CAPÍTULO IV
Al bajar la escalera para disponerse a cenar, vestida con un bellísimo atuendo, Carmela se dijo que, si no estuviera tan asustada ante la posibilidad de hacer algo que perjudicara a Emily, la situación que vivía sería muy entretenida.
Como el Conde había marcado una tregua, trataba de mostrarse encantador y ya no la trataba como a una tonta colegiala, sino como a una mujer inteligente.
Durante los últimos dos días se había percatado del esfuerzo que hacía él para controlarse; tal vez era la primera vez en su vida que tenía que tomar en cuenta los sentimientos de una mujer por encima de los suyos.
La incluía en todas las conversaciones que sostenía con el Príncipe, le pedía su opinión y escuchaba atento lo que ella decía. Carmela estaba segura de que normalmente, la palabra
