¿Triunfal? II

2080 Words
(Jon naracción) Atajaron con fuerza cada extremidad superior por lo que inevitablemente tuve que quedar de pie. Me movilizaron rudamente hasta dejarme en otra celda que estaba más vigilada por más custodios y más iluminada. Me apresaron contra el muro. En cuanto estuve fijo ella se aproximó a mí, mientras el resto nos dejaba a solas en el perímetro del calabozo. —No habrá otro descuido, ahora si sé de lo que es capaz. Respiré hondo, sintiendo como la sangre emanaba de las diferentes heridas. Ella tomó de sus bolsillos un pequeño recipiente de vidrio y tomó sangre hasta llenarlo de una de las heridas de las manos. —Es asombroso como los pueblos y sus dirigentes olvidan lo que es valioso para solo darle importancia a lo que es corruptible, negociable y endeble. La vitalidad de la existencia es meramente algo interior más que exterior. ¡Es una pena! ¿No lo cree? En cuanto estuvo llenó lo selló de prisa con un corcho. Tal cual volvió a uno de sus bolsillos. Incliné la mirada, sin desear responder. —Toda sabiduría realmente bienhechora es oculta, pero no limitada. Cualquiera puede ver hacia el cielo, pero pocos lo hacen. ¿Guardará silencio para siempre? ¿Es un castigo o algo personal que sea de pronto tan discreto? Volví mi atención a ella, podía respirar hondo pero el dolor fluía con menor intensidad, aunque latían y ardían todavía. —¿Jirel aprueba lo que ejecuta? Su mirada reflejó cierto temor, aunque lo encubrió con pasmada suficiencia. —Desde luego, Príncipe. ¿Qué podría hacer yo sin su consentimiento? Me reí. —Ya lo creo. Alzar guerra, capturar inocentes y torturar. Sólo por decir algo. Se aproximó más a mí, observándome fijamente. Pero tras esa mirada obstinada y recelosa también había un ápice de vulnerabilidad.   —¿Está insinuando que hago lo que mi voluntad dicta en lugar de ser… La vi fijamente, enarqué una ceja luego fue inevitable sonreír con humor divertido. No hubo necesidad de respuesta por parte mía, pronto retomó las palabras. —Pues se equivoca. Sé lo que necesita, aunque no lo diga. —Concluyó con gesto furioso. —No importa cómo lo exponga, General. Hace algo horrible y cruel en contra de todos, pero especialmente a usted misma. Bien sé que no lo entiende todavía, pero todo fanatismo conlleva a la intolerancia, el odio y el deseo arbitrario de justicia. Lo que se puede traducir en resentimiento, maldad y muerte. No tiene idea de cuántos han muerto en nombre de alguien que quiere tener la razón. Cuanta sangre cuesta la necesidad de imponer una devoción abstracta cuando lo que es alto es alto y por ello lejos está. He visto eso una y otra vez, y le aseguro que nunca ha atraído nada benéfico para alguien, tan sólo desigualdad, leyes que se quebrantan, deseos corrompidos, manos bañadas de sangre y en su mayoría de gente inocente. Respiró hondo, situando ambas manos sobre la cintura. —No entiendo que es lo intenta decirme. —Es simple de entender. Hay fuerzas que están fuera de los límites, poderes que no están hechos para ser manipulados por mentes pequeñas, tanto que sus causas son desconocidas incluso entre los sabios. Mundos y criaturas que tiene su lugar adecuado lejos de las manos y la intromisión humana. Es el orden, ¿por qué quebrantarlo? —No busco quebrantarlo. Sino expandir mis conocimientos, dejar límites. Nunca sabremos que hay tan lejos de nuestro alcance hasta que nace algún valiente dispuesto a arriesgarse. —Eso depende mucho de a qué se aplique. Pero si hablamos de lo que pienso es al contrario. Hay valientes que saben que no cualquiera puede colocar límites y por lo que conocen los establecen para que simplemente alguien más pueda ver y saber hasta donde es sano llegar. Para nosotros y nuestra comprensión debe haber un límite. —Difiero Príncipe, eso podría ajustarse solamente a aquellos que viven con miedo y no quieren salir de su misma sabiduría. Pero