Y terminas eligiendo la soledad; no
es egoísmo, pero si nadie se atreve
a amarte, agradeces que no te sigan
rompiendo.
Edgar Allan Poe.
Ame la forma en que el amanecer se colaba por las ventanas de mi habitación. Los tonos naranjas y rosas poco a poco le quitaban el paso a la oscuridad de la noche, su mezcla con los morados y azules me daba la oportunidad de agradecer un nuevo día. Otra ocasión para lograr cada una de las cosas que en mi mente se creaban. Por mucho tiempo deje de apreciar ese tipo de detalles, deje de meditar al tiempo que el sol salía y de escribir los momentos que marcaron mi día por la noche antes de acostarme.
La melancolía, no me daba tregua. En algún momento de la noche, pasando los recuerdos una y otra vez de mi boda debí quedarme dormida, sin embargo, sentía una resaca infernal. Hubiera deseado que fuera por tequila y no por mi estúpido corazón rompiéndose una vez más ¿Cuántas veces más podría romperse? Tome mis zapatillas para correr, tal vez un poco de oxígeno liberaría las endorfinas que necesitaba para ser un humano decente.
Las pesadillas eran parte de mis noches, y en ellas el rostro de Nicholas me lastimaba, sentía que no lo conocía. Cada paso que me acercaba hacia él lo volvía un extraño. Las preguntas me atormentaban, las dudas.
Me faltaba el aire. Las lágrimas se confundían con el sudor de mi rostro. Por lo menos ahora el dolor era real, físico. Con ese dolor podía lidiar. Corrí sin rumbo, simplemente corrí hasta que mis pensamientos se ahogaran con cada respiración o latido. Habían pasado cinco años, largos años en los que no paraba de cuestionarme. Pase esos años en modo automático, veía como todo a mi alrededor se transformó, pero yo seguía con mi alma ausente, aunque poco a poco menos rota. Corrí más rápido. No podía detenerme, ya no quería que todas las emociones derrumben mis salidas.
Llegué corriendo hasta el consultorio de mi terapeuta, parece que aún estoy en modo automático. Me detuve frente a la puerta, dudaba si llegar o seguir mi camino. Era una estupidez, me tocaba sesión hasta el viernes, podía esperar.
- ¿Maca? – Su voz dulce me sorprendió. - ¿Qué haces aquí? ¿te encuentras bien?
La miraba esperando que me dejara ir, sin decirle nada. Sin embargo, notaba su preocupación.
- ¿Macarena? – siguió preguntando.
- No sé con quién me casé. -escupí sintiendo como si algo se quebrara en mil pedazos dentro de mí.
- Pasa Macarena. Hablemos.
Camine hacia ella. Lucía más joven que yo ahora que la veía sin sus gafas o su ropa formal. Maldición tal vez si era menor que yo y ella tenía más estabilidad emocional. Bueno en realidad, a este punto creo que una piedra tiene más estabilidad que yo.
Me senté en el mismo sillón amarillo canario que consideraba un poco inapropiado para el consultorio, pero toda esta habitación era poco convencional. La combinación de colores vivos, las piezas de arte, y todas las plantas parecían fuera de lugar. Me sentía agredida ante tanta alegría.
Ella me observaba desde su sillón verde esmeralda con cojines rosas. No sabía en qué momento se había colocado sus gafas, aun así, parecía una adolescente.
- ¿Quieres algo de tomar? – Ofreció antes de tomar asiento.
- Si, si por favor. Y ¿puedo pasar a tu sanitario? -Sentía el sudor cayendo por mi espalda.
- Claro, pasa y ponte cómoda. Voy por el agua.
Nunca había reparado en la decoración del consultorio, pero ahora apreciaba cada detalle de ella. Tal vez cambiando un poco mi apartamento lo sentiría de nuevo mi hogar. De esa manera podría dejar de ser una intrusa, tal como ahora me apreciaba. Con tantas cosas en mi mente, en mi vida estaba tratando de salir por la puerta fácil. Evasión.
