondiente al piso 35, decidida a enfrentar la entrevista con seguridad y convicción.
El pasillo se extendía vacío, como si estuviera esperando mi llegada con ansias. Una sensación de optimismo me invadió al notar la ausencia de competencia.
—Genial, parece que tengo todas las de ganar —musité con una sonrisa mientras avanzaba decidida hacia la puerta marcada como Recursos Humanos.
Toqué la puerta con suavidad y escuché desde adentro un simple «Pase».
Al abrir la puerta, quedé momentáneamente atónita al ver al hombre que estaba frente a mí. No era un bombero, pero su presencia tenía un efecto similar al de una llamarada en mi interior.
—¿Quién es usted? —preguntó con una mezcla de curiosidad y autoridad.
Cerré mi boca de golpe y respiré profundamente para recobrar la compostura.
—Hola, mi nombre es Marisol Sánchez y vengo por el puesto... Soy una aspirante a... —empecé a decir, pero fui interrumpida abruptamente.
—El puesto es suyo —declaró, interrumpiéndome antes de que pudiera continuar.
—¿Mío? —pregunté, sorprendida por la rapidez con la que me ofreció el puesto sin conocerme realmente.
★Leonardo.
Al pronunciar su nombre, mi corazón dio un vuelco.
Era ella, aunque había cambiado un poco, su rostro aún conservaba la esencia de mi primer amor.
Mi hermosa cachetitos.
—Le he dicho que el puesto es suyo, ¿Puede quedarse hoy mismo a trabajar? —le pregunté, con una esperanza latente en mi voz.
Ella parecía confundida, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. Sin embargo, yo estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por hacerla feliz.
—¿Y cuál será mi puesto? Dígame, ¿ser intendente ha de ser muy cansado? —cuestionó, con una mezcla de curiosidad y preocupación en su mirada.
—¿Intendente? No, señorita. Usted será auxiliar de recursos humanos —respondí con una sonrisa, esperando que aceptara el desafío, aunque yo a ella podría darle mi puesto como Ceo.
Su rostro reflejaba incredulidad y algo de incomodidad.
—Dirá auxiliar de recursos «inumanos», señor. Yo no sé hacer nada de eso. No sé ni usar unas computadoras. Prefiero fregar pisos —insistió, con sinceridad en sus palabras.
Su determinación me sorprendió, pero también me hizo admirarla aún más.