Capítulo 3

1826 Words
IRIS Son las cinco de la mañana, lo sé porque oigo el motor del Audi del Señor Adams antes de irse a trabajar. Sí, las cinco de la mañana. Debería estar disfrutando de las últimas horas de sueño pero mis oídos están demasiado ocupados informando a mi cerebro de cualquier minúsculo ruido que haya alrededor. Lo odio. Con los años he llegado a la conclusión de que hay dos tipos de personas en este mundo: las que pueden dormir con una banda de rock tocando a un metro de ellas, a ese grupo pertenece mi madre; y las que se despiertan con el sonido de un mosquito, si buscas a alguien así, yo soy tu alguien. Lo peor de todo es que mi pesadilla matinal diaria no acaba aquí. Ha pasado una hora. Está sonando el primer despertador de mamá, si se levantara ahora tendría veinte minutos para desayunar con calma, prepararse e ir caminando al trabajo. Pero no, Amber Parks no es de esa clase de personas, ella prefiere torturarme con tres despertadores más, levantarse a las seis y veinte, prepararse con prisa y salir sin desayunar. —¡Mamá, son las seis! —grito, lo suficiente alto para que me escuche pero no tanto como para despertar a mi hermana. Es raro, lo sé, pero los despertadores son más para mí que para ella. Como mencioné antes, puede tener una fiesta universitaria en su cama que no se va a enterar. Me levanto de la cama, atravieso el pasillo y entro en la habitación de mi madre. Está en el quinto sueño cuando me acerco a su mesita de noche, cojo su móvil y se lo pongo en la mano para que apague el maldito despertador. A veces me siento mala hija, lo reconozco. Ya que estoy aquí debería apagarlo yo, pero bastante hago viniendo cada cinco minutos a recordarle la hora que es. Dos horas más tarde, mi hermana Penélope entra en mi habitación, se quita los zapatos, para no hacer ruido, y viene directa a mi cama. Estoy despierta aunque, como siempre, me hago la dormida. Me gusta ver su carita de satisfacción cuando cree que me ha despertado. —¡Despierta! —¿Quién osa despertar a la diosa del amor? —digo con tono solemne, aún con los ojos cerrados. Pe ahoga una risa mientras la oigo correr para sentarse en el sillón azul que hay en la otra esquina de la habitación. Siempre le doy tiempo para preparar su personaje antes de "despertarme''. Hoy, muy sabiamente, ha decido ser mi pequeña asesora del templo. Al abrir los ojos la encuentro sentada con una manta blanca tapando sus hombros, a modo de capa, los pies cruzados y las manos sobre su rodilla. —Adorada divinidad, siento comunicarle que es hora de levantarse. Como su asesora he de encargarme de que cumpla con sus tareas. Su infructuoso intento por reprimir una risilla me hace sonreír. —Tienes razón. ¿Cuál es mi agenda para el día de hoy? Se pone recta y coloca sus rizos detrás de las orejas. Es como un ritual pre-actuación. —Primero, oh gran diosa, tiene que atender a sus súbditos y prepararles un banquete, después debe pasear al gran dragón y finalmente informar a su pueblo sobre sus planes de conquista. A medio día, estará libre para hacer lo que le plazca. No puedo evitar reírme. Cada día adoro más a esta pequeñaja. Solo tiene cinco años, pero a veces me sorprende su capacidad para interpretar. Me pregunto si se preparará estas pequeñas escenas antes de venir. Conociéndola, seguro que sí. Si no tienes ni idea de lo que ha querido decir al pregonar mi agenda de hoy, lo traduciré: vamos a hacer tortitas para desayunar, a pasear a Pol, nuestra perra, y luego le leeré un cuento sobre los dioses, le encanta la mitología, eso lo heredó de mamá. —Venga, Venus —dice alargando la última vocal, haciendo pucheros. —Vamos pequeña —respondo con la voz más dulce que puedo a estas horas de la mañana. Me levanto de la cama, la cojo en brazos—. Es hora de hacer tortitas. Una vez en la cocina, la dejo sobre la isla y comienzo a preparar el desayuno de ambas. —¿Arándanos o frambuesas? —¿Tengo que elegir? Sabe que cuando pone esa cara no puedo decirle que no, es buena, muy buena, así que cedo. Desayunamos mientras ve Dora la Exploradora y me hace prometer que no le diré nunca, a nadie, que lo ve porque son dibujos para niños pequeños y ella ya es grande. Tras terminar, estamos listas para pasear a Pol, tiene nombre de perro pero es una perra. La verdad es que estuvo meses sin nombre. A mi me parecía una tontería e irrespetuoso, este «dragón» necesitaba uno, por eso, comencé a llamarla Pol. Mi madre lo odió desde el primer momento pero para una situación estúpida, medidas estúpidas, de ahí el estúpido nombre. Penélope aún no había nacido, yo era la única que decidía. Ventajas de ser hija única durante catorce años. —Penélope, hace cinco minutos que estoy esperándote, ¿qué estás haciendo? —Nada, ya bajo, eres una... una... no sabes esperar —responde bajando las escaleras, notablemente molesta. —Se dice impaciente. Está preciosa, es preciosa. No me deja ayudarla a vestirse, desde el siete de marzo, día de su quinto cumpleaños. Ella