Capitulo II “Corona”

1551 Words
Es común que en la realeza sea el primogénito varón quien herede el trono, en mi familia también había sido así durante años. A diferencia de otros reinos, en el nuestro el gobernante es decidido por los dioses desde hace mucho tiempo, pues, en distintas ocasiones los hombres mayores de la familia no supieron gobernar y llevaron nuestro pueblo a la desgracia. Fue entonces que en medio de la desesperación hicimos un trato con los dioses, ellos nos ayudarían a restaurar nuestras riquezas, sin embargo no sería tan fácil, debíamos esperar a que naciera el indicado para gobernar, sus palabras fueron las siguientes: «Ustedes tienen hambre y no piden tierras prósperas, piden alimento. Tienen sed y no piden un riachuelo, piden agua. Tienen sueño y no piden una cama, piden dormir. Han sido castigados por su orgullo, vanidad y egoísmo. Vais a esperar hasta que nazca la persona indicada. Su cabello será blanco y el mismo formará una corona. Hasta entonces aguantad las tribulaciones. Solo de esta manera serán dignos.» Este hombre nació, entonces el pueblo en medio de su tristeza finalmente sintió que podía respirar, así como lo habían dicho los dioses este hombre se convirtió en rey y sacó al pueblo de su miseria. La mayoría de las veces el mayor nacía con tales cualidades, sin embargo al nacer mi hermano pudieron notar que su cabello era oscuro y completamente liso, Silvain no nació para ser un rey, el pueblo lamentó lo sucedido, luego mi madre dio a luz a Bastián, su cabello era rubio, liso como el del anterior, el pueblo lamentó lo sucedido. Un tercer embarazo causó la alegría de todos, el miedo a un tercer fracaso se sembró en los corazones de todos «No tendremos quién nos gobierne, los dioses nos han castigado» murmuraban por las calles, sin embargo llegó el día del parto, apenas la cabeza del bebé se asomó pudieron notar que sus cabellos eran de color blanco, en la habitación todos celebraron inmediatamente, algunos mucho más sensibles lloraban de la alegría y del alivio. -Es una niña – exclamó la partera, totalmente atónita. -Has visto mal, no estéis bromeando – gritó mi padre fingiendo una risa. -No estoy bromeando, señor. Ha nacido una niña, sus cabellos son blancos y finos, estos mismos crean una pequeña corona en su diminuta cabeza – los presentes se callaron inmediatamente, mi padre sintió que si bien los dioses no le habían castigado si se habían burlado cruelmente. A medida que crecí comencé a tomar lecciones para ser una buena reina, no obstante mi hermano me acompañaba a ellas, desde que nací comenzó a tomar las clases «Por si algún día era necesario un reemplazo» según papá. No era divertido, al menos para mí. Cualquiera de mis logros era minimizado por los de él. -¿Crees que Silvain llegue a ser rey? – me preguntaba Bastián con curiosidad -No debería – respondí yo con total firmeza. La verdad es que era bastante torpe, no podía empuñar bien la espada, siempre se me caía o me caía con ella, no era mi culpa, mamá me hacía usar enormes vestidos ¿Qué esperaban? Mientras tanto Silvain no tenía rival, incluso el mismo profesor se encontraba en apuros cuando se enfrentaba con él. Una tarde cualquiera me tocó enfrentarlo durante la práctica, papá estuvo presente en ella. -Recuerden ser gentiles, es solo una práctica – indicó el instructor, ambos asentimos inmediatamente. Tomé la espada con ambas manos, esto impedía que llevará un escudo, ataqué un par de veces, todas las veces solo golpeé al escudo de él, cada uno de sus ataques los pude esquivar aprovechando que tenía un poco más agilidad que él. -No naciste para esto – exclamó repentinamente. -Lo sé, no se me da bien la esgrima – respondí entre risas. -No hablo de la esgrima – su ceño estaba fruncido, pude notar que no era una broma. -¿De qué más podrías estar hablando? – cuestioné con bastante desconcierto. -No naciste para ser reina – replicó él firmemente. Sus palabras me habían dejado totalmente perpleja, estática, intenté hablar pero no me era posible, un líquido espeso y tibio bajaba por mi rodilla, me toqué el muslo, sentía como algo viscoso brotaba de él, al mirar mi mano, pintada de color rojo por mi sangre, finalmente pude notarlo, Silvain había atacado a mi abdomen, el peso de la espada o quizás su propia ira causaron que la espada bajase un poco hasta llegar a mi muslo. Papá solo miraba distante mientras gran parte del personal del castillo me rodeaba