Regresé a mi escritorio, inserté las piernas bajo el pedazo de vidrio y respiré profundo. Perla estaba enviando un mensaje, mientras mi mirada no se alejaba de ella. En un momento elevó la mirada y notó la forma tan penetrante que utilicé para indicarle que era la elegida entre todas. Ella frunció el ceño y terminó de escribir el mensaje. De sus labios brotó un qué ocurre, seguido de un signo de interrogación en sus ojos. —Necesito pedirte un favor —comenté con las manos en el escritorio. —Tú dirás, jefa —articuló mientras guardaba el teléfono. —Necesito que entres al apartamento de Maximiliano. Solté tan deprisa la idea, que varias de mis cuerdas vocales dolieron. El rostro de Perla era indescifrable, junto a una boca entreabierta y las manos sobre su pecho. —¿Qué? —preguntó incrédul