Manejé toda la noche por las direcciones que Reed marcaba en el GPS. Marcos durmió un rato en el asiento trasero del auto, mientras nosotros nos enfocábamos en mantenernos a un límite de velocidad razonable. Varios policías se encontraban patrullando las orillas de la carretera a esa hora de la noche, y en medio de la interestatal encontramos un control de tráfico. Bastó con mostrar las identificaciones para que nos dejaran ir; no tenían nada en nuestra contra, no éramos los más buscados. Poco antes de rayar el alba, entramos a Memphis. Era una ciudad pintoresca, con muchos carteles coloridos fuera de las tiendas, anuncios con luces de neón, muchas flores en las afueras de los comerciales, transeúnte corriendo con perros en sus manos y un aroma a café que brotaba de las panaderías. Marcos