y llevaba hasta un lugar donde poder curarme. -Querías matarla – gritó Bastián colérico, yo estaba en cama, no había nada que pudiese hacer para apoyarlo o detenerlo. -No pienso aceptar tus calumnias – contestó Silvain de manera inmediata. -Solo admítelo, libera tu culpa – exclamó el otro. -No tengo nada que admitir, solo pensé que un ligero corte en el abdomen le haría entrar en razón – la respuesta de Silvain hizo que una expresión de asco apareciera en el rostro de Bastián. -Has derramado tu propia sangre, estás loco. -No iba a matarla, si hubiese querido matarla habría aplicado más fuerza y en este momento ni siquiera tendría pierna. Quizás si hubiese usado más fuerza habría llegado a su abdomen en vez de a su muslo, pero sentí compasión por su debilidad – no podía creer que quien hablaba era el mayor de mis hermanos, pero así era y eso me dejaría una gran lección, no existe persona en este mundo de quien deba confiarme. Cuando alguien desee algo de mí hará hasta lo inimaginable para obtenerlo. -Eres un desgraciado – Bastián no soportó la ira y se fue contra Silvain para golpearlo. -Deténganse – dije inmediatamente. -¿Si no lo hacemos qué? – exclamó Silvain incrédulo sonriendo de manera burlona. -Guardias, ordeno que saquéis a Silvain de mi habitación – había dicho aquello sin siquiera pensarlo, con una expresión dura y voz fría. Él no pudo evitar reírse ante mi petición, pero esto no evitó que los guardias lo sacaran inmediatamente. -No podéis hacerme esto – gritó él mientras intentaban sacarlo. -Te equivocas, hermano. Si puedo, de hecho lo acabo de hacer – Repliqué con el mismo tono anteriormente utilizado. Todo el personal del castillo se veía en la obligación de velar por el bienestar de la siguiente heredera al trono, mis hermanos tenían poder, pero no el suficiente para contrarrestar mis mandatos. No les importaba que fuese yo, sin embargo todos temían a la miseria, a la falta de agua y comida, quitarme a mí era como quitar un regalo de los dioses y ese era un lujo que ellos no podían darse. -Habéis perdido la cabeza – mi padre entró a la habitación totalmente enfurecido. -Creo que sí lo he hecho ¿Me ayudáis a encontrarla? – contesté mirando hacia todos lados como si realmente anduviera en su búsqueda. -No puedes hacer que saquen a tu hermano de ningún lado – gritó lleno de cólera. -Suenas como él – contesté sonriendo levemente – pero voy a decirte lo mismo que le he dicho a Silvain: Ya lo hice. -Sácame a mí si tenéis tanto poder – retó con una risa. -Solo espera a mi coronación, entonces haré lo me estás pidiendo. No te preocupes, será como un favor exclusivamente para vos – contesté con completa naturalidad. Papá no respondió absolutamente nada, salió inmediatamente de la habitación, estaba tan molesto que destrozó todo lo que estaba dentro de una de las habitaciones, sus gritos se escuchaban en todo el castillo. No era algo nuevo, gran parte de mi vida han pintado mi cabello de color marrón, así podían evitar la vergüenza de que yo tuviese los rasgos reales, para evitar que se marcaran las ondas que creaban unas especies de picos formando una corona llenaban el mismo de manteca, todo era casi inútil, como máximo duraba un día. No volví a tomar clases con Silvain, él siguió tomándolas, solo que por separado, para mi fortuna lo que sucedió en mi muslo no llegó a mayores, un mes después ya podía caminar libremente y solo tenía una pequeña cicatriz. Desde entonces mi hermano mayor y yo no nos dirigimos la palabra, si el caso se presenta y es realmente necesario entonces lo hacemos, pero no pasa de allí. -¿A mí también me odias? – preguntó Bastián un día mientras yo leía un libro. -¿Hay razones para odiarte? – cuestioné sin apartar la mirada de lo que estaba leyendo. -Creo que no, pero prefiero tener la certeza de que no es así y en caso de que sí disculparme contigo – respondió él convencido de que había algo que le estaba ocultando. Podía sentir su temor, lo comprendía, un día era la hermana menor tonta y al siguiente le tocó ver cómo echaba a nuestro propio hermano de la habitación. -No te odio Bastián, tampoco odio a Silvain, me parece que odiar no es un gesto elegante – contesté tomando la taza de té que tenía en la mesita de al lado. -Hablas como toda una princesa – no pudo evitar sonreír ante lo que decía y sinceramente yo tampoco. -Pero nací para ser más que eso – sentencié.
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