Cuando seguía inocente del asqueroso mundo que me rodeaba, quería que los días que estaba con Keith se duplicaran. Casi le suplicaba a Dios que los días fuesen de cien horas en lugar de las escasas veinticuatro. Nada era suficiente cuando estábamos juntos. Nos volvimos adictos el uno al otro desde que los dulces rayos del sol entraban por la ventana del hotel hasta que la luna nos despedía en la puerta del edificio. Nos divertimos mucho la primera noche que estuvimos juntos en Gresham. Mientras mi mamá se enfocaba en remendar su corazón junto al de Nicholas, nosotros bailamos bajo un inmenso farol de colores que giraba sobre un pedestal. La ensordecedora música se mitigó en los ojos de Keith, mientras apretaba la carne de mi cintura con sus manos y las mías colgaban de su espalda. Sonreím