CAPÍTULO DIECIOCHO El Maestro de los Cuervos había descubierto que a****r un pueblo o una ciudad era todo un arte. Los hombres estúpidos entraban a la carga con escaleras de asedio o chocaban contra las murallas como una marea. Los que ganaban lo hacían creando presión, creando miedo. —Recuérdame el nombre de este pueblo —le dijo a un ayudante, mientras señalaba hacia el pueblo que había por debajo de la cuesta en la que ellos estaban, parcialmente oculto por los árboles que había a lo largo de su cresta. —Dathersford, mi señor —dijo el hombre. Él asintió. Estaban avanzando. Enviar su atención a los pájaros que volaban por encima revelaba que sus fuerzas se extendían menos como el ejército que eran y más como los ojeadores que podrían ir delante de una cacería, haciendo que los pájaros