Pasaron los días hasta que Skyler me dirigió la palabra como una persona cuerda y con dos dedos de frente. Ella casi me suplicó con la mirada que fuera yo quien diera el primer paso de hablarle y arreglar las cosas. Mientras todo eso se solucionaba, dormía en la habitación de huéspedes y llegaba tarde del trabajo. Me coloqué el lema de “entre más tarde llegara mejor, y si comía en la calle mejor”. No quería encontrarme con ella. Esa blanca y gélida mañana, al levantarme de la cama y salir a buscar una taza de café caliente, la encontré sentada en el muro de la ventana frontal, con las piernas pegadas a su pecho y una taza en sus manos. La mirada de Skyler se perdía en la nieve que caía en el jardín y el aliento que exhalaba y humedecía el cristal de la ventana. Froté mis brazos con ambas