Capítulo 2: El me engaño.

1253 Words
★Marisol. Mientras me preparaba para la cena romántica que había planeado para nuestro aniversario con David, la ansiedad me invadía. —Ya pasan de las 9 y aún no llegas —murmuré, observando el reloj que colgaba en la pared de nuestra casa. David rara vez era puntual. Su trabajo lo absorbía tanto que apenas tenía tiempo para llegar temprano a casa. Entendía su situación; habíamos pasado de ser jóvenes ricos a luchar por llegar a fin de mes. Recuerdo cómo cambió todo cuando quedé embarazada en la preparatoria. Mis padres me echaron de casa, David se negó a casarse conmigo, y me vi sin hogar. Durante dos meses, viví en casa de una compañera de la escuela, pero cuando mi embarazo se hizo evidente, sus padres me echaron también. Desesperada, busqué a David. No quería estar en la calle, incluso llegué a considerar abortar, pero sus padres lo convencieron de hacerse cargo de mí y del bebé. Nos casamos, y ahora, después de 10 años, nuestra relación ha tenido altibajos como cualquier otra pareja. Nuestro hijo, de 10 años, es un niño maravilloso que adora a su padre, y sé que David también lo ama. Sin embargo, últimamente, las cosas han sido diferentes. David llega tarde a casa, siempre está absorto en su teléfono, respondiendo mensajes de trabajo. Y lo que es más preocupante, apenas me dice que soy hermosa. Mi físico ha cambiado desde que éramos jóvenes y delgados. Ahora, con 11 kilos de más y un cabello rebelde que siempre llevo recogido, me siento insegura. David solía bromear diciendo que era una bola de carne andante, y aunque intento reírme, sus palabras me duelen. Además, mi estatura no ayuda; con apenas metro cincuenta, me siento estancada, como si el tiempo hubiera dejado de pasar para mí. Soy un duende, pero será mejor no seguir pensando en eso ahora; no quiero deprimirme más. Me quedé observando cómo la bella luz roja que encendí frente a los platos que meticulosamente preparé poco a poco se iba consumiendo, mientras las agujas del reloj avanzaban sin compasión. El tic-tac del reloj resonaba en mi pecho, causándome una punzada de dolor cada vez que lo escuchaba. Volteé para ver la hora en la esfera del reloj de pared: las diez de la noche. Tomé mi teléfono y marqué el número de David. No respondía, así que insistí hasta que finalmente la llamada fue tomada. —¿Qué pasa, gorda? —respondió David con un tono de voz algo molesto, lo cual pude percibir de inmediato. —¿Estás bien, David? Ya es muy tarde —pregunté con preocupación. —Vieja, tengo mucho trabajo. Vete a dormir, llegaré en unas horas —contestó con brusquedad. —Pero, David, hoy es nuestro aniversario. Deberías estar aquí conmigo… —intenté explicar, pero no me dejó terminar la frase cuando escuché algo que me heló la sangre. —Marisol, no seas tan... Sabes que tengo que trabajar. ¿Quién va a mantener tu apetito? Por Dios, ya madura. Te veo en casa, no me esperes despierta. Voy a colgar —dijo David con tono impaciente. Su celular no servía muy bien, ya que, desafortunadamente, cuando él estaba en una llamada, no se colgaba a menos que la otra persona lo hiciera. Pero sus palabras me dolieron tanto que olvidé colgar, y mis lágrimas comenzaron a descender por mis mejillas. Hasta que escuché del otro lado de la línea. —Cariño, ya deberías decirle a tu esposa que quieres el divorcio —era la voz de una mujer. ¿A quién llama cariño? ¿A mi esposo? —Entiende, mi amor, sigo con ella porque está enferma. Tiene una enfermedad que me obliga a estar a su lado, además nuestro hijo necesita mi apoyo… ¿Cuándo me enfermé? Si soy una mujer relativamente sana. —Te entiendo, amor. Pero ya no deberías ocultar lo nuestro. Yo puedo criar a tu hijo como mío… No quería escuchar más, así que decidí intervenir. —¡David! ¡Hijo de tu…! Tienes una hora para venir por tus cosas o las quemaré en el patio, porque la enfermedad de tu mujer se ha vuelto terminal y está cometiendo locuras. Además, hace cinco minutos decidí deshacerme de todas tus pertenencias. Quiero el maldito divorcio. Colgué la llamada justo cuando escuché que estaba por decir algo. Mi teléfono comenzó a sonar, pero decidí no responder. Me levanté de la mesa y sequé las lágrimas que habían caído por mis mejillas. Caminé hacia mi habitación, sintiendo la furia y la tristeza mezcladas en mi pecho. Comencé a sacar todas las prendas de ropa de mi maldito marido y el duende gordo osea yo, los arrojó al suelo con rabia. El duende, fiel a su naturaleza, comenzó a cargar todas las cosas hasta llegar al patio trasero, donde coloqué todo en un bote de metal y le arrojé un cerillo. Observé cómo las llamas devoraban todo lo que alguna vez estuvo ligado a David, sintiendo una extraña sensación de liberación mientras el fuego consumía los recuerdos y las frustraciones de nuestro matrimonio. Luego, entré a casa y me dirigí a la licorera. Tomé una botella de vino y comencé a beber directamente de ella, buscando consuelo en el alcohol. Sonreí con amargura mientras vaciaba un poco de vino sobre el fuego, avivándolo aún más. Arrojé todo lo que quedaba de David al fuego, hasta que escuché su voz, al fin había llegado. —¿Qué te pasa, Marisol? —gritó mientras me agarraba fuerte de los hombros. —Estoy harta de ti, de este maldito matrimonio. Se acabó. Vete con tu mujer y a mí déjame en paz —respondí con firmeza, sintiendo cómo un peso se levantaba de mis hombros al pronunciar esas palabras. —¿No estás llorando? —me preguntó David con tono sorprendido. —¿Qué esperabas? ¿Que me pusiera a llorar por ti? No lloro ni cuando pico cebolla o me golpeo el dedo chiquito del pie, como tú, jajaja. ¿Llorar por ti...? No eres mi hijo Mathias así que lárgate, David —respondí con firmeza. —Marisol... —Vete, no hay nada en esta casa que te pertenezca. Ya quemé todo, así que no te preocupes por venir a recoger algo —le corté antes de que pudiera decir algo más. —¿Y qué vas a hacer ahora? No tienes ni dónde caerte muerta. Si yo no te mantengo, no tienes nada. ¿Cómo vas a alimentar a nuestro hijo? —insistió, con tono de falsa preocupación. —Eso es asunto mío y no necesito de un infiel que me mantenga. Ve a cuidar a tu amante —respondí, desafiante. —Cariño, vámonos —intervino una voz femenina desde la puerta. Volteé hacia allí y vi a una mujer rubia, de curvas prominentes y un vientre abultado. Sonreí al verla. —Felicidades por tu nuevo hijo, señorita. ¿Puedo ser madrina? —añadí, dirigiéndome a la mujer. Ella parecía confundida por la situación. Me acerqué a ella y acaricié su vientre. El bebé comenzó a moverse. —¿Aún no saben qué será este bebé? Puedo darles ideas de nombres —dije con una sonrisa, tratando de mantener la compostura a pesar de la situación. —Es un varón —respondió la amante de mi aún esposo, sin quitar su rostro de asombro. —Felicidades. Mañana mismo comenzaré los trámites del divorcio por si se quiere casar con mi marido —declaré con frialdad, mirando fijamente a David.
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