Instintivamente, ya que su corazón latía apresurado, Thelma se llevó una mano al pecho. Al verla, la expresión del Conde se alteró. —Disculpe, no era mi intención asustarla. Ella no respondió y él continuó diciendo: —No tengo excusa, pero tal vez sea lo bastante generosa para intentar comprender. —Me... me gustaría hacerlo— susurró Thelma con voz débil y titubeante—, sin embargo, no... era mi... intención... indignarlo. —Le juro que lo lamento mucho— se disculpó el Conde—, por favor, siéntese y trataré de explicarle. Como sentía que sus piernas ya no podían sostenerla, Thelma se sentó en el sofá más cercano. El Conde se mantuvo de pie frente a la chimenea. Thelma observó que, igual que en el vestíbulo, las cenizas del fuego no se habían limpiado y los implementos estaban sin pulir