Con una mirada de inquietud, Hazel lo hizo. Oliver olfateó otra vez.
El dolor le atacó diez veces peor que antes. Sentía que la sangre abandonaba su cara, dejándole las mejillas frías y húmedas. Empezó a respirar más deprisa, su ritmo cardíaco se aceleraba. Un sudor frío se apoderó de todo su cuerpo.
Pero en medio de todas las sensaciones desagradables, en la imaginación de Oliver se formó una imagen clara.
Podía ver un edificio. No, una iglesia. Un lugar de culto grande y opulento. Había un púlpito y bancos de madera en forma de herradura alrededor. Una estatua. Columnas de mármol. Techos pintados.
—La Capilla Sixtina —se oyó decir a sí mismo Oliver, aunque no se había dado la orden a sí mismo de hablar.
La Señorita Lucía se incorporó. Frunció el ceño.
—¿Qué sucede con ella?
—No lo
