Capítulo 5

1416 Words
Amaya —Tienes que estar bromeando, mamá —le dije a mi progenitora luego de escuchar la petición que me hizo. La mujer no solo me estaba diciendo que dejase de lado mis conceptos, sino que le diese una oportunidad a un hombre que hablaba de rectitud, de derechos, de valores y más, pero que le faltaba el respeto a su familia con una amante, además de que dirigía una de las organizaciones criminales que más daño le hacía al mundo. ¡Era el colmo! —No, de verdad te estoy informando, tu padre quiere verte y debes ir. El encuentro va a pasar, quieras o no, y para mí lo mejor que podrías hacer es acercarte a tu padre sin que se vea obligado a hacerlo —me contestó con seriedad y un toque de preocupación en su voz—. Él… Quiere arreglar las cosas, Amaya, así que solo dale una oportunidad. —Lo siento, una persona que me tiene como su sucio secreto no merece que le dé una oportunidad. Le colgué a mi madre cuanto antes, cansada de siquiera pensar en que ella fuese insistente. Antes de que mi padre no volviese a interferir directamente en mi vida, él me había dicho que no podía alejarme totalmente, que en el momento en el que me necesitase debía presentarme sí o sí. Una situación que no solo no era buena, era un desastre al que no le tomé la palabra, pero no caería en su juego. Seguí con lo mío. Terminé algunas actividades de la universidad, repasé algunos libros de textos y luego encendí mi iPad para leerme un Comics de un romance de una mujer en el mundo de las bestias. Adoraba la manera en la que las autoras retrataban los paneles, así como armaban historias geniales, fue tanto mi afán que compré monedas para los próximos capítulos, los leí con una gran satisfacción y me quedé tendida, dormida y por una extraña razón, pensando en el hombre de la biblioteca. Mi subconsciente me hizo soñar con que el misterioso hombre me hablaba mientras yo misma me tocaba. No decía palabras dulces, ni recatas, eran sucias, cargadas de deseo. **** Desperté con el sonido de la alarma, acalorada, con miles de pensamientos corriendo por mi cabeza a puntos inimaginables. Una parte de mí se sentía juguetona por tener ese tipo de ideas, sin embargo, otra se sentía apenada por llegar a ese punto. Nunca había tenido novios, citas o parejas por la simple y sencilla razón de que sabía muy bien cómo se veía un corazón roto. Para mí, el mundo no solo era una cuestión de sentimientos, sino de intenciones y deseos. Tenía necesidades, pero me conocía lo suficiente como para entender que no eran una prioridad y que abrirles las puestas a los hombres para tener nuevas interacciones sería un problema de fuerza mayor. No solo por mi miedo, por mi percepción de las relaciones, sino porque sabía perfectamente que en el momento en el que comenzara a salir con alguien mi padre haría de las suyas. Desde pequeña, en las muchas veces en las que me visitó a escondidas, me dijo que toda mujer que se daba a respetar cumpliría tres cosas primordiales: respetaría a su familia, especialmente a sus padres; se honraría por sobre todas las cosas; sería un orgullo para ella misma. Esos conceptos no solo estaban ligados a tradiciones ancestrales de Yakuza, sino a una cosmovisión muy reducida sobre el mundo mismo. Intentar dejar esos preceptos atrás, costaban muchísimo, demasiado dadas las circunstancias, no obstante, yo no podía soltarlos como así. Si me involucraba con alguien que mi padre no considerase a la altura, sería un problema que no quería ni resolver o conocer. Por eso mismo prefería quedarme sola con mis libros. Esos nunca me dejarían sola, no serían una bomba de tiempo a nada de explotar. Ya estaba lista para salir de la residencia e ir directo a desayunar cuando sonó mi teléfono y contesté sin revisar, pensando que era mi madre. —Necesitamos hablar, suki. La voz del hombre que me engendró me paralizó por completo, me