Permanecí en silencio, hasta que ella abrió la puerta y se arrastró hasta mi cama. Se desplomó a mi lado y sujetó mi cintura con uno de sus brazos. Recostó su cabeza en mi estómago y permitió que hiciera piojito en su cabeza, igual que cuando era niña. A veces sentía que Samantha no tenía veinte años y seguía siendo mi niña de ocho. Apreté el cuerpo de mi hija al mío y sentí su corazón latir. Por momentos como esos, olvidaba todos los malos momentos y me enfocaba en lo que realmente importaba. Samantha era mi universo; uno que estaba próximo en desvanecerse a otra parte. Quería lo mejor para ella, pero esa distancia que nos separaría me consumiría por dentro. Ella era todo lo que tenía en ese momento, por lo que la despedida sería dolorosa. —¿Me vas a extrañar? —inquirí al descender y be