los que no podemos conformarnos con esos ajustes siempre avanzaremos para el bien común. —En su particular caso más bien reside en su bien personal. ¿A quién podría beneficiar todo este disparate? Claro, sin tomarla en cuenta. Sonrió. —No lo ve ahora con la misma claridad que yo, pero hay indicios que debería tomar en cuenta. Por ejemplo, que ahora parece más dispuesto a luchar. —Eso no debería sorprenderle, siempre he estado dispuesto. Pero me dejé llevar ingenuamente por algo que usted supo manejar con perfección. La ilusión de ser alguien que no pretendía mal. —¿Ilusión? —Por supuesto. O… ¿Y todavía cree que queda algo de Mariamna en usted? Ella jamás habría elegido voluntariamente desdeñar la sabiduría para ir a favor de un capricho. —No lo fue. Tengo sus memorias y gran parte de su vida en mí. Pero ha dicho bien, no somos tal vez la misma porque bien sé que los errores del pasado deben enmendarse. Y si hay oportunidad hay que derribar para edificar. ¡Cuánto mal le ha hecho estar tan cerca de una niña que sólo sabe depravar! Eso no puede ser amor. —Tal vez haya en juego más que amor, pero depravar eso es algo que sólo yo podría considerar. Frunció el ceño mirándome con asombro. —No intento juzgar miro la verdad. ¿Cree que es necesario que sea usted suyo para fomentar tal consideración? —Ya se lo he dicho. Le pertenezco desde el día que nació. Ahora bien, si el sentido de eso es corresponderle como un hombre, debe saber que gran parte de eso no será y ha cambiado. —¿Cambiado? ¿Eso no fue lo que sostenía con gran honor hace una noche? —Es verdad, pero es de sabios cambiar de opinión. Rio divertida, se movió un poco al frente. Luego de un breve silencio se volvió a mí. —¿Qué lo llevó a ello? ¿El dolor? ¿El peso del metal recordándole que puede ser capaz de atracar y transgredir? —No. La tortura para mí desde mucho no implica sufrimiento, aunque tal vez sea inevitable el dolor. —¿Entonces? No es posible que en menos de una noche eso haya cambiado. —Todo parece un disparate, un capricho, un juego. Pero en algo, en una diminuta fracción ha acertado. Me dejé llevar, pero mi amor por ella es firme. De tal modo que no puedo infringir el juramento que aún sostengo. —Su afecto es una emoción Príncipe, el soplo de una atracción, el velo de un suave telar, un pensamiento que usted considera como un lema de vida. Si fue capaz de cambiar sus principios por ese “sentimiento” le aseguro que fue cualquier cosa menos amor. —Es admirable como cualquiera al juzgar lo que no puede ver en sí mismo, considere como error o defecto en otros. Debo devolverle el hermoso pensamiento, General.  La acuso del mismo mal que me aqueja. Pero en algo puede salir triunfal, ninguno de ambos tendrá lo que ambiciona como amor. —Ha reconsiderado su vana verdad. ¿Renuncia a ella? —¿Renunciaría a mí? Hubo un largo silencio. Hasta que uno de los guardias al ingresar la llamó. Aunque en su idioma autóctono comprendí que Jirel demandaba verla. Respondió a toda prisa que se presentaría pronto. Se volvió a mí muy seria. —Sí, no tengo remedio. Tampoco quiero que siga hiriéndome con sus negaciones, pero al menos ha visto la verdad. No deseo que se una a mí en contra de su voluntad, pues sé que no le teme a la tortura y sería capaz de lanzarse a una pira ardiendo con una sonrisa si ello promete que no lo toque. Sonrío antes de contemplarme con enajenación. —Mi padre tenía razón con usted. No en vano ha sido un ser maldito como antiguo. De sangre oscura por herencia, pero clara por ser un arcano guardián. ¿Quién podría igualarlo? El favor que quería pedirle es muy sencillo. Para usted no sería complicado contarme sobre el antiguo rito que dominan tan sólo los que protegen el límite entre esferas, quienes pocas veces son tan físicos o humanos. Y creo que usted es uno de ellos, vi como el templo volvió a la vida y eso sólo lo conseguían las