Cuando Kath abrió los ojos la mañana siguiente, sintió un escozor en todo su cuerpo. La habitación era apenas iluminada por el amanecer. El dolor que sintió fue lo primero que registró su mente adormecida; un dolor punzante y omnipresente que se extendía por todas sus piernas recordándole la noche anterior. Kath intentó moverse, pero un gemido se escapó de sus labios cuando una punzada aguda le atravesó su entrepierna. Cerró los ojos con fuerza, respirando con dificultad, y al hacerlo, sintió un ardor en la garganta que le arrancó otro gemido. Recordó entonces la manera en la que la polla de Michele la atravesó sin contemplaciones, haciéndole sentir una extraña sequedad en el interior de su boca debido a su tamaño. Con esfuerzo, giró la cabeza sobre la almohada y vio su teléfono en la m