Los ojos de Kath escudriñaron a Michele; como si fuesen dos misiles apuntaron en su dirección justo antes de ella elevar su mano y presionarla sobre la muñeca de él para retirar su agarre.
Lo detestaba, su maldita seguridad al proclamarla como suya la exasperaba. Aunque él no le estaba diciendo nada nuevo, en realidad todo eso Kath lo tenía en mente, sabía que ese compromiso que se había pactado desde antes de su nacimiento era irrevocable. Kath se había mentalizado para ello y había decidido aceptarlo sin reproches. Sin embargo, creyó que el verlo con esa mujer era como un pequeño rayo de esperanza de que Michele quisiera romper el compromiso, sin embargo, eso no había sucedido.
«¿Qué mierda se cree este tipo?» pensó Kath al presionar su mano sobre la muñeca de la mano de Michele que sujetaba su rostro al tiempo que tiraba de su cuerpo para zafarse de su agarre. Aunque atenta en la forma en la que su traje se ajustaba perfectamente a su cuerpo, a las cejas tupidas y negras que realzaban sus facciones endurecidas y a lo malditamente sexy que se veía con esa prepotencia que descaradamente mostraba.
No obstante, si esperaba responderle, cualquier palabra de Kath quedó atorada en su garganta al notar la hinchazón en los nudillos de Michele cuando sujetó su muñeca para alejarlo, al ver la piel ligeramente rasgada que expulsaba un poco de sangre. Michele tenía la mano herida.
—¿Por qué tus nudillos están lastimados? —preguntó Kath pestañeando dos veces, su mirada reflejaba curiosidad, quizá eso tenía que ver con su retardo, aunque no justificaba la boca de otra mujer sobre la de su prometido.
Michele tensó su mandíbula, observó la expresión curiosa de Kath y retiró también la mano que la acorralaba contra la baranda.
—Por nada importante —respondió Michele con una voz mucho más suave, incluso su tono era un poco sexy.
Kath mantuvo su mirada fija en la mano amoratada de Michele sin que este hiciera algo para ocultarla, después la elevó hasta sus ojos y frunció sus cejas. La tención que se sentía entre ambos era grande, ellos no se conocían, solo se habían visto una vez en la vida y sin embargo estar en silencio frente al otro no era algo incomodo.
Quizá se debía a que sabían quien era el otro y eso bastaba para sentirse de alguna manera en confianza.
—Piénsalo, lo que estoy proponiendo no es algo malo, te ofrezco la posibilidad de seguir manteniendo tu vida como hasta ahora, de follar con las mujeres que te venga en gana, todo a cambio de libertad para mí, de que finjas que no existo en tu vida y que llevemos vidas separadas —espetó Kath acomodando el tirante sobre la piel blanca de su hombro.
Kath sabía que su prometido era un hombre malvado, sin embargo, era consciente de lo atractivo que era y a juzgar por la escena con la rubia de hace un momento, pensó que él era el tipo de hombres que estaban rodeados de mujeres con tetas grandes y exuberantes cuerpos, que probablemente tenía a una diferente cada semana.
—Lo que dices es una completa estupidez, no tiene sentido —espetó Michele. Sin poder dar lugar a las palabras de Kath. ¿Por qué quería tal cosa? ¿Por qué no le molestaría que su esposo tenga amantes? Eran preguntas que se formulaba mentalmente.
Cuando Michele planeó ir a la fiesta de cumpleaños ese día, lo hizo con la sola intensión de hacer un negocio más, de cumplir con uno más de sus deberes, y este era de mostrarse ante la joven que acababa de cumplir veintitrés años y pronto se convertiría en su esposa. De dejarle claro que aquel acuerdo se mantenía en pie y de reiterarle que pronto se llevaría a cabo su compromiso.
Michele jamás se imaginó que Kath lo encontraría en una situación comprometedora y mucho menos que la usaría para proponerle algo tan absurdo como una vida llena de libertinaje durante el matrimonio.
—¿Tienes un amante? —preguntó Michele después de un largo silencio. Los ojos de Kath se abrieron mucho más al igual que su boca —¿Qué? —preguntó ella, sin comprender como había llegado a esa conclusión.
—Algún enamorado, alguien a quien pretendes seguir viendo después de nuestro matrimonio —espetó Michele con su gesto frio, creyendo que esa era la única razón por la cual Kath le propondría algo tan estúpido como el dejar que él tuviese amantes.
Kath se quedó sin palabras por un momento, lo que incrementó en Michele la sospecha de que ella tenía a alguien más.
