Asume el deber

1272 Words
Al volver mi atención hacia donde se movilizaba el ejército me di cuenta que los intrusos o invasores mantenían implacablemente el combate, pero una tercera parte ya disminuía. Mientras tanto los soldados de la milicia de Halvard y del Alba bajo la montaña seguía avanzando y agrupándose a la contienda que destacaba en el lugar donde seguía la guerra. “¿Todo bien?” Escuché claramente la voz de Nigromante. “Sí. Tenías razón los Briares son muy silenciosos y amables” “No todo es como parece mi querida Alexia” “No me queda duda que sí. ¿Han logrado vencer?” “Por el momento en control. No te muevas de ahí. Pero hazme un favor” “Por supuesto” “Toca el árbol más próximo y di: Sé que pueden moverse hacia el centro” Hice lo que me pidió posando una de mis palmas en la corteza. En mi mente noté un hermoso signo, círculos entrelazados con un par de caracteres de un idioma incomprensible. Al apartar mi mano, el signo estaba visiblemente sobrepuesto en la corteza, irradiaba un tenue fulgor tal cual las flores mágicas de los vigilantes. “Marchen silenciosos hermanos, que entiendo que pueden oírme, tras el último cierren el centro” Escuché de nuevo un susurro, pero uno que no provenía de Nigromante ni de ninguna voz conocida. Susurré tal cual pude atender. Cada árbol fue tocado dulcemente por el viento, para luego dejar notar entre sus cortezas, ramajes y hojas un suave fulgor que corría a través de la sabia de una serie de vasos conductos interiores tal cual venas y arterias. Bajo mis pies percibí cierta vibración, pronto uno de los Briares volvió a cargarme para elevarme no muy alto mientras los demás Briares seguían protegiéndome. La tierra que pisaba descendió luego parecía moverse en la superficie como un río, abriéndose para dejar relucir gruesas raíces que como serpientes se deslizaban con el mismo movimiento de la tierra. Al cabo de un instante, todos los árboles tan grandes y altos comenzaron a avanzar hasta cubrir todo como suele ser un una basta arboleda o un bosque frondoso. También creció el herbaje y el suelo volvió a su composición normal, es decir plano y sólido. Hasta entonces ellos me permitieron volver a pararme. Entre toda la maleza se revolvieron hojas, ramajes y arbustos con el viento, para luego dejar visibles pétalos de hermosas flores blancas, se revolvieron y agitaron hasta situarse muy cerca de nosotros. En cuanto todos se unieron, ante mí estaba una doncella de aspecto celestial, más pura y encantadora que cualquier otra que antes mis ojos hubieran visto, su cuerpo irradiaba un tenue fulgor, pero tan bello como suele hacerlo la luna cuando está llena. Me sonrojé en cuanto sus ojos se posaron en los míos con amabilidad. Me volví a los Briares, toqué a uno de un brazo y le hice un gesto de que no debían atacarle. Ella se aproximó a mí, distinguí las hermosas ropas que como un telar de hermosos hilos plateados conformaban las vestiduras, dejando relucir su esbelta y alta figura. Sus cabellos parecían la seda, pero hecha preciosos rizos que le llegaban casi a la cintura, recogidos con peinetas de oro, cuyos broches parecían ser diamantes, que igual brillaban como todo en ella. Sonrió dulcemente al notar mi desconcierto como mi asombro. Sus ojos parecían dos perlas en color gris, y esa belleza misteriosa como profunda y desconcertante me recordó de golpe a Nigromante. Toque el talismán al pecho. “Permite Nigromante que pueda conversar en el idioma que ella puede expresar o bien que ella pueda entenderme” —Princesa de Halvard, me presento ante ti con alegría. Ante mí una de las pocas vidas que aún escuchan el tratado, cuyo corazón comprende la bondad, la misericordia, la pureza y el amor. Esas fuerzas ocultas han guiado tu camino para que puedas alcanzar el otro lado. Tragué saliva mirándola con asombro. —¿El otro lado? Asintió moviéndola cabeza con suavidad. —El mismo que te lleva a ser parte de lo mismo que mi querido hijo… Abrí los ojos a más no poder. Volvió asentir sonriendo y esa sonrisa me corroboró lo que sospeché. Estaba ante la madre de Nigromante, no hubo duda. —Él confía en ti, el guardián confía en ti, nosotros lo aceptamos. He venido para que sepas el vaticinio que ella predijo hoy se cumple. Tú madre está muy orgullosa de ti, te ama siempre. No lo olvides. Mis ojos se llenaron de lágrimas. —¿Ella sabía lo que ocurriría? ¿La conoce? —Sabía que podrías ver y seguirías siendo la misma joven que venía al bosque a jugar con las mariposas y el guardián. Que conocer el otro lado no te permitiría perderte y corromper tus dones. Incliné la mirada sin poder evitar los sollozos. —Pero, eso no ha sido del todo un hecho, me enamoré del guardián… —Y él de ti. El amor que nace de los seres arcanos siempre es muy especial. Si bien son espíritus sagrados que pueden morar en cuerpos de hombres mortales y jóvenes no piden controlar el amor, sino que saben muy de ello y lo entienden. No cualquiera los invita a entregar totalmente la dimensión de su amor, pero si eso pasa que no te quede duda que han descubierto que es alguien especial que sabe de lo que ellos entienden. Me volví a ella asombrada. —No lo digo por decir. Te lo asevera alguien que amó a un hombre sabio pero mortal. —¡Dios mío! Estoy en verdad ante usted. Pero… Debo confesarle, que amo a Nigromante también. Ella sonrió de nuevo. —Lo sé. Él también lo hace. Pero, todo tiene un principio, y un nuevo comienzo. Son indiscutiblemente tres hasta que alguno de ustedes decida volver. Lo que tu corazón siente es debido y bendecido, de otro modo las cosas serían de otro modo. Si deseas pertenecerte a ti misma ámalos a los dos como una niña, pero si deseas pertenecerle a alguno deberás aceptar el principio y el nuevo comienzo. Sacudió el cabello y me di cuenta que cada hebra se volvía una hermosa mariposa. —Espere… ¿Puedo saber cuál es su nombre? —A ti te lo puedo decir, pequeña durmiente. La misma que es enviada de aquella que asume el deber. Soy Viviana. Al instante se volvió un puñado de hermosas mariposas que se esparcieron en el viento, en todas direcciones. Con un nudo en la garganta no pude más que seguir llorando desconsoladamente sin dejar de pensar en cada palabra. ¿Amar como niña? ¿Aceptar el principio y el nuevo comienzo? Había conocido a la madre de Nigromante, la misma que se había enamorado y aceptado a un hombre de carne y hueso para amarla. De cierto modo admitía lo que se daba entre los tres, pero que significaba eso que había dicho. ¿Había conocido a mi madre? ¿De qué vaticinio departía? Al elevar la vista me di cuenta que a la distancia se distinguían los altos muros del castillo. Pensé de nuevo en todo lo que había creado la necedad de Asídemes: un conflicto sin sentido. Había raptado a Jon y alzado guerra, pero Jirel no asomaba ni la nariz todavía, había visto su rostro y entendido la determinación como esa inquebrantable sensatez en sus ojos. Ninguno de los hombres que se alzaban en batalla se parecía a su ejército. ¿Podía saber él verdaderamente lo que se daba? Pensé en el señor Baal. “Señor Baal lo invoco”
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