Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y, en ese momento, se abrió la puerta a sus espaldas. Se enderezó, esperando escuchar la voz quejumbrosa de la señora Cooper que le ordenaba controlar a los niños o la del vicario, gritándoles, lo que siempre los ponía de peor humor. Pero, al advertir que nadie hablaba, se volvió, quedándose muda de asombro. De pie en el quicio de la puerta, en contraste con la habitación fea y desaseada; se encontraba una encantadora joven. Llevaba puesto un sombrero cubierto de flores y un vestido de talle alto de muselina color malva fon lazos del mismo tono, y tenía una linda cara, grandes ojos azules y boca roja y sonriente. —¡Hola, Carmela! —¡Emily! Carmela casi brincó de su silla mientras se limpiaba la yema de huevo de la mano, y corrió hacia la