Lo que Kath sintió cuando observó la espalda ancha de Michele moverse hacía la salida no fue arrepentimiento, ella lo deseaba, igual que deseó probar alcohol a sus diecisiete. Era una mezcla de excitación ante la certeza de que él no era bueno para ella con la lujuria del frio que recorría su espina dorsal cuando sentía su potente mirada sobre su cuerpo. Michele era ese chico malo con el que los padres no querían ver a sus hijas, un tipo con una personalidad oscura, un hombre frio y despiadado, que, en el caso de Katherine, era su prometido. Aquel que en algún momento se convertiría en el primer hombre en su vida, uno que por más perverso que fuera, no había intentado abusar de ella la noche anterior. Kath jamás pensó en la oportunidad de elegir su futuro, desde muy pequeña supo que ser