—Si tienes una relación con alguien, la terminarás de inmediato. No me hagas buscar a ese sujeto y hacerlo yo mismo —dijo Michele con su voz amenazante, su mirada denotaba que no estaba mintiendo, él buscaría a cualquiera que tuviera una relación con la mujer que él creía suya y lo quitaría de su camino sin titubear.
—¡No estoy viendo a nadie! —espetó Kath con indignación ante sus acusaciones. Los ojos de Michele se posaron sobre los suyos y nuevamente se acercó a ella.
Kath se tensó cuando su pecho tan duro como el acero se pegó a su cuerpo, Michele la tomó por la cintura e inclinó su rostro lo suficiente para susurrarle al oído.
—Más te vale que sea así, porque te casaras conmigo y te haré mi esposa en todos los malditos sentidos y no habrá tal cosa como una relación abierta. Así que prepárate, porque este es solo el comienzo de toda una vida a mi lado —sentenció Michele y los vellos de la nuca de Kath se erizaron. La voz de Michele nuevamente era amenazante, pero sus palabras no iban acordes con el hombre que ella creyó que era.
«Qué demonios sucede» pensó Kath cuando Michele irguió su espalda, soltó su cintura y se alejó dos pasos de ella. Su familia e invitados estaban dentro del salón de fiesta, nadie podía escuchar su conversación, en medio de todo el bullicio de la música se encontraban relativamente solos.
—¿Y quien es esa mujer para ti? Porque ahora dices eso, pero antes la estabas besando —preguntó Kath cruzándose de brazos. Michele sonrió altivo y negó con la cabeza, él era el líder de la mafia, jamás rendía cuentas a nadie, a la única persona que le daba era explicaciones era a su padre y por supuesto eran meramente relacionadas con los negocios.
A él no le importaba aclarar lo sucedido, decir el porque de los hechos, ni tampoco pedir disculpas por el lugar donde había sucedido.
—No es nadie, puedes estar segura —dijo con la mandíbula tensa. Kath no era una mujer fácil, Michael James no había criado a una hija sumisa, su mirada era mordaz y pese a quien era él, ella no le tenía miedo. Eso era algo que a Michele comenzaba a gustarle.
Cuando Kath estaba por realizar otra pregunta, uno de los hombres de Brown se acercó a ellos, le susurró algo a Michele en el oído y este de inmediato frunció el ceño.
—Este encuentro a sido interesante, pero como sabrás soy un hombre de negocios y ahora mismo tengo un par por atender —dijo a Kath elevando la mano que no estaba lesionada y acarició su mejilla, Kath levantó su mentón y afiló su mirada grisácea.
—El compromiso sigue en pie, enviaré a uno de mis hombres a recogerte el sábado, quiero que fijemos la fecha del compromiso y por supuesto, la fecha de la boda, nos casaremos a mas tardar en tres meses, tengo un viaje que hacer a Italia y tú vendrás conmigo —avisó Michele a Kath mientras arreglaba los gemelos de oro en los puños de su saco n***o.
—¿Tres meses? —preguntó ella impactada, no pensó que Michele quisiera llevar a cabo la boda tan pronto. —En tres meses serás mi esposa y adivina que —dijo Michele con su boca muy cerca de sus labios, sintiendo la respiración de Kath un poco agitada por la noticia y ladeó una pequeña sonrisa.
—Cuando eso pase, serás completamente mía —soltó nuevamente con la voz amenazante, ajustó su fina corbata y abandonó la fiesta en compañía de sus hombres luego de despedirse del padre de Kath.
Cuando Michele Salió de la fiesta lo hizo pensando en las palabras de Kath, en su pensamiento aún seguía la idea de que ella tenía un amorío con alguien y no permitiría que eso sucediera.
—Investiga a Katherine James, quiero saber todo sobre la gente que la rodea, en especial si hay alguien importante en su vida… algún hombre —ordenó con determinación a uno de sus hombres, este de inmediato asintió con la cabeza. Michele no confiaba en nadie, solo confiaba en los gemelos Moretti y quería asegurarse de que Kath no le estaba mintiendo.
—¿Qué hacemos con Diane? —preguntó el mismo hombre al que le dio la indicación, aunque con un poco de temor al mencionarla. Michele giró su rostro hacía el del hombre que era al menos quince centímetros más bajo que él y exhaló con la mirada ensombrecida, esa mujer le había causado un gran dolor de cabeza.
—Mantén a esa maldita loca lejos de mi vista —ordenó estirando los dedos de su mano diestra, el dolor se había vuelto más intenso ahora que su mano estaba fría.