Tal como lo esperaba, había largas filas de habitaciones para la servidumbre, todas pequeñas y amuebladas con camas de metal y armarios de cajones. En gran número de ellas el techo estaba dañado y los cristales de las ventanas tan sucios que apenas si penetraban la luz del sol. Recorrió una a una las habitaciones, pero su búsqueda resultó infructuosa. Al llegar al fondo bajó por una angosta escalera que la conduciría al ala oeste. No era tan alta como el bloque central y todas las habitaciones se destinaban a huéspedes. Estaban amuebladas con exquisitas cómodas francesas, finos muebles Chippendale y, en algunos casos, de roble al estilo isabelino. Una rápida mirada al inventario le indicó que todo estaba enlistado. Avanzó, con la frustrante sensación de que había sido demasiado opti