—Cuénteme sobre la inquietud de los labriegos y los problemas locales— le dijo el Marqués a su administrador. Roger Clarke acababa de ocupar el puesto de su padre, quien había sido el administrador del Castillo Ridge durante treinta años. Era un hombre joven, no tendría más de veintisiete años, pero cumplía su trabajo con eficiencia y el Marqués sabía que el señor Graham lo tenía en gran estima. —Ha habido problemas, milord, desde que murió sir Harold. —¿Por qué? El Marqués se recostó sobre el respaldo de terciopelo de su silla. Estaba sentado ante el enorme escritorio de superficie plana, del mismo modo que recordaba haber visto a su padre en las pocas ocasiones en que visitaba el Castillo. Pero sabía que había sido su abuelo quien había sentado el precedente de que se ventilaran en