divinidades hechas hombre, o hombres que podrían atraer tales divinidades. Deseo abandonar mi deseo de ser ella, sabe, también ha de significar algo triunfal para usted. No seguiré pretendiendo que ella vive en mí, de igual manera su indiferencia me ha ayudado a comprender que esa fue otra existencia, otra vida que no debe interferir, pero antes de desistir completamente, necesito que mi pasado se establezca con claridad. ¿Ahora, comprende lo que intento? —No del todo. ¿Qué clase de claridad buscaría alguien con sus capacidades? —No son tan perfectas e incluso si lo fueran no lo son todo. Así que necesito la claridad que me permita saber por sí misma que no somos el mismo espíritu. Hay un antiguo rito, ya olvidado en el tiempo. Poco he encontrado en los antiguos libros, y eso que están en idiomas o lenguas muertas. Tan sólo uno de los estudiosos de la alquimia consiguió traducir y está igualmente en alegorías y un lenguaje complicado de comprender. Pero sé que usted podría revelarme algo al respecto. —¿Qué insinúa, General? —Deseo que me explique como abrir los sellos de las tumbas. Fue inevitable dejar relucir cierto asombro como desconcierto en cuanto la escuché decir eso. —¿Por qué asume que lo sé? —Por los signos que hay en su pecho y hombro. Son parecidos a lo que he investigado. Además, hacía falta su sangre, las pruebas del lugar adecuado, su fortaleza y esencialmente su honor. ¿Entonces me permitirá saber? —No soy un Nigromante y los muertos están donde deben estar, aunque implique algo que no podamos comprender. Asídemes, abrir tales sellos no es un juego para complacer un pensamiento. Habitan seres más allá de su comprensión, tal apertura concedería inestabilidad también grandes riesgos. No vale la pena que haya llegado a tanto por eso. —El conocimiento es poder, Jon. Pero en las manos incorrectas es sólo un libro antiguo aburrido que ni sentido tiene. Usted tiene la autoridad, la luz, el poder y la sabiduría para darle paz a alguien como yo. ¿No se ha dado cuenta que las personas que están en gran contento no buscan daño sino hacer el bien? —Ya ha causado gran confusión, maldad y muerte su retorcida manera de intentar saberlo. No seré partícipe, ni permitiré más abusos. Pero agradezco su sinceridad, creo que hasta ahora intenta serlo. Suspiró apartándose. —Ojalá no olvide que intenté liberarlo. Este lugar seguirá respaldándome. Miré cuando cruzó la esquina dejándome en la celda. Varios la acompañaron de todos sólo quedó uno que al poco rato dejó la guardia para salir. Una mujer muy cubierta alcanzó llegar ante la celda en la que estaba cautivo. —Nuestra señora ha sido noble y justa. Pero ha perdido el buen juicio. Desea algo que no está en su entendimiento. Perdónela, no puede ver por sus necedades. Reconocí a la misma mujer que me había ayudado con la ropa el día que llegué al templo. —Arath, no hay razón para que te mortifiques. —Mi señor no puedo. Porque puedo ver lo que habita en usted. Nuestro Emir sospecha, pero estoy convencida que no ha decretado guerra, no la ha habido desde la fecha que mis ancestros vinieron a Akram, lo cual fue hace mucho tiempo en ruedas de ciclos. Su lugar es en el templo de la ciudad fantasma ahí seguramente se restaurarán sus heridas y podrá atraer a los que son como usted para evitar todo este mal que lastima a nuestra señora. El amor es grande y por eso lo vanaglorian los hombres, porque es lo único que sabe a grandeza, éxtasis, vida y emoción en la propia vida. Pero sé que pocos beben de ese manantial degustando el verdadero sabor. Sé que usted conoce lo que significa esa bebida dulce, que embriaga a unos, redime a otros, y envenena a muchos. Por favor, pídale regresar al templo todavía está a tiempo, ella no se negará a complacerlo porque muy en el fondo bebe con amargura la bebida del amor.   
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