Capítulo 1
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La quinta sinfonía de Beethoven suena en el cuarto, dando el toque armonioso que necesitaba mi mañana.
—Rojo, necesito color rojo —susurro para mí mismo.
Antes de manchar las cerdas del pincel del color deseado, doy pasos atrás e inspecciono nuevamente mi obra.
Claramente, le falta el toque que se necesita para que pase de ser absurda pintura de principiante a una excelsa obra de arte. Sin embargo, no sé cuál es el dichoso toque y eso comienza a frustrarme.
El sonido de una llamada entrante del teléfono, me saca de mis ensoñaciones. Limpio mis dedos en la camiseta blanca con restos de manchas viejas en ella antes de tomar la llamada.
—Botticelli —respondo sin quitar los ojos de mi obra, inspeccionándola.
—Botticelli padre al habla —ruedo los ojos ante el chiste.
—Buen día, padre —sonrío de lado.
—Buen día, hijo. En unos minutos paso a buscarte —anuncia. Frunzo el ceño, confundido. Levanto la mirada hasta el reloj de madera que se encuentra colgado sobre el umbral de la puerta y abro los ojos, sorprendido.
—Oh, por Picasso —susurro quitándome rápidamente la camiseta de pintura mientras escucho a mi padre reír del otro lado de la línea.
—El camino está complicado, tienes suerte, niño. ¿Eso es una heladería? Voy a comprar algo ¡Oh hijo, tal vez tarde un poco más de lo estipulado! —trata de ayudar mi padre. Suelto una carcajada y cuelgo.
Ese es mi padre, Jonathan Botticelli. Gran empresario, jefe propio, excelente esposo y excepcional padre. Al ser hijo único, la relación con mi padre es única, es lo que en palabras comunes se dice, genial.
Me toma diez minutos, ducharme y vestirme. Salgo de mi habitación y cuando paso por el cuarto de mi compañero de piso, golpeo su puerta.
—Ray, tengo reunión con mi padre —informo y sigo mi camino al oír su vaga respuesta. Estoy seguro que al despertar, no recordará lo que dije pero él se lo buscó ya que hace tres horas regresó de su alocada noche y son las nueve de la mañana.
Me observo por última vez de pie a cabeza en el espejo y dando el visto bueno, salgo. En el ascensor, vuelvo a repasar mi atuendo y mi cabello.
Esta reunión es importante para mi padre y si todo sale como lo esperado, cerraremos trato con un cliente.
Desde que tengo diecinueve años trabajo en temas empresariales, siguiendo el legado de la familia. Me agrada pero no es algo en lo que me vea a futuro. Sin embargo, pasaron cinco años desde ese momento y aún continúo en el camino. Mi padre, al tener tal imperio no tiene en mente otra cosa que heredarme a mi, su único hijo.
Poco a poco fui encontrando mi lugar en la empresa, como por ejemplo, diseños. Me gusta diseñar, tengo ideas, son originales, simples y elegantes. Y ahora, no sólo me encargo de la zona de diseño e imprenta, sino también de lo legal. Mi padre ha descubierto mi don para persuadir, encantar y convencer a los clientes a nuestro favor.
—Buenos días, señor Botticelli —asiento en saludo al recepcionista y salgo del edificio.
Observo ceñudo el reloj de plata en mi muñeca, mi padre está atrasado por varios minutos. Si hay algo que aborrezco es la impuntualidad. Mi abuelo siempre decía "cinco minutos antes es llegar a tiempo, llegar a tiempo es llegar tarde y llegar tarde... mejor ni te presentes." Fue un hombre estricto pero no conmigo, no con su nieto más pequeño.
—Llegas tarde, padre —anuncio al entrar al auto. Veo de reojo como rueda sus ojos verdes y continúa el camino.
—Tú también lo hacías —replica.
Sonrío porque es cierto. Podría pasarme horas y horas en el estudio y sentir que pasaron simples minutos. Un huracán podría arrasar con todo y yo continuaría tratando de decidir qué color usar. Es que amo lo que hago y el tiempo pasa volando cuando me encuentro creando arte.
—¿Tienes el informe del día? —pregunto y él asiente. Señala atrás, entonces extiendo el brazo y tomo su maletín. Al tener los papeles en manos, los inspecciono.
El cliente del día se llama Matteo Kauffman. Solicita algo original, profesional y a la vez, simple. Es regalo sorpresa para su esposa por su aniversario de plata. Que romántico, resoplo por lo bajo.
—¿Aún con ese pensamiento? —cuestiona mi padre, conociendo hacía donde van mis pensamientos. Decido no responder porque llega al punto en donde la respuesta se torna repetitiva y carece de fundamento. Es que no soy de los que creen en el amor para siempre.
—Seguro que él es infiel a la mujer y que este regalo es una tonta tapadilla de amor —me burlo pero por primera vez en mucho tiempo, mi padre no ríe conmigo.
—Aunque no lo creas, no es el caso —dice seriamente—. No te gusta que te juzguen, entonces no juzgues.
Sabía que mi padre mantiene estrecha relación con sus clientes pero, ¿llegar al punto de defender?
—Como sea. ¿Algo más que deba saber? —pregunto cerrando la carpeta.
