Mi corazón palpitó como el de un conejo asustado. Mis manos sudaron en esos segundos que ella tardó en quitarse el abrigo y señalar la mesa donde estaba sentado. De inmediato me levanté y observé lo hermosa que lucía. Su cabello ondulado, el labial rojo, el vestido provocativo de un color rosa suave y la forma en la que se ajustaba a su cuerpo. Ella caminó hasta mí y se detuvo a pocos centímetros de mi cuerpo. No hizo el intento por saludar; se limitó a detenerse como un auto al cambio del semáforo. —Hola, Andrea —saludé con una sonrisa. —¿Llevas mucho tiempo esperando? —No. —Rodeé la mesa y saqué la silla para ella—. Ordené vino tinto para ti. —Gracias. Ella colocó su bolso a un lado, quitó el cabello que caía sobre sus ojos y respiró profundo. Por las aberturas en la parte alta de s