- Como es una sesión de emergencia ¿tú decidirás hacia dónde dirigimos tu terapia? -comentó antes de sentarme en el sillón.
- Me engaño.- Espeté.- Nicholas, me engaño y ahora no sé quién es realmente. A quién le estuve llorando los últimos cinco años, quién diablos estuvo conmigo en el altar. Mis votos, los sueños, planes de vida. No sé a quién decidí entregarle la mitad de mi alma y peor aún, qué diablos he estado haciendo con mi vida. Me siento a la deriva, como una naufraga. Con ganas de tener una estúpida máquina del tiempo y cambiar el momento en que nos conocimos. Hacer algo consciente de una maldita vez, alejarme de él. Quiero que él me diga, que me responda. Deseo verlo cara a cara para que me conteste. Que me diga cuan equivocada estoy. -Mi voz se cortó cuando no pude contener más el llanto. Odiaba estar así, me sentía insensata, vulnerable. No comprendía que después de cinco años yo seguía hundida en el fango.
- Respira. Es normal…-
- ¿Normal? -la interrumpí. - ¡Maldición! Es normal que el hombre al que le prometí amor eterno y lealtad sea un completo extraño. Es normal que él que creía el amor de mi vida me usara para concretar negocios que hasta ahora puedo asegurar que algo tienen de lícitos. Es normal que ese hombre en realidad se burlara de mí, cada que le decía lo mucho que lo amaba. Mira pues que bella normalidad. -Refuté de forma sarcástica. – Lo siento.
- No tienes por qué hacerlo, es cómo te sientes y por lo que estamos hoy aquí. Así que no te detengas, ¿Por qué dices que no sabes quién es Nicholas? -estaba siendo superficial con sus preguntas, pero entendía lo que hacía.
- Me casé con Nicholas Russell el 03 de octubre de 2014, un año después de haberlo conocido. Tenía 19 años, era mi primer año de universidad y estaba compartiendo mi vida con el hombre más guapo, inteligente, valiente, cariñoso que podía creer. Él era más de lo que podía imaginar, de cierta manera no me sentía a su altura y es una estupidez ahora lo sé. Me entregue en cuerpo y alma … - estaba teniendo dificultades para respirar.
Paula lo noto y supo lo que estaba sucediendo. Tomó una bolsa de papel entregándome para hacer los ejercicios de mi primer día aquí. Ella me ayudaba a controlar mis ataques de pánico.
- ¿Sigues tomando la medicación? – cuestionó una vez que logré tranquilizarme.
- Hoy no tuve tiempo de hacerlo. -con dificultades le respondí. -tenía que salir de mi casa.
- ¿Por qué era tan necesario que salieras? -ahora venía con sus preguntas interesantes.
Suspire. Trataba de entender el motivo, sin embargo, era más simple de lo que quería verlo.
- Nicholas está por todas partes. Llego a veces buscándolo o preguntando por él, después recuerdo y salgo de ahí. La manera en que me dejo, se revive una y otra vez en mi mente. Siento que no me dejará jamás. Que no tendré otro camino. Pero estaba bien, porque hasta hace unos meses él era el amor de mi vida, y ahora es un extraño al que le estuve llorando. Al que le entregue mi vida. Mi alma.
Tenía una almohada sujetada en mi regazo, la tomaba como si fuera la culpable y por fin la tenía en mis manos haciéndola pagar por todo el daño que me había causado. Es una pena, hasta ahora no he sido dueña de mi misma, mis emociones han gobernado cada una de mis acciones revelando mi teoría. El ser humano está preso de sus emociones, pero lo niega todo el tiempo.
- ¿Qué fue lo que te hizo despertar tanta ira hacia el recuerdo de Nicholas? – cuestiono sin apartar su mirada de mí.
- Su egoísmo. Sus mentiras y engaños. Sus juegos sucios y manipulaciones. Por su falso amor. – me quede contemplando un punto perdido que me llevo al vacío de mi interior.