Kath subió a la limusina con Michele, mientras él ayudaba a sostener la larga cola de su vestido, Kath retiró los pasadores que sujetaban el velo largo en su cabeza una vez que se acomodó en el asiento y luego hizo crujir su cuello, moviéndolo hacia un lado y luego al otro. El silencio dentro del vehículo era callado únicamente por el casi inaudible ruido del motor de la limusina. Michele comenzó a deshacer el nudo del moño en su cuello y desabrochó los primeros botones de su camisa. Kath vio cada movimiento de Michele por el rabillo del ojo y sus manos se aferraron mucho más a la tela. Esa no era una cita impredecible, la tensión de la certeza de lo que iba a ocurrir una vez llegaran a la mansión era palpable y la hacía sofocarse. —Relájate —dijo Michele cortando con el mutismo entre a