sabe lo que quiere ponerse, y ya puede hacerlo sola, así que yo accedo a que se ponga lo que quiera. Si es feliz yendo al parque con una falda multicolor, una camiseta blanca y una diadema con un cuerno blanco y purpurina plateada, quién soy yo para decirle que no. —Llama a Pol, tenemos que irnos ya, el dragón no puede esperar tanto tiempo por la pequeña... ¿princesa? —digo solo para molestarla. —¡No! No soy una princesa, soy un unicornio. —Venga, no te pongas así. Eres un unicornio precioso —digo mientras sus pequeños ojos azules me miran fijamente. La cojo en brazos y le doy vueltas por el salón, oigo su risa y sé que estoy perdonada—. Vamos, pasearemos a Pol, te compraré helado y luego te llevo al parque de la colina. ¿Te parece buena idea? Asiente dedicándome una sonrisa. Cabe mencionar que le falta la paleta derecha superior, se le cayó hace unos días. Al principio no le gustaba sonreír porque le daba vergüenza pero tras la charla con mamá, en la que le dijo que eso demuestra que está madurando, no para de reír y sonreír. —Te quiero. —Yo también —beso su frente. Pol está en el porche tumbada, esperándonos. Tiene el pelo muy corto color caramelo, los ojos a juego y es la perra más cariñosa y juguetona del mundo. La adoptamos cuando yo tenía siete años. Estábamos visitando a mis tíos cuando uno de mis primos mayores, Carlos, trajo a casa un cachorro que había encontrado en una caja junto a la basura. Ellos no podían quedarse con la pequeña Pol, en ese entonces Polita, y yo no tuve que rogar mucho para que mis padres dejaran que me quedara con ella. Solo me llevó unas tres horas de patalear y llorar como un bebé. Media hora después estamos sentadas en un banco de madera blanco, a la sombra de un naranjo. Es Junio, el verano ha empezado y estar a las once de la mañana a 28ºC sin que corra el aire no es muy agradable, sin embargo, mi hermanita no se queja ni un poco así que yo tampoco voy a hacerlo, bueno, no en alto. Estoy sudando por todos lados y el helado se derrite a la velocidad de la luz. Seguro que en el inframundo están pasando menos calor. Estamos en el parque de la colina, un parque grande con muchos árboles y flores de colores. Desde la entrada, encabezada por un portón de metal n***o, se extienden tres caminos paralelos que dan la vuelta al parque, uno naranja para patinar y coger la bici, otro verde, para correr y caminar, y uno gris con adoquines que nunca he entendido para qué es. Estamos en el camino verde, en este hay pequeños bancos de madera blanca cada 10 metros, con sus respectivas farolas negras, árboles frutales y papeleras con forma de delfín. Ha pasado un rato y Penélope sigue hablando de cómo atrapar a un unicornio. Lo tiene todo planeado, hasta el discurso que le dará a mamá para que la deje quedarse con él. Según ella, hay muchos, pero solo los que miran con el corazón pueden verlos. No voy a poner en duda su palabra, si mi hermana dice que hay unicornios es porque los hay. Me gusta verla feliz, esa es mi misión en la vida, junto con mantener vigilada a mamá. —... entonces mami me dirá que le encanta la idea. Termina su relato tan entusiasmada como lo hizo el primer día que me contó su plan maestro, la 'Operación Arcoiris', así lo bautizó hace unos meses. —Me parece un plan perfecto, seguro que funcionará —respondo intentando parecer tan emocionada como ella—. ¿Quieres pasar por el lago antes de volver a casa? —¡Sí, sí, sí! Se pone en pie de un salto. A unos kilómetros del parque se encuentra el Lago Martini. Es un sitio precioso, el agua es turquesa y está rodeado por acantilados de roca blanca sobre los que se extienden un gran bosque de pinos. Aparcamos el coche cerca de los acantilados y bajamos por el sendero de la derecha, es más largo pero más seguro. Minutos después estamos sentadas con los pies en el agua, en un pequeño muelle de madera que construyeron hace poco. Es temprano, en verano la una se considera temprano, así que estamos solas. Este lago solo lo conoce la gente de la zona, está apartado pero no muy lejos de la civilización. Un buen lugar donde poder pensar, pasar el día o hacer una fiesta sin tener que preocuparse por los vecinos, y nuestro lugar para relajarnos preferido. Decir que mi hermana es como un torbellino es quedarse corta. Es una niña preciosa, fuerte, amable y con un carácter muy marcado para su edad. Sabe lo que quiere y lo que no; sabe cuándo llorar para conseguir su objetivo y cuándo negociar condiciones si algo no le convence. Le encanta ver películas, dibujos animados, aunque nunca lo admitiría en público, y jugar. Es divertida, educada y muy sensible. Y, aunque intento pasar todo el tiempo posible con ella y hacerla sentir lo más querida posible, la ausencia que un padre que nunca conoció y una madre no muy equilibrada, no ayuda. Pero, ella es mi brújula, la luz de mi vida y la persona por la que mataría sin dudarlo. Mi hermana, mi responsabilidad.
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