Como Michele lo sugirió, a la mañana siguiente Kath acudió al Diamante. Aunque no fue con Michele, tampoco a la misma hora que él. Michele tenía una reunión muy temprano esa mañana y no quiso despertar a su esposa, que dormía plácidamente luego de la ardiente ducha compartida la noche anterior. Al llegar al hotel, fue recibida por el imponente edificio que desbordaba elegancia y poder, propiedad de la familia Brown. Kath se dirigió al vestíbulo, donde los huéspedes iban y venían, algunos de ellos siendo figuras influyentes en el mundo de los negocios y la política. Con la elegancia que la caracterizaba, Kath saludó a las personas que cortésmente se detenían ante ella, era una James y como tal, jamás pasaba desapercibida. —Buenos días, señora Brown —saludó Isabela con cortesía, Michele ha