hizo fruncir el ceño y apretar los puños. —No tenemos nada de qué hablar, mi madre te tuvo que haber dicho algo al respecto ayer. —No seas testaruda, suki, ven a desayunar conmigo, es importante hacerlo —pidió en un tono exigente, de esos que me dejaban en claro que era una exigencia. —Lo siento, pero tengo una vida que no voy a modificar por nadie —espeté y le colgué. Apagué el teléfono de inmediato. No imaginé que luego de esa decisión, de camino a mi clase, dos hombres con traje, de rasgos asiáticos y expresiones pétreas, se acercaran a mí. Al ver los símbolos en su mano, supe que eran Yakuza, por lo que tragué saliva con fuerza. —Ohayōgozaimasu, Amaya-sama, go dōkō negaimasu. O tōsama kara, chokusetsu o tsure suru yō ni to iwa rete imasu. —Yo… No me dio tiempo siquiera de responder, uno de ellos me tomó del brazo con delicadeza y me guio a través del campus hasta llegar a una limusina negra que nos esperaba. Miré para ver si había mucha afluencia de personas, y no, unos pocos que pasaban caminando, metidos en sus asuntos. Respiré hondo y me dije que podía lidiar con Hiroshi Yagami para volver a mi rutina de inglés, de lectura y de consumir producciones asiáticas mientras comía ramen del contrabando en mi habitación. —Por favor —dijo el otro hombre en un intento porque me subiera, así que me abrió la puerta con caballerosidad mientras el otro daba la vuelta y se subía del lado del copiloto. Luego el hombre que esperaba por mí me tendió la mano, así que la rechacé enseguida. —Hitori demo ī —espeté con cierta molestia. Me subí y me topé con la mirada de mi padre, estaba rojo de furia, lo conocía muy bien así que no me aminoré porque sabía muy bien que odiaba que le colgaran el teléfono, así que le fruncí el ceño en respuesta y me senté apartada de él. No obstante, cuando miré a mi izquierda, en el otro extremo de la limusina, vi un rostro que no creí poder ver en persona. Mi confusión debió ser tal que Hiro, el hijo mayor de mi padre, el medio hermano que era diez años mayor que yo, solo se echó a reír. —Dios, pensé que todo se trataba de una broma cruel, padre, pero esto va mucho allá de lo que alguna vez pensé que podías hacer —espetó divertido y me sentí inquieta. —Hiro, vas a confundir a Amaya… —Yo no la confundí, la tuviste que haber confundido tú, ¿acaso la chica sabe siquiera…? —¡Suficiente! —lo cortó nuestro padre—. Vinimos a buscarla, la pondré al corriente con todo cuando lleguemos a casa. Eso me hizo ladear la cabeza y mirarlo directamente a los ojos. —¿A qué te refieres con casa? —le pregunté. —¡Oh, padre! Esto es tan divertido de presenciar… —Cállate, Hiro —le reprendió antes de suspirar profundo—. Quería hacer las cosas de forma civilizada contigo, Amaya, pero como te niegas a siquiera verme, entonces lo haremos a mi manera. Iremos a Los Ángeles, necesito presentarte antes el consejo inmediatamente. —Tienes que estar bromeando… —Eso mismo dije yo de camino aquí cuando me contó una historia muy interesante sobre tener una hija fuera del matrimonio y la Yakuza —comentó Hiro como si nada y mi corazón latió de prisa. —No quiero ir, tengo mi vida, mis títulos, mis sueños, mis exámenes… —Me encargaré de ello por ahora, tú solo quédate tranquila, hija, necesito que te calmes, que seas muy fuerte y que muestres el temple que te caracteriza —me pidió Hiroshi. —No me quieras ver la cara de idiota —expresé rabiosa y vi cómo Hiro sonrió con deleite, como su no hubiese esperado este tipo de actitud—. Me estás raptando, me estás sacando de mi vida para… —Para presentarte ante mi mundo y jures lealtad —contestó sin mediar palabras. Eso hizo que el shock fuese brutal, no podía ser cierto. Frases en japonés: —Buenos días, señorita Amaya, necesitamos que nos acompañe. Su padre ha pedido que la llevemos directo con él. —Yo puedo sola.
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