Elena llegó a la villa y se reunión con su suegra y su hijastra.
– ¡Elena! – exclamó Melissa Anderson y se levantó para recibirla – hija, te hemos extrañado tanto, estuve a punto de ir a buscarte, no podía creerlo, no he podido comer en todos estos meses por la preocupación.
Mirando el estómago de su suegra y los kilos ganados, Elena encontró muy difícil creer tales palabras.
– Cristián me contó lo sucedido – susurró Melissa – hija, debe haber forma de que seas un poco más comprensiva, estas cosas suceden, no serías ni la primera ni la última mujer en tolerarlas, y Erika, ¡cariño!, ella es tu hija.
Elena sintió que iba a atragantarse – ella no es mía – no había llegado a la demencia como para olvidar un embarazo y un parto.
– Es la hija de tu esposo, eso la vuelve tu hija.
Desde dond