—Únicamente que él te quiere al frente de este pedido —frunzo el ceño, confundido—. Quiere que seas tú el que lo pruebe, lo apruebe y lo lleve a cabo.
—¿Por qué? Hace tiempo que no hago eso —respondo, confundido.
—Eres el mejor del estado, tienes alto reconocimiento. Hijo, por algo te quieren a ti —dice orgulloso y ruedo los ojos, fastidiado.
En ese instante, el auto comienza a ralentizar la velocidad y poco a poco nos vamos adentrando a la gran empresa que se encuentra en medio de la naturaleza. Los portones son abiertos, los guardias nos dejan pasar y entonces, nos bajamos al estacionar. Acomodo nuevamente mi traje y respiro hondo.
—Señor Botticelli —saluda Bob, el vicepresidente.
—Bob —sonríe mi padre. Sin embargo, sé que Bob no es de su total agrado.
Sin saluda, paso por su lado. Bob tampoco me inspira confianza pero debe participar en las actividades y decisiones de la empresa debido al convenio que mantenemos en la familia hace ya tres generaciones. Si por mi fuera, muchos de los trabajadores estarían despedidos, no confío enteramente en nadie que no sea mi padre.
—Allí están —mi padre señala a un par de personas sentadas tomando café.
En ese momento adopto un semblante serio, distante y profesional, aunque no soy de una manera muy distinta a esa.
—Señor Kauffman —saluda mi padre al llegar a su lado.
Ambas personas se incorporan de sus asientos y sonríen. Al primero que noto es a Matteo Kauffman ya que claro, asumo la mujer a su lado es su hija.
—Jonathan tanto tiempo, amigo —se abrazan—. Y tú debes ser el famoso Francisco Botticelli.
Sonrío de lado y asiento en respuesta—. Un placer, señor —extiendo mi mano pero él me abraza por el cuello.
—Ella es mi bella hija mayor, Italia —presenta al separarse de mi.
De verdad que es bella. Cuando me inclino a saludarla con un beso en la mejilla, me doy cuenta que es tal vez de la misma estatura que yo. Sonríe y ahí puedo encontrar el parecido con su padre, sus labios rellenos.
—Tomemos asiento y hablemos del proyecto —dice mi padre, desprendiendo un par de botones de su saco de traje.
—Me encantaría que esperemos un poco, mi hija menor aún tiene que llegar —explica.
Frunzo el ceño. Impuntualidad, eso es imperdonable. De todas formas, lo dejo pasar aunque el tiempo corre y mi tiempo vale oro, literal.
Tomo asiento frente a ellos y mi padre pide una taza de té, mientras busco mi computadora portátil para abrir la aplicación de diseño.
—Otra taza de té, por favor —dice el señor Kauffman, llamando mi atención y entonces explica—. Oh, es para mi hija menor. Le gusta mucho el té.
Asiento y levanto una ceja. Que le guste el té y no el café, gana un punto. Punto para Gryffindor, diría mi pequeño vecino.
—Señor Kauffman, realmente me gustaría esperar a su hija —miento—. Pero debemos adelantar algo, ya que dispongo de poco tiempo.
—Francisco, llámame Matteo —sonríe—. ¿Podríamos esperarla tan solo cinco minutos más? De verdad es importante, es nuestra niña y además, ella es la de las ideas.
Italia ríe, asintiendo y besa la mejilla de su padre. Suelto un suspiro y asiento, volviendo la vista a la pantalla de mi computadora. Abro un par de diseños de muestra y también la aplicación de notas. Este es un pedido importante y deseo que salga más que perfecto.
—¿Tiene pensado que tipo de vino quiere? —pregunto sin quitar la vista de la pantalla.
—Sí, vino tinto —responde y asiento, escribiendo—. No sé si tu padre te ha dicho pero quería que seas tú el encargado de esto.
Levanto la mirada y asiento seriamente—. Intentaré hacer lo mejor posible.
—¡Claro que lo harás, eres el mejor catador de vino del país!
Era cierto, aunque no sé si decir del país, pero sí era un catador de vino muy importante en el rubro. Me caracterizaba no sólo por degustar el producto, sino también de juzgarlo por usar los sentidos de vista y olfato, como debería ser. No sólo probaba el vino, sino que investigaba y asistía su proceso. Era el catador de vino más exigente del lugar, por lo que poco a poco fui ganando reconocimiento y lugar en muchas empresas.
—¡Allí está mi bella niña! —exclama Matteo viendo a mis espaldas.
Salgo de mis ensoñaciones, giro levemente la cabeza para ver hacia la puerta y me llevo una gran sorpresa. Si creía que Italia era una mujer bella, esta mujer le ganaba el puesto sin duda alguna. Era una belleza deslumbrante, una que hace mucho tiempo no veía.
—Lamento mucho el retraso —dice. Tenía una bonita voz, suave pero no inaudible, femenina pero no chillona, simplemente adecuada.
—Señores les quiero presentar a mi hija menor, Florence.
Ella nos sonríe y lo hace de una forma tan sencilla e inocente que logra una presión en mi pecho. Ella era adorable.
Lo que no supe ese día, fue que ella iba a cambiar mi vida. Sin embargo, muy tarde lo